Hoy, 19 de marzo, onomástica de los Josés, es también la gran festividad fallera valenciana. Las Falles son la máxima expresión de la fiesta valenciana. Y son también un tópico que, en muchas ocasiones, desplaza injustamente a un segundo término los elementos más relevantes de la personalidad colectiva del pueblo valenciano. Las Falles, sin embargo, forman parte de una dinámica que explica la historia de la nación valenciana. Las Falles, como manifestación cultural y sociológica, nacieron en València "cap i casal" durante la centuria de 1700 y, progresivamente, se expandieron al conjunto del País Valencià. Cuando menos, en un buen número de pueblos y villas de las comarcas litorales. La historia valenciana -como la catalana- gravita sobre la capital. València "cap i casal" ha sido el centro de la historia valenciana. La raíz catalana trasplantada justo en medio de la huerta, ejerciendo un papel primordial -un protagonismo más que destacado- en la génesis, en la formación y en la evolución nacional del País Valencià. Desde sus orígenes.

Los aniversarios

Cuando Jaime I puso los pies en València, el País Valencià no existía. València es el impulso que articula la nación. El País Valencià es una realidad de tradición antigua pero de fábrica medieval. Era el año 1238. El 9 de octubre, que los valencianos celebran desde hace siglos como su festividad nacional. Es una fecha importante que revela claramente que, en el imaginario colectivo valenciano -desde hace siglos-, el 9 de octubre es una fecha de aniversario. El del nacimiento, la génesis de la nación valenciana. El 19 de marzo, la fecha fallera, simboliza otro nacimiento que tiene una relación directa con la celebración de los ciclos vitales: la primavera, el inicio del año solar. Después, la historia situaría otras fechas importantes en el calendario valenciano. El 25 de abril, que conmemora la derrota de Almansa (1707), la derrota de los ejércitos austriacistas en manos de los borbónicos en el contexto de la Guerra de Sucesión hispánica. Un equivalente al 11 de septiembre catalán, porque después de Almansa el País Valencià fue cubierto de silencio. Nacimiento, vida y muerte que explican la complejidad valenciana.

El solar ancestral

No obstante, las cancillerías de Barcelona y de Zaragoza -los motores de la fábrica valenciana- sabían muy bien que más allá del Ebro -del curso bajo del río- el territorio respondía a una tradición antigua que, si bien estaba íntimamente vinculada a las raíces culturales catalana y aragonesa -de la etapa histórica de la civilización norteibérica- tenía unas características propias. El mapa de las naciones norteibéricas -el denominador común ancestral- que cubría el espacio formado por un triángulo con los vértices situados en Narbona, Zaragoza y València. Lo que no estaba tan claro era dónde situar el hito que tenía que fijar los límites. Las extrañas circunstancias que, en muchas ocasiones, construyen la historia hicieron que Amposta fuera catalana, que Alcañiz fuera aragonesa y que Morella, Vinaròs y Benicarló se convirtieran en las primeras villas de una nueva entidad que adquiriría el rango de país. Porque el mapa olvidado de los ilercavones -la raíz cultural norteibérica- dominaba el territorio entre el Ebro y el Mijares. Y entre la línea de la costa y el valle del río Matarranya.

La Valencia andalusí

El año 1238 catalanes y aragoneses se encontraron un país absolutamente islamizado y arabizado. Cinco siglos de aculturación habían borrado todos los testimonios culturales y lingüísticos de raíz ibérica y de tradición latina. Valencia era una ciudad andalusí y su trazado -urbanístico, arquitectónico, sociológico y cultural- no difería en nada del de Granada o del de Tánger, por poner dos ejemplos. Las pretendidas bolsas de población cristiana vieja -los mozárabes-, que habrían conservado la lengua latina, en el caso del País Valencià no son más que un falso mito alimentado por ciertos sectores ideológicos que, sin ningún criterio académico, defienden un origen no catalán de la lengua valenciana. En el caso de València "cap i casal", y del País Valencià por extensión, la investigación historiográfica -la académica, por supuesto- ha probado rotundamente que su sociedad andalusí era muy compacta y homogénea. También en este caso el pretendido mestizaje es un falso mito, que estaría reducido a una categoría estrictamente biológica. Porque la invasión árabe fue un fenómeno de aculturación absoluta.

Los moriscos

La conquista catalanoaragonesa del País Valencià provocó una fractura de la sociedad andalusí valenciana. Como suele pasar en todas las guerras, los ricos se escaparon. Las elites árabes de València hallaron refugio en los dominios de la monarquía nazarí de Granada. Y las clases populares se quedaron en el territorio. O mejor dicho, tuvieron que quedarse en el territorio. Por muchas razones, pero básicamente porque su modus vivendi estaba estrechamente relacionado con la tierra, con los recursos de la tierra. El País Valencià islámico ya era una potencia agraria. Y sin embargo, los campesinos fueron desplazados y encuadrados en las grandes propiedades de la aristocracia militar catalanoaragonesa. Y fueron convertidos en mano de obra semiesclava que en tiempo de paz producía a bajo coste y que en tiempo de revoluciones era reclutada para los ejércitos particulares de sus amos. Un papel difícil que, históricamente, generaría importantes conflictos entre las clases populares -las moriscas y las cristianas-, con un evidente beneficio para los intereses políticos de las oligarquías aristocráticas. Hasta la definitiva expulsión de 1609.

Los catalanes

El año 1238, el año de la conquista de Jaime I, València "cap i casal" fue literalmente vaciada de población morisca. El Llibre de repartiments revela que en la capital se produjo una sustitución radical de población. Las casas, los obradores, las tiendas, las tabernas y los huertos -intramuros y extramuros- fueron asignados a población catalana -mayoritariamente- y aragonesa y languedociana -en menor medida-, que procedía de los señoríos de la aristocracia militar que había participado en la empresa conquistadora. Con un destacado protagonismo leridano. La abundancia de apellidos en la València contemporánea que hacen referencia a lugares geográficos de la llanura leridana -en aquellos años, la región más densamente poblada del Principat- lo corrobora. Verdú, Cervera, Agramunt, Balaguer, Guimerà, Tàrrega, Urgell, Segarra, Noguera, Garrigues son, desde la conquista de Jaime I, patrónimos habituales en el "cap i casal" y en el conjunto del país. Estirpes de las clases populares -campesinas, artesanas y mercantiles- que han forjado la historia del País Valencià

El catalán de València

Las lenguas de los conquistadores eran la catalana y la aragonesa. Eso nadie lo pone en duda. Ni siquiera aquellos que niegan la filiación catalana del valenciano. A partir del año 1238, el catalán -idioma mayoritario de los nuevos pobladores- se convirtió en la lengua de las calles, de las plazas, de los gremios y de las instituciones del "cap i casal", y de las alquerías, pueblos y villas de la mitad oriental del país -la fachada costera. En cambio, el aragonés se convirtió en la lengua de la mitad occidental -el traspaís. Los aragoneses y los languedocianos que se instalaron en la región catalanohablante adquirieron, pasadas unas cuantas generaciones, la lengua mayoritaria. El resultado o, mejor dicho, la evolución del resultado, es la característica forma del catalán de València que se puede llamar -y se llama- valenciano. Un catalán occidental con influencias del aragonés y, también, del occitano. En cambio, los catalanes que se establecieron en el interior adquirieron el aragonés mayoritario. Surgió un dialecto propio y diferenciado, que en el transcurso de los siglos desaparecería devorado por el castellano.

El búnker de la imbecilidad

Nadie con un mínimo de solvencia intelectual sostiene que el valenciano -el catalán de València y del País Valencià- es una lengua diferenciada del catalán. El reducto de imbecilidad -entendida esta en el sentido, desde la filosofía, de quien hace difusión de ideas de tono y de contenido muy bajos- que lo sigue afirmando, lo hace por intereses puramente personales y de clase. Y son los mismos que, dándole la vuelta, negarían que el castellano de Burgos, de Sevilla o de Buenos Aires sean idiomas diferentes. Pero quizás nos regalarían el chiste de defender que el idioma de Nueva York es el norteamericano, o el de Melbourne, el australiano. Es lo que tiene no tener cultura. O, sencillamente chulearla, prostituirla. Una legión de elementos que habían hecho fortuna al abrigo de las instituciones y que habían ensuciado la imagen y la proyección del País Valencià, convirtiéndolo a ojos de la opinión pública europea en la versión más vanguardista de la Sicilia mafiosa del siglo pasado.

Los no tópicos

Pero el País Valencià no es eso. El País Valencià es otra cosa que el "caloret" y los "dos millons de peles". El País Valencià és el centro absoluto del Mediterráneo. Es el país de los contrastes. Es luz y sombra. Es fiesta y luto. Es juicio y arrebato. Es vanguardia y tradición. Es ciudad y campo. Como el Principat, como el Languedoc, como la Provenza, como la Liguria, como la Toscana, como el Lacio o como la Campania. Como las Mallorques, como Córcega, como Cerdeña o como Sicilia. Es el Mediterráneo, con su historia de plenitud y de decrepitud. De victorias y de tragedias. Es cultura. Es civilización. Es València, "cap i casal", el alma gemela de Barcelona. Y es el País Valencià. Nuestros hermanos del sur.