Este domingo, 7 de mayo, los franceses están convocados a las urnas para elegir, en segunda vuelta, al presidente o la presidenta de la República. Unas elecciones determinantes. La figura del presidente de la República es algo más que un jefe de Estado. En el imaginario francés es el rey republicano de Francia. El heredero plebeyo y democrático de una tradición monárquica y dinástica que arranca en la centuria del 500 -hace 1500 años. Francia, como entidad política propia, surgió de la desintegración del imperio romano. Pero con el transcurso de los siglos ha liderado varios proyectos de unificación europea. Como potencia militar o como referente cultural. Como monarquía o como república. Los catalanes tenemos una vieja relación con la Francia monárquica que explica nuestro origen nacional. Y una cercana -y no siempre satisfactoria- relación con la Francia republicana. La que surge de la Revolución de 1789. La que confirma nuestra vocación europeísta.

Los Borbones franceses y el catalán

Luis XIV, el abuelo y valedor del primer Borbón hispánico, prohibió el uso público del catalán en la provincia francesa del Rosselló. Era el año 1700. Todavía faltaban 89 años para la Revolución, pero la catalanofobia ya hacía carrera. Afirmó -con borbónica rotundidad- que en la gran Francia que él imaginaba "el uso del catalán repugnaba y era contrario al honor de la nación francesa". Jacint Rigau-RosSerra (Hyacinthe Rigaud, en francés), el gran retratista de Versalles, catalanohablante nacido a Perpinyà y educado en catalán, lo vivió en primera persona. Entonces los pintores retratistas eran los auténticos ídolos de las clases urbanas. Un equivalente -con las oportunas reservas- a los futbolistas de elite de la actualidad. A pesar de todo, hay que suponer que el "Messi de Versalles" -hijo de una estirpe de menestrales arraigada en Perpinyà desde hacía siglos- poco o nada debía de poder hacer, más allá de observarlo con el escepticismo que los genios se miran los excesos de los acomplejados.

La Revolución y el francés

Luis XIV era detestado por muchas cosas. Pero básicamente por su halitosis insoportable, que tanto incomodaba a sus cortesanos. El aliento borbónico, sin embargo, no traspasó las paredes de Versalles. Y no tanto por la solidez de sus muros, sino porque la sociedad de la época (el Ancien Régime) era marcadamente clasista y elitista. La corona, con la nobleza, y el resto, a la intemperie. El año en que los desclasados asaltaron la Bastilla y guillotinaron al nieto de Luis XIV (1789), Francia era, todavía, un mosaico cultural y lingüístico. El francés, elevado a la categoría de lengua del poder y de la cultura era, paradójicamente, la lengua de tan solo uno de cada diez franceses: la región de París. Francesc Aragó (François Arago, en francés), el gran científico francés del XIX, nacido en Estagell, al noroeste de Perpinyà, catalanohablante y educado en catalán en casa, y en francés en la escuela confesional -la única que existía-, fue un convencido republicano que conoció la Revolución de primera mano.

Girondinos y jacobinos

Guillotinar a los reyes de Francia no era un tema menor. Luis XVI y Maria Antonieta eran los herederos de los merovingios que mil años antes habían fundado la monarquía francesa. Llevarlos al cadalso como unos vulgares rateros, aunque lo eran, exigía un consenso revolucionario sin fisuras. Las dos principales corrientes revolucionarias -girondinos y jacobinos- se entregaron al clima de violencia que imperaba, y dejaron las soluciones negociadas para otro siglo. Los girondinos -federalistas- fueron derrotados y exterminados por los jacobinos -unitaristas. Entonces se impulsó la ecuación perversa que relacionaba el francés con la ideología revolucionaria, y las lenguas no francesas con el Ancien Régime, el régimen decapitado. Francesc Aragó, entusiasta de la cultura catalana, llegó tarde al poder. Dirigió la segunda Revolución (1848), que llevó a la II República y fue proclamado presidente. Pero el jacobinismo estaba totalmente inoculado en los cenáculos de poder de París.

El mariscal Joffre, el catalán más francés

Mariscal Joffre

Mencionaba al inicio que la monarquía francesa se fundó al derrumbarse el imperio romano. La más antigua de Europa. Pero la nación francesa no se creó hasta la Revolución de 1789. O mejor dicho, se articuló a partir de la Revolución. El discurso revolucionario tenía un componente nacional muy acusado. Lo revela claramente la letra de La Marsellesa: hijos de la patria. Y lo revela también la política educativa, la instruction publique y universal francesa. Rigurosamente en francés. Una nación, una lengua. Sin concesiones a la historia. Ni a la realidad. Pero en la Catalunya Nord, el catalán mantenía su condición de lengua popular. El catalán era la lengua de las calles, de los mercados y de los oficios religiosos. En este escenario nació y creció Josep Joffre i Pla, el mariscal Joffre, el militar más relevante de la historia contemporánea de Francia (con el permiso de De Gaulle), que al estallido de la Primera Guerra Mundial (1914) salvó a Francia de una humillante derrota.

"Soyez propres, parlez français" (Sed limpios, hablad francés)

Joffre nació en Ribesaltes, una pequeña villa situada al norte de Perpinyà. Era catalanohablante, como Rigau y como Aragó. Y fue educado en catalán. En casa, por supuesto. En la escuela, como en todas las escuelas de la Catalunya Nord -públicas y confesionales- había un gran cartel que rezaba "Soyez propes, parlez français." Joffre creció en un ambiente escolar que alimentaba el complejo de inferioridad y fomentaba el auto-odio. Cuando Joffre salió de Ribesaltes, hizo la carrera militar en la École Polytecnique, movilizó toda la Armée a golpe de taxi para salvar París, consiguió implicar a los Estados Unidos en la causa francesa y alcanzó la categoría de héroe nacional. Pero el militar más parsimonioso de París y el catalán más francés de la historia de Francia, por alguna razón misteriosa, conservó la casa solariega, la lengua familiar y la identidad catalana. Cal Joffre fue un punto de reunión y de debate -e incluso de refugio- de independentistas catalanes del Principat.

Los gitanos de Perpinyà

Barrio de Sant Jaume. Perpinyą

Los conflictos mundiales de 1914 y 1939 fueron la clave de bóveda definitiva. Francia, amenazada y agredida por el enemigo atávico alemán, se reafirmó en la trinidad jacobina (Francia, República, francés). Y las lenguas no francesas perdieron el eslabón que garantizaba la conexión intergeneracional. En Perpinyà, sin embargo, la comunidad gitana del barrio de Sant Jaume -que hace seis siglos que vive allí- mantuvo viva la transmisión de la lengua y de la identidad. Durante los oscuros años 70 y 80 del siglo pasado, cuando el catalán tocó fondo, Sant Jaume fue un verdadero bastión de resistencia y de identidad. Han pasado 40 años y el catalán recupera posiciones. Al paso parsimonioso de Joffre. Y con el desprecio más absoluto de la clase política francesa. Monsieur Manuel Valls incluido. Un catalán de Barcelona experto en las tuberías del Elysée, con fama de tirano y de huraño, a quien le convendría -le valdría la pena- conocer la historia de los gitanos de Sant Jaume. "Parauleta del nen Jesús!​"