No al diálogo con el gobierno catalán y no a la mediación internacional. Sí al desarrollo del artículo 155 de la Constitución y sí al requerimiento sui generis del gobierno español a Carles Puigdemont para que conteste en el plazo de cinco días si se proclamó o no la independencia en la sesión del pasado martes en el Parlament. Estas cuatro esquinas delimitan a la perfección el terreno de juego en que se sitúa la respuesta del gobierno español al tiempo muerto que ha ofrecido el Govern al dejar en suspenso los efectos de la declaración de independencia en la Cámara catalana. Nada de lo que dijo Puigdemont en el Parlament el pasado martes ha servido para nada en Madrid, que no quiere oír hablar de un periodo de distensión. Puede decantar aliados que Puigdemont no tenía hasta la fecha en Catalunya, como se ha visto con Ada Colau, o incluso con algunos dirigentes socialistas agradeciéndole su contención. Sumar alianzas mediáticas en Europa y en Estados Unidos. Pero Madrid vive, en este terreno, en otro mundo. En su mundo. Juega otra liga: la de aquel que no quiere oír lo que sucede a su alrededor y va a piñón fijo.

Qué más da que Mariano Rajoy se sienta desconcertado por el movimiento de Puigdemont. El gobierno español ha decidido desde hace tiempo la estrategia: solo trabaja con dos escenarios, la rendición y retirada del proyecto político de las autoridades catalanas hacia la independencia y, a partir de ahí, una posterior negociación sobre una aplicación menos contundente de las consecuencias de la derrota. O bien, el uso de todo el arsenal jurídico para tomar el control del poder que aún le resta a Catalunya, que en la práctica es poco pero de una simbología importante. En cambio Puigdemont, en una jugada destinada a ganar complicidades y dar tiempo a que cuajen alguna de las múltiples iniciativas de mediación internacional no ha tenido reparos en desmontar aquello que tenía previsto. ¿Por qué?, se preguntan muchos. No hay una explicación convincente aunque muchos sostienen que un paso atrás le sacaba del terreno de juego y un paso adelante, según muchos de sus colaboradores, también. Y a partir de aquí, la hipotética mediación era mucho más difícil. Por eso ha optado por resistir en el sitio en el que estaba para que nadie le saque del tatami que está ocupado en su mayor parte por un adversario mucho más poderoso.

El  artículo 155 se ha puesto en marcha y ya no se detendrá; la Audiencia Nacional ha vuelto a citar por sedición también el lunes a los presidentes de la ANC y Òmnium, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, y al major de los Mossos, Josep Lluís Trapero, y tampoco se detendrá. Nadie cree que la Fiscalía no acabe pidiendo ese día medidas cautelares. Y el inicio de la semana que viene aparece en el horizonte enormemente complicado. El debate del Congreso de los diputados de este miércoles dejó poco margen para el optimismo. El PSOE difuminado y Hernando (PP) y Rivera (Cs) haciendo de diputados bastante más que beligerantes marcaron el perfil de la política española con Catalunya: a por ellos y sin contemplaciones.