La decisión de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, de no acudir a la inauguración de la feria de arte contemporáneo ARCO como señal de protesta por la retirada de la obra del artista Santiago Sierra que lleva por título Presos políticos es un gesto muy poco habitual en el mundo de la política. Seguramente, solo una persona en su madurez profesional y personal que haya compaginado una larga trayectoria como jurista muy pegada a las reivindicaciones democráticas durante el franquismo, poseedora del premio Nacional de Derechos Humanos, juez emérita y muchas otras cosas, puede tener la perspectiva suficiente y darle el valor imprescindible a los gestos. Porque, en ocasiones, la política es eso: un gesto en un momento determinado, por incómodo e incomprendido que sea y no el estar pendiente de la siguiente elección (por cierto, que su última valoración, de 57,7 puntos sobre 100, ya la querrían muchos políticos). Debe ser muy importante para una alcaldesa inaugurar una feria internacional como ARCO junto a los Reyes en lugar de estar bajo el foco de todas las críticas por lo que se ha interpretado como un desaire a los monarcas. Pero si eso está en un platillo de la balanza lo que está en el otro no es ni mucho menos menor: la defensa de la libertad de creación, de expresión y de exposición.

Decía The New York Times este jueves, y valorando la retirada de la obra de ARCO en la que aparecen fotografías de los presos políticos catalanes en Soto del Real y Estremera, que en España existe un riesgo creciente para la libertad de expresión. No es normal que un diario global de verdad se haga eco de la pérdida de libertades fundamentales en un país occidental. Como tampoco es tan normal que Amnistía Internacional acuse a un Estado, en este caso España, de vulnerar reiteradamente derechos humanos básicos durante el último año en Catalunya. Carmena es una voz en el desierto institucional español que clama sin temor por la pérdida de libertades y por la salida de la prisión de los Jordis, Junqueras y Forn. Y sí, con su dignidad recibe las bofetadas y los reproches de todos los que estaban en ARCO empezando por los medios que tenían stand en la feria: El País, El Mundo y ABC y que recibieron la visita de toda la comitiva real.

Escoger bien la decisión a adoptar e interpretar correctamente el deseo de los ciudadanos no es una tarea fácil, ni cómoda. La inercia siempre es la de dejar las cosas como están, aunque no estén como estaban. Este va a ser un debate trascendental en años sucesivos. ¿Dónde está el punto exacto a la hora de expresar una protesta? La alcaldesa de Girona, Marta Madrenas, ha anunciado que no asistirá a actos en los que participen representantes  de la Casa Real, la delegación del Gobierno en Catalunya, o que haya presencia de la Guardia Civil o el Cuerpo Nacional de Policía y ha anulado las relaciones protocolarias. No es una decisión menor ya que en su ciudad se entregan anualmente los premios Princesa de Girona. Todo ello, señala, "por dignidad institucional".

En una línea similar, el líder de Esquerra en el ayuntamiento de Barcelona, Alfred Bosch, ha anunciado que el domingo no estará presente en la cena de inauguración del Mobile World Congress que presiden los Reyes ya que no quiere compartir mesa "con la persona que simboliza la represión contra el pueblo de Catalunya". Por el contrario, Xavier Trias, exalcalde y jefe de la oposición, ha dicho que sí que piensa asistir y que lo hará con un lazo amarillo. Bosch tiene a su jefe de filas, Oriol Junqueras, en la cárcel de Estremera. Trias tiene a su exprimer teniente de alcalde, Joaquim Forn, en la misma prisión. Los gestos. Nunca inocuos. Sin duda, una manera de hacer política.