El viernes 14 de julio hizo 228 años que el pueblo de París asaltaba el castillo de la Bastilla, la prisión que simbolizaba la opresión del régimen monárquico absolutista personificado en la figura de los Borbones de pelucas imposibles y de vida licenciosa. Era el año 1789 y la toma de la Bastilla sería el punto de inicio de la Revolución Francesa. Un estallido popular que haría temblar los cimientos políticos y culturales de Europa. También en Catalunya. Las ideologías revolucionarias y contrarrevolucionarias dividirían a la sociedad catalana en dos partidos irreconciliables que, 75 años después de la derrota de 1714, abrirían —de nuevo— el melón del caso catalán para plantear, en cualquiera de los casos, un redibujo de la relación Catalunya-Espanya. La toma de la Bastilla es, también para Catalunya, el punto de inicio de una etapa de conflictos. Las luchas encarnizadas de revolucionarios liberales contra apostólicos foralistas, que llenaron los cementerios de Catalunya durante buena parte de la centuria de 1800.

Un país de campesinos

El paisaje social de la Catalunya de 1789 no tenía ninguna similitud con el actual. Apuntaba lo que sería, pero con significativas diferencias. Catalunya era un país básicamente agrario. Poblado pero rural. Bordeaba el millón de habitantes y era —con Galicia y Andalucía— el territorio más poblado de los dominios borbónicos peninsulares. Pero sólo Barcelona superaba los 100.000 habitantes. Con estos elementos —y con la dinastía borbónica en el trono de Madrid— se entiende el inmenso poder que conservaban las clases pasivas —la nobleza y el clericato— sobre una buena parte de la sociedad. Y su capacidad de control y de influencia sobre la ideología de aquella sociedad. Y explica, también, el conflicto que enfrentaba la burguesía mercantil urbana contra la gran masa campesina rural —propietarios y jornaleros— por el control de la producción y de los precios agrarios. Conflictos que provocaban crisis económicas horribles y todo lo que comportaban estos fenómenos.

La grieta revolucionaria

La toma de la Bastilla parisina, protagonizada por las masas populares urbanas pero dirigida por las élites burguesas plebeyas, confirmó la definitiva fractura de la sociedad catalana. La burguesía mercantil de Barcelona, de Reus y de Mataró —los tres focos preindustriales del país— y las escasas clases intelectuales del país —profesores, juristas, periodistas, economistas— se sintieron inmediatamente seducidas por el ideal revolucionario. Y en cambio, las clases pasivas —la nobleza y el clericato— lo interpretaron como una seria amenaza a su privilegiada posición. El temor al contagio ideológico les hizo desplegar una poderosa propaganda que presentaba a los revolucionarios franceses —y a todos los que se sumaban— como la personificación del Apocalipsis: enemigos de la religión y de la tradición y, por lo tanto, enemigos de la Iglesia, de la monarquía y del orden universal. El conflicto campesinos versus burgueses y la mala prensa que los franceses tenían en Catalunya hicieron el resto.

Mapa de Francia (1789) / Fuente: Anciennes cartes de France

Catalunya revolucionaria

En Francia, la Revolución condujo a una guerra civil. Pero entre revolucionarios. Primero monárquicos contra republicanos. Y después, cuando pasaron por la guillotina a los Borbones de Versalles, jacobinos y girondinos se entregaron a una matanza que alcanzó, incluso, a los cargos más relevantes del gobierno. Una orgía de sangre que habría cautivado incluso al romano Calígula. Con el triunfo del jacobino Robespierre se abrió la segunda parte de un partido que, con lo que se había visto en la primera, prometía muchísimo. Políticamente hablando. Robespierre y su mano derecha Couthon se propusieron exportar la Revolución como una manera de recuperar el liderazgo continental. La celebrada grandeur. Y la guillotina de segar reales cabezas como una marca propia, tipo denominación de origen. En aquel contexto entraría en juego Catalunya. Couthon, que era occitano, tenía los elementos culturales para entender y para seducir a los catalanes e implicarlos en el proyecto "europeísta" de Robespierre.

Rajoy, Macron y Robespierre

La tontería debe ser contagiosa. Porque cuando Macron encajó la mano a Rajoy y le dijo que el gobierno francés contemplaba el proceso independentista catalán como un asunto interno español, le estaba asestando una soberana puñalada a la historia y a la Revolución Francesa. Sorprende en un hombre de la talla intelectual de Macron pero, desafortunadamente, vivimos unos tiempos en que las sonadas revelaciones de ignorancia, adquirida por contagio o no, entre la clase política son habituales. Macron tendría que saber —que alguien le explique, monsieur Philippe!, primer ministro de Francia y entusiasta de la cultura catalana— que ni Robespierre ni Couthon contemplaban una España revolucionaria —una España que recuperaba el tren de Europa— con el concurso de Catalunya. Año 1794. Hace 225 años, monsieur le president Robespierre había reservado a Catalunya un papel fundamental en la consolidación del régimen republicano y en la expansión del ideario revolucionario francés.

Robespierre i Couthon. Fuente Wikipedia

Robespierre y Couthon / Fuente: Wikipedia

Robespierre, el jacobino

Cuando Carlos IV —el cuarto Borbón hispánico— supo que la cabeza de su pariente de Versalles había rodado por el cadalso de la guillotina se aterró de verdad. Cerró las fronteras a cal y canto y liquidó de un golpe de pluma todos los pequeños avances políticos que, en el largo transcurso del siglo, habían conseguido los ministros pretendidamente ilustrados de sus antepasados. España se refugiaba en el túnel del tenebroso pasado. La España atávica y eterna, representada por las oligarquías latifundistas y por la Inquisición doctrinaria, resucitaba. Pero lo que tenía que ser munición para los catalanes partidarios de la Revolución se convirtió en un charco de confusión. Porque Robespierre era jacobino, que quería decir que tenía una idea exclusivamente francesa de la República. El axioma perverso que asociaba —y que asocia— las lenguas y las culturas no francesas con los contravalores antirrepublicanos es de fábrica jacobina. Hablar y escribir en catalán podía querer decir ser antirrepublicano.

La República catalana de Couthon

En cambio, Georges Couthon tenía otra idea. Probablemente la parálisis que le afectaba a las dos piernas —y que lo obligaba a desplazarse con silla de ruedas— le había desarrollado un pensamiento menos impulsivo y más reflexivo que su compañero de cacerías. Grandes y sangrantes cacerías de monárquicos —que quería decir borbónicos— y de girondinos —revolucionarios que querían mantener intacto el mosaico cultural y lingüístico de Francia—. El reflexivo Couthon sabía cómo las gastaban los catalanes. 1713-14 —la resistencia a ultranza y el asedio de Barcelona— eran fechas que resultaban muy próximas en aquel 1794, para los catalanes y para los franceses. Y para no complicar las cosas y malbaratar esfuerzos, propuso la creación de una Catalunya independiente que sería —y que actuaría— como una "república hermana". Una hermana pequeña, por supuesto, que se le atribuiría, al mismo tiempo, la función de colchón —o de bragas— de protección de la matriz francesa y de plataforma de expansión revolucionaria.

Grabado francés de Barcelona. Finales del siglo XVIII. Fuente archivo de El Nacional

Grabado francés de Barcelona (finales del siglo XVIII)

La chispa de la Bastilla

El proyecto acabó en nada porque Robespierre y Couthon fueron víctimas de sus enemigos políticos, que eran legión. Los ejecutaron con los mismos métodos que ellos habían utilizado con tanto entusiasmo y tanta profusión. Pero el germen revolucionario ya se había inoculado en Catalunya. En las décadas siguientes liberales y absolutistas se entregarían a grandes matanzas en tres guerras civiles mortíferas —cuatro, si contamos la guerra napoleónica— que llenaron los cementerios de Catalunya. Liberales partidarios de un sistema federal inspirado en el modelo norteamericano y absolutistas partidarios de la recuperación del régimen foral perdido en 1714. El independentismo catalán todavía no había sido formulado. Pero la Bastilla, en Catalunya, suscitó la conciencia política de un pueblo conquistado y oprimido que reivindicaba, en un sentido o en otro, el redibujo de la relación Catalunya-Espanya. La Bastilla es, también, la chispa de la Catalunya contemporánea, monsieur le president!!!