Hace unos días, una persona que tiene una cierta influencia en la capital española y que no hace tanto defendía con aparente convencimiento un gobierno de Albert Rivera para acabar con Mariano Rajoy me comentó: "Ahora sí que os entiendo a los catalanes; Rivera es un todo un peligro". Cuando le recordé su opinión anterior, cabizbajo solo atinó a decir: "Hombre, iba de liberal y muchos creíamos que era un aire fresco, pero se ha ido tan a la derecha...". Al ver este domingo las imágenes de Rivera en el municipio navarro de Altsasu he recordado las palabras de mi amigo y también otras que le había dicho: Rivera ha hecho de la política una bronca permanente y su capacidad de introducir odio en la política española es ilimitado.

Hoy, por suerte, esta no es, como hace un tiempo, la mirada exclusiva del independentismo. Pablo Iglesias, el secretario general de Podemos, fue el primero en alejarse de aquellos posados conjuntos con el líder naranja en que se presentaban como los regeneradores de una España que muy mayoritariamente no quiere regenerarse. Que se siente cómoda con una monarquía alineada con la derecha española capaz de validar un inexistente golpe de Estado en Catalunya y un relato judicial insostenible desde todos los puntos de vista.

Después de Iglesias se alejó Pedro Sánchez, que vio las orejas al lobo. El líder naranja no era sino un desestabilizador con un guion siempre fijo: contra Catalunya, contra la democracia y contra la convivencia. El suyo es el discurso del odio. Pero es que este domingo ha sido hasta Pablo Casado, el muy conservador líder del PP, el que le ha echado en cara la manera cómo ha viajado a Altsasu ―donde ha habido incidentes― y le ha recordado que él fue en junio a solidarizarse con los guardias civiles "sin necesidad de hacer tanto ruido".

Pero Iglesias, Sánchez, Casado y cada vez más gente saben que Rivera vive del ruido. ¿Si no, para qué ir? Así ha crecido, entre cojines de las grandes empresas, de Atresmedia y de Mediaset, donde nunca le ha faltado una entrevista de las cadenas privadas de televisión. Hoy pasea la caravana del odio por España y ya no se distingue quién es Vox, quién es Cs y quién es el PP. Podrá ganar unas elecciones, quién sabe. Pero su discurso cada vez es más joseantoniano. Ni liberal, ni de derechas. Del fundador de la Falange.