La editorial Pasado & Presente presenta La transición española. El voto ignorado de las armas, de Xavier Casals. En contra de las visiones edulcoradas de la transición, Casals pone énfasis en que éste no fue un proceso pacífico y armónico. Se refiere a la "transición de plomo". La teoría de este historiador es que el "voto de las armas", durante la transición, en algunos casos fue tan decisivo como el "voto de las urnas". Recuerda que entre 1975 y 1982 hubo 504 muertos por violencia política; la transición estuvo asociada a las armas: se inició con un atentado, el que mató a Carrero Blanco, y se acabó con un golpe de Estado, el 23-F.

Un libro con muchos ejes

El estudio de Casals no es un texto monolítico. De hecho, se ve obligado a abordar temáticas muy diversas, porque la violencia política durante la transición llegó por varios canales y tuvo implicaciones muy diferentes. De hecho, es una tarea enciclopédica en que se trata de sintetizar una serie de materiales de orígenes bien diferentes.

Equilibrio

La transición española apunta que los grupos violentos, lejos de desestabilizar la transición, consiguieron fortalecerla, ya que para evitar una deriva violenta, colectivos muy diversos, desde herederos del franquismo hasta comunistas, se vieron obligados a negociar y a llegar a acuerdos. Casals rechaza la teoría conspirativa de algunos autores, según la cual había una "estrategia de la tensión", acordada por la extrema derecha y la extrema izquierda, para acabar con la transición. Casals se decanta más bien por la existencia de un "equilibrio de terror": la presión simultánea de los grupos armados de extrema izquierda y de extrema derecha acabaron por reforzar a los grupos situados en el centro. La violencia habría tenido un efecto contrario al deseado por sus autores, que confiaban con entrar en una espiral de acción-reacción que llevara a una situación explosiva y a un cambio revolucionario.

No todo era negociable

Una de las cosas que queda clara en esta obra es que el redactado de la Constitución no dependió sólo de la voluntad popular, sino que en buena parte fue acondicionado por el ejército. El rumor de sables constituyó la banda sonora de la transición. Fraga afirmó, abiertamente, que en la democratización "no todo era negociable". En La transición española se revela que varios aspectos de la Constitución fueron decididos por la presión de las fuerzas armadas: la indisoluble unidad de España, la suspensión de derechos en caso de terrorismo... Pero también hubo puntos que se pactaron con el fin de desarticular la amenaza de los grupos terroristas: el régimen fiscal especial para el Canarias y para el País Vasco, la posibilidad de incorporar Navarra a Euskadi...

La extrema derecha y el bunker

El libro se pregunta en muchas ocasiones sobre las complicidades entre los grupos armados de ultraderecha y el llamado bunker, los poderes fácticos franquistas que se negaban a democratizar el país. Casals constata que no hay una división clara entre grupos ultraderechistas y fuerzas de orden público; actúan en colaboración. De hecho, significativamente, las fuerzas policiales no mataron ni a un solo ultraderechista, y en cambio, provocaron numerosas víctimas de grupos de extrema izquierda e independentistas. Queda clara la combinación entre ambos sectores en la guerra fría contra ETA. Pero también en numerosos otros casos. Ahora bien, finalmente Casals apunta que en algunos casos los ultraderechistas fueron manipulados por las fuerzas de seguridad. La relación, pues, sería bastante ambigua.

Juego sucio

El papel de los servicios secretos y de los servicios de información en la transición fue muy complejo. No faltaron los casos escandalosos: por ejemplo, en 1977 los servicios secretos prepararon un falso atentado contra el Rey en Mallorca con el objetivo de que se les atribuyeran más recursos. También queda claro que el atentado de un grupo anarquista contra la sala de fiestas Scala estuvo dirigido y coordinado por un confidente policial. Y en los enfrentamientos de Montejurra en 1977 entre diferentes facciones carlistas, también tuvieron un turbio papel grupos parapoliciales. Ahora bien, los servicios secretos fueron muy autónomos durante bastante tiempo, y no queda claro si actuaron por cuenta propia o por encargo del Gobierno.

Los terrorismos

Casals pone énfasis en la existencia de cuatro polos de terrorismo, con diferentes tipos de terrorismo en cada uno, durante la transición. En Barcelona se concentraba el terrorismo anarquista, y había una fuerte presencia de grupos violentos ultraderechistas y focos armados independentistas. El País Vasco actuaba ETA, y también diferentes grupos ultras. En Madrid se concentraba el terrorismo de ETA, el del GRAPO y el de los grupos ultras. Y en Canarias había un pequeño movimiento armado independentista, que ponía en peligro la estabilidad del Estado al internacionalizar su reivindicación. Las fuerzas de seguridad pudieron ir neutralizando los diferentes grupos: el MPAIAC canario a través de un atentado contra Antonio Cubillo, su máximo dirigente; los grupos anarquistas mediante el caso Scala; los grupos independentistas catalanes sufrieron un fuerte rechazo popular después de los atentados contra Bultó y Viola, que los llevó a su extinción...

El efecto ETA

El único grupo que durante décadas supuso un riesgo de desestabilización para el Gobierno español fue ETA. Casals apunta que ETA estuvo en el origen del bunker: fue el proceso de Burgos el que empezó a movilizar la reivindicación del poder para el ejército, que se convertiría en el leitmotiv de los grupos involucionistas durante toda la transición. Más adelante, después de la muerte de Franco, la reacción contra ETA sería el principal catalizador del nacionalismo español. Y el sacrificio en vidas humanas del ejército y de las fuerzas de seguridad en manos de ETA fue el principal motivo para no depurar las fuerzas armadas a pesar de su ultraderechismo: hasta hoy. ETA, al fin, constituyó un obstáculo para una democratización en profundidad de la sociedad española. Trajo pretorianismo, guerra sucia, torturas, falta de transparencia, centralismo, corporativismo de los policías y guardias civiles...

El Rey sin propaganda

Muchas veces se ha mitificado al Rey como el salvador de la democracia española el 23-F. Casals reconoce que Juan Carlos paró el golpe en un momento en qué los partidos y la ciudadanía no actuaron. Y, a pesar de todo, apunta que el Rey tuvo una responsabilidad clara en los hechos. En primer lugar, de forma inconstitucional, presionó a Suárez para que dimitiera. Y, además, tuvo conversaciones con Armada y con otros actores políticos de cara a la constitución de un gobierno de unidad nacional dirigido por un militar (el llamado "golpe blando"). De esta forma habría vulnerado la Constitución que establece que los militares tienen que estar apartados de la política. Así pues, Joan Carles sería el bombero pirómano, que apaga el incendio que ha contribuido a encender.

Un 23-F muy amplio

Casals considera que el 23-F implicó a mucha más gente que la que se juzgó. Y apunta que el "golpe blando" movilizó a mucha gente que actuó en contra de los principios democráticos: apunta que en él habría tenido un papel relevante el expresident Tarradellas, pero que también habría involucrado a gente como el alcalde socialista de Lleida, Antoni Siurana, o el presidente de la CEOE, Joan Rosell. Argumenta que el consejo de guerra no lo investigó en profundidad expresamente, porque el número de implicados era elevadísimo.

Desmitificador

Casals apunta que el escrutinio del referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978 podría haber sido manipulado. Algunos testigos aseguran que se hincharon los datos de participación con el fin de simular que el 50% de los españoles habían votado a favor del texto, cuando en realidad no habría sido así. Se trataba de dar una imagen de consenso que convirtiera la Constitución en un elemento incuestionable e intocable del ordenamiento jurídico. Si esta maniobra existió, obviamente tuvo éxito.

Un largo engaño

Xavier Casals ha trabajado, básicamente, con libros y con prensa. Es decir, buena parte de los datos que aporta eran públicos, pero habían quedado ocultos, sumergidos bajo una avalancha de informaciones, de baja calidad, laudatorias de los partidos políticos mayoritarios y repletas de referencias hagiográficas al Rey y a los personajes clave del periodo. Queda claro que durante mucho tiempo los medios mayoritarios han tenido tendencia a despreciar ciertos aspectos incómodos de la transición que podían contribuir al cuestionamiento del actual sistema democrático.

La culminación de una trayectoria

Este es un libro muy sólido, de este tipo de obras de síntesis que sólo están al alcance de investigadores con un largo recurrido en una materia. Casals pone orden a una bibliografía muy dispersa, en una hemeroteca muy rica, y a algunos testigos excepcionales. Y todo eso rehuyendo teorías especulativas y reconociendo las contradicciones entre las fuentes: cuando hay hechos que no quedan claros, Casals lo explicita y no intenta forzar una explicación si no tiene pruebas. Un índice exhaustivo, una completa bibliografía y un buen aparato de notas hacen que este libro sea esencial para los investigadores. Y eso no saca que, por su ágil redacción, puede ser de gran interés para cualquier interesado en la historia reciente de España. En tiempo de cambio como los que corren, este es un libro esencial para entender las dinámicas de cambio en nuestro país.

Quizás ya basta

Ahora bien, pese a los evidentes méritos del libro de Casals, al fin hay un grave problema de fuentes, que no depende del investigador. Casals, en muchos casos, se ve obligado a sugerir varias hipótesis, que no puede corroborar por no poder acceder a los archivos. Así, buena parte del debate está basado en aquello que dijo uno o aquello que dijo otro. Testimonios poco fiables, de individuos que en muchos casos han estado implicados en hechos delictivos o que quieren borrar un pasado poco ejemplar. Algunas de las declaraciones en que se basa la reconstrucción de los hechos fueron hechas 30 años después de los sucesos, y eran diferentes de las hechas 20 años antes, o incluso de las hechas un día antes. En muchos casos los testigos se contradicen. Hay personajes clave que rehúsan aportar sus informaciones... Queda claro que algunos temas, sólo se pueden acabar de conocer si se da acceso a los investigadores a los archivos. "Hay cosas que es mejor no saber", alegan bastantes de los implicados. La administración parece que está de acuerdo. A cuarenta años de la muerte del dictador, quizás es hora que tengamos derecho a conocer nuestro pasado. Hasta que no podamos saber qué sucedió, la transición no se habrá completado.