El presidente de la Generalitat tiene un sexo de un tamaño descomunal. Este es un elemento importante de la novela Infidels a la pàtria, de Jordi Panyella. Pero más importante todavía es el hecho de que el presidente use su miembro para satisfacer a la jefa de la oposición, la ferviente españolista Carmela Rodríguez. Evidentemente, esta relación no puede quedar al margen de las maquinaciones políticas, especialmente cuando faltan pocos días para que el Parlament de Catalunya vote la celebración de un referéndum para la independencia del territorio. Con esta novela, que aspira a alcanzar a un público muy amplio, Jordi Panyella combina la política ficción con el erotismo y, sobre todo, con el humor, con toques de Tom Sharpe. El epígrafe de la obra claro está y directo: "Empalmar y reír, y sobre todo, vivir".

La pasión de los políticos

Los políticos también tienen sexo, y éste puede ser la causa de muchos de sus quebraderos de cabeza (como demostró Bill Clinton en su momento). En la novela de Panyella los políticos tienen una agitada vida sexual, que tratan de tapar lo mejor posible. Ninfomanías, adulterios, represión, fetichismo... Pero el sexo también es utilizado como una herramienta de control social. En los despachos hay sofás, pero también hay cámaras. Todo el mundo intenta saberlo todo, y usar esta información contra el enemigo. Y la hipocresía es omnipresente, incluso en el partido del gobierno, la conservadora Convergència Cívica Catalana. El presidente Ernest Audaç se sentirá atraído por la jefa de la oposición en medio de un debate parlamentario, pero ambos tendrán que camuflar su tórrida pasión por salvaguardar su posición política.

Ni Puigdemont ni Arrimadas

Jordi Panyella asegura que ni el Ernest Audaç es Puigdemont, ni Carmela Rodríguez, Inés Arrimadas. Alega que cuando empezó a escribir la obra, Arrimadas no tenía el papel que tiene actualmente. Y tampoco podía ni sospechar que Carles Puigdemont llegaría a presidente. En realidad, Jordi Panyella conoce bien al actual president de la Generalitat, porque había trabajado con él como periodista, pero asegura que cualquier similitud entre la ficción y la realidad es pura coincidencia.

En paralelo, la redacción

Panyella no sólo ironiza sobre el mundo de la política, sino que también aprovecha la ocasión para hacer una sátira despiadada del mundo del periodismo. Los trabajadores y directivos del diario tratan de jugar también su carta política, y el diario, en lugar de actuar como una herramienta de información, se convierte en una maquinaria partidista que sólo quiere escandalizar. Pero Panyella va más allá: todo lo que pasa en el mundo de la política catalana tiene un reflejo directo en la redacción del diario AldiA. Y las miserias y los excesos sexuales de los políticos tienen su equivalencia en los divanes de la redacción. Las relaciones entre el director y el jefe de fotografía y sus trabajadoras, y entre las trabajadoras y el camarero del bar de la esquina no tienen nada que envidiar a las de Ernest Audaç y Carmela Rodríguez. A través de los periodistas de la novela, Panyella trata de poner de manifiesto las miserias de la profesión, y también del conjunto de la sociedad.

Aburrido del procés

Jordi Panyella reconoce que se le ocurrió la idea en una aburrida convención de Esquerra Republicana en un hotel de Castelldefels; el esquema de la novela lo escribió, a toda velocidad, durante el acto. De hecho, una de las escenas clave de la novela tiene lugar, justamente, en una convención de un partido político que se celebra en Castelldefels. Compara el proceso soberanista con un hámster que no para de dar vueltas a la rueda y se muestra aburrido por la crónica política. "Al proceso le falta empalmarse", asegura Panyella, que quiere desacralizar aquello que él considera amuermada vida política local.

"La perversión máxima del periodismo"

Jordi Panyella asegura que el pedazo de papel que le ofrecen cada día en su medio "se le había quedado pequeño" y que necesitaba desahogarse en una obra más extensa, pero sobre todo, más imaginativa. Para él, esta novela ha supuesto una gran ocasión, ya que le ha permitido ir mucho más allá de lo que había ido nunca. "Me invento un titular y a partir de aquí todo el resto de la historia", afirma: "Eso es la máxima perversión del periodismo". Panyella asegura que se siente más libre escribiendo libros que escribiendo en el periódico y plantea Infidels a la pàtria como una catarsis para liberar todos sus fantasmas.

Nuevo, pero viejo

Jordi Panyella es un veterano de la pluma. Hace años que ejerce como periodista y se ha especializado en la crónica de tribunales. Pero hasta ahora no había publicado ninguna obra de ficción. Eso sí, había escrito un par de ensayos que tuvieron muy buena acogida, en los que abordaba temas polémicos de nuestro país. En el 2012 publicó Fèlix Millet, el gran impostor: La trama secreta de l'espoli del Palau. Y dos años más tarde sacó Salvador Puig Antich, cas obert: La revisió definitiva del procés, donde después de una investigación detallada, cuestionaba el juicio que llevó a la ejecución del joven militante del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL). Panyella asegura que la policía eliminó pruebas que habrían demostrado la inocencia de Puig Antich, y critica el hecho que la justicia no haya intervenido nunca para rectificar. Exige que el Estado español rectifique, a pesar del tiempo pasado.

Sin tapujos

El libro de Panyella ha sido publicado en el sello Capital Books, patrocinado por el N9u Grup Editorial, con el objetivo confeso de crear libros en catalán equivalentes a los best-sellers que muchos catalanes leen en traducciones de otras lenguas. Capital Books se definía como un proyecto de promoción de una literatura "popular y de calidad". Con el fin de conseguir esta literatura "popular", el autor (y el editor, que participó activamente en los retoques al texto) apuestan por una gran simplicidad, tanto en los personajes como en la trama. Que nadie espere diálogos filosóficos. Y el recurso al sexo fácil es constante: el frenesí orgásmico aparece a las primeras páginas y no se perderá en todo el texto, hasta el punto que Barcelona acaba reinventándose en "el escenario de una moderna Somorra i Gomorra", tal como apunta el mismo autor.

Fotografía: Jordi Panyella. © Gemma Aguilera