El documental "Veritats de mentida" enfrentaba un gran reto. La postverdad, que era el tema de la cosa, tiene mil caras, que incluyen los hechos alternativos, hackers, la falta de escrúpulos en política, la potencia de las tecnologías de difusión de contenidos en manos de cualquiera, la crisis del periodismo, el desgaste de los valores clásicos...

A carne dura, dentadura. La directora del docu, Montserrat Besses, y el equipo del Sense Ficció de TV3 se ataron los cordones y lo sacaron adelante más que bien. Este martes por la noche fue el programa más visto en su horario, donde consiguió el 13,3% de los telespectadores (402.000 personas), y el segundo más comentado en redes sociales en todo el Estado.

Es para tirar cohetes que se lleve el gato al agua un informativo de una hora que aborda una cuestión densa como la postverdad, una clase de mentira que manipula a las personas construyendo hechos alternativos que atacan sus emociones y creencias y esquivan su racionalidad.

El docu elige y liga conceptos (hechos alternativos, fake news, algoritmos, etcétera) y sus expresiones en la realidad, y los teje con varios actores del mundo de la opinión pública de forma comprensible. Simplifica, exagera, ejemplifica, que es una técnica periodística infalible. Además, es parte de un evento más amplio —un debate en un teatro, con público, dentro del festival DocsBarcelona— que le da una vida más allá del formato televisivo.

Restaurante y billar

El guión ofrece metáforas eficaces, como el restaurante de la postverdad o el billar de las redes sociales. Tiene ritmo y no pierde el hilo mientras abrocha un concepto con otro hasta construir el mosaico entero. Algunos personajes son un acierto, como los dos rusos. Hay micromomentos impagables, como el contraste entre el filósofo José Antonio Marina y Mariano Rajoy a propósito del cambio climático, o entre el extremista del AfD de Leipzig, que acusa a la prensa de mentir, mirando al suelo, mientras el director del diario local dice "nosotros no contamos mentiras" mirando a cámara.

También se le pueden hacer reproches. Algunos son menores. El off es a veces demasiado enfático. Pierde el pulso en algún pasaje, como en la serie de ejemplos al final del primer cuarto de hora. En otros se pasa de inquietante; o quizá es la música y los efectos audio, que exageran el dramatismo de algunos momentos; o algunas declaraciones —Marina cuando dice "las cosas pasan taaaan rápidamente" o "nos piden que decidamos continuamente". No será tanto.

Otros son más gruesos. Faltan estrellas de la postverdad -Eli Pariser, Tim Wu, Nicholas Carr, Jimmy Wales, Kath Viner... Otros están fuera de lugar, como el CEO del New York Times, Mark Thompson, a quien hace daño ver diciendo vaguedades y tópicos con esa cara tan solemne.

El tema pedía cavar un par de metros más de profundidad —siempre quedan un par de metros más por cavar. La impresión que da el docu es que la postverdad es un fenómeno cerrado en el perímetro de la política y de esa segunda división de la política que tantas veces es el periodismo. No es así, pero, si lo fuera, en el documental se echaría de menos la referencia a algunos inductores del fenómeno postverdad, como el extremismo de la corrección política, el activismo disfrazado de periodismo o el sensacionalismo.

Todos estos factores disfrutan, además, de un multiplicador al alcance de todo el mundo: las redes sociales (de las que el documental, naturalmente, se ocupa bien).

Evitar la mentira

La postverdad tiene a ver, más de lo que parece, con la incorporación al proceso informativo del público en general y de algunas corporaciones en particular, como Google, Facebook o Twitter, que se lo apropian como disfraz de su negocio real. Unos y otros actúan como periodistas pero rechazan sujetarse a los sistemas formales e informales de supervisión profesional de los periodistas: las rutinas del oficio, la competencia de los colegas, la dedicación plena... Todo este entramado de garantías, tan precario como se quiera, ha estallado. Ni el público ni aquellas empresas se consideran obligadas a sujetarse a él. Si la libertad de expresión y el derecho a la información son suyos, de las personas —¡y así es!— también lo es la responsabilidad asociada a su ejercicio.

La realidad de un periodismo degradado no excusa a quien quiera ejercerlo, aun ocasionalmente, de cumplir con las buenas prácticas profesionales, que, en el fondo, no son más que la formalización del principio general de evitar la mentira y sus parientes, principio, por cierto, que no obliga más —sino de otros modos—- a los periodistas que en el resto de personas.

Los activistas, por su parte, pueden descubrir la verdad y de vez en cuando lo hacen, pero siempre al servicio de su objetivo principal: hacer avanzar o ganar sus ideas. Que utilicen las técnicas del periodismo no los incorpora al oficio. Las agencias rusas Sputnik o RT entran dentro de esta categoría, pero en el docu aparecen como entidades periodísticas. No lo son.

La 'variante guarra'

El docu pasa de puntillas sobre el sensacionalismo, que no es la variante guarra del periodismo sino otro mundo. Los tabloides (y no tan tabloides) amarillos británicos son el icono de una actitud donde todo vale: ensuciar reputaciones, asediar y aplastar la intimidad de las personas, fabricar infamias, sobornar testigos, pinchar teléfonos... Todo para disponer de emociones fuertes en portada. Las postverdades de la campaña del Brexit, que el docu resume tan bien, no habrían calado sin esta máquina de manipular que destruye el espacio de discusión pública, idiotiza a las personas, muchas veces indefensas, y motoriza la crisis de confianza en las instituciones que alimenta el populismo.

Hablando de populismo, el docu ofrece uno de sus (bastantes) momentos fenomenales cuando alguien dice que los populistas atacan a la prensa "porque puede establecer la verdad" y por eso "atacar a la prensa es debilitar la democracia". Bien. La prensa no salvará la libertad ni la democracia pero ni una ni otra se salvarán sin la prensa ni la verdad. Ciertamente, hemos llamado "prensa" y "periodismo" a mil degradaciones. Pero el periodismo está en primera línea de defensa de los valores democráticos. ¿Si los ataques a la prensa, incluida la degradada, prosperan, qué otra institución caerá después?

Establecer la verdad es cuestión de justicia. Hay una relación directa y esencial entre el periodismo y la justicia. Si justicia es dar a cada uno lo que es suyo y todo el mundo tiene derecho a la verdad, estamos en medio de una relación sorprendente, en la que se basa la obligación de los periodistas de buscar la verdad. Encontrarla es ya otra cosa, pero el periodismo se consume en este trabajo, arduo y vertiginoso al mismo tiempo, que se convierte en una droga por el placer que da encontrarla. Gabriel Ferrater lo dejó mejor dicho en Teoria dels cossos: "La verdad nos parece más interesante porque nos trae a nosotros dentro". El documental va de eso. No te lo pierdas.