Stéphane Michonneau es un historiador francés, profesor de la Universidad Lille 3, especializado en la historia de Catalunya y de España, y que habla un catalán impecable. En los últimos años se ha dedicado a realizar investigaciones sobre la memoria histórica, especialmente sobre la batalla de Belchite y el conjunto de la Guerra Civil. Es autor de un famoso libro sobre las políticas de la memoria en la Barcelona del siglo XIX: Barcelona, memòria i identitat. Monuments, commemoracions i mites (Eumo Editorial, 2002); y tiene un completo artículo sobre el monumento a Colón. El Comisionado de Programas de la Memoria del Ayuntamiento de Barcelona lo invitó, el pasado día 7, a realizar una conferencia sobre el monumento en Colón, y con motivo de esta actividad ha sido entrevistado por El Nacional.

 

¿Cuál es el origen del monumento a Colón de Barcelona?

El proyecto es de 1874, y se inició a propuesta de algunos políticos conservadores, que consiguieron que su propuesta fuera aceptada por el Ayuntamiento. Es una iniciativa que se produce muy pronto. La propuesta de monumento se materializa antes de que Madrid y Huelva hayan construido sus monumentos a Colón. Enseguida el proyecto de monumento se ligó al proyecto de la Exposición de 1888, que era una iniciativa privada. Se estableció que su inauguración tenía que coincidir con la inauguración de la Exposición. El monumento a Colón era el emblema del proceso de reorganización urbanística de la ciudad impulsado con motivo de la Exposición.

¿Así, pues, la propuesta del monumento se debe a una iniciativa local?

Efectivamente, la idea no parte del Estado. En el siglo XIX, el Estado financia muy poco las políticas de memoria; casi todas las iniciativas son locales. En todo caso, aquí nos encontraríamos con un debate interno dentro de la sociedad catalana.

No es el único monumento a Colón que se construye en aquella época...

El monumento se construye en un momento de gran interés por la figura de Colón, en toda Europa y en Estados Unidos. Entre 1860 y 1880 se erigen monumentos a Colón en varias partes de América, pero también de Europa: en Nueva York, en Lima, en Génova, en Viena... Cuando se acaba el monumento de Barcelona, en España ya hay siete. Y en Madrid, además del monumento de la plaza Colón, hay dos estatuas más del personaje: una en el Ministerio de Ultramar y la otra en el edificio del Senado.

Este monumento tuvo un coste muy alto. ¿Quién lo financió?

Hubo una suscripción popular, pero esta en realidad solo consiguió cubrir una pequeña parte del coste total. Esta suscripción trataba de representar a las élites, y por eso las contribuciones mínimas eran muy altas: eran bien pocos los que podían aportar. Al fin sólo participaron 300 personas, de toda España y de América, con importantes aportaciones de las empresas... Era una suscripción para mover a las élites, que no tenía nada que ver con las aportaciones realizadas para los monumentos a Verdaguer o al doctor Robert, auténticamente populares.

¿Qué diferencias tiene el monumento de Barcelona con respecto a otros monumentos colombinos, como los de Madrid o Huelva?

En Madrid y en Huelva los monumentos a Colón ponen su énfasis en el papel de Castilla como protagonista de la conquista americana, mientras que en Barcelona se apunta más hacia la participación de la Corona de Aragón en un proyecto compartido. La idea de fondo es que sin Catalunya el descubrimiento no se habría podido hacer. En Madrid y en Huelva hay un mensaje religioso (en Huelva, incluso hay una cruz en la obra); en cambio, en el monumento de Barcelona no hay referencias religiosas. Las motivaciones del Colón catalán son más patrióticas y comerciales, las del Colón español más colonizadoras y evangelizadoras. La visión catalana de Colón sería una visión más laica y capitalista.

Usted afirma que en 1892 se produjo un divorcio entre Colón y Catalunya. ¿Por qué?

Hasta 1892 Barcelona participó de la ola de admiración colectiva a Colón que atravesaba Europa y América. Y se le dio una visión provincialista: se le presentaba como un representante del genio comercial catalán, básico para la modernización española. Pero la interpretación religiosa y centralista del personaje se impuso en toda España en 1892, con la conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento. Triunfó la visión de Colón como exponente de la raza y esta lectura no gustaba en Barcelona. En la década de 1890 en Catalunya se difundió una lectura nacionalista de la historia, y aquí Colón no encajaba. Hay debates, todavía, sobre si Colón era catalán o no, pero ya no es un personaje que encaje en la lectura de la historia dominante.

El monumento a Colón es la torre Eiffel catalana"

En el momento de su construcción, este monumento se consideró como una exaltación de la tecnología.

Evidentemente. En el monumento a Colón era más importante el valor técnico que el estético. El monumento, artísticamente hablando, es muy clásico. No se le valora por su belleza, sino por su altura, por su volumen... El monumento a Colón quería reflejar a una sociedad que estaba progresando, que valoraba la ciencia y la técnica como signo de su progreso. Y el gigantismo era importante para demostrar la capacidad tecnológica de esta sociedad. El monumento a Colón es la torre Eiffel catalana. En aquel momento era la columna más alta del mundo, y tenía un gran ascensor en su interior, en un momento en el que había muy pocos. Eso era esencial. Además, el monumento a Colón ofrecía la posibilidad de tener una vista panorámica de la ciudad, en un momento en el que, para verla así, se tenía que subir a Montjuïc... Y el mensaje tecnológico va unido a un mensaje político: hacer el monumento más grande es una forma de demostrar superioridad; este monumento fue construido por una empresa catalana. La idea de fondo era demostrar que Catalunya era más moderna y más industrial que el resto del Estado, y que tenía que conducir el progreso de España. La idea de Catalunya como locomotora de España.

¿Usted considera que la imagen de Colón es apreciada por los barceloneses?

Este monumento desde el punto de vista político ahora no tiene mucho sentido. De hecho, ya hace mucho tiempo que no tiene mucho sentido. Pero aunque las motivaciones políticas desaparecieron hace más de 100 años, hay una especie de identificación entre la ciudad y el monumento. No sé si es por su perfil, por su ubicación, porque marca el skyline de la ciudad... Colón está reproducido en muchísimas postales, y todos los barceloneses lo tienen presente en su imaginario. Es un monumento que tiene un valor icónico muy importante. Funciona en el imaginario de Barcelona, para los extranjeros, pero también funciona con la identificación de los barceloneses con su ciudad.

Últimamente ha habido mucha polémica sobre el monumento a Colón. Pero no parece que usted sea partidario de retirarlo...

El valor icónico de este monumento es importante. En 1936 los anarquistas ni se plantearon derribarlo. Por eso, por el valor que tiene para los barceloneses, no me parece adecuado demolerlo. El monumento a Colón forma parte de la marca Barcelona. Soy partidario de asumir el pasado, sea cuál sea. Tenemos un pasado imperialista y colonialista, pero las cosas se tienen que asumir. Quizás lo que se tendría que hacer es explicar a la gente con carteles y con folletos lo que representa este monumento y ayudar a situarlo en lo que es la Catalunya de hoy. El monumento a Colón forma parte del patrimonio de Barcelona y se tiene que preservar.