Stephen Witt traza la crónica definitiva sobre el fenómeno que cambió para siempre la industria discográfica

El mundo de la música (y de la cultura en general) cambió para siempre con la democratización de Internet y la irrupción de plataformas de intercambio de archivos. Con un único clic podíamos disponer de tantas canciones como quisiéramos: 14, 368, 5.849, 24.562.693… en el disco duro de nuestro ordenador. 

A pesar de que melómano que disfruta casi hasta el orgasmo de la posessió de un disco en formato físico, tengo que admitir durante unos meses enloquecí y descargué il·legalment centenares, miles de álbumes. Centenares, miles de elepés que no escuchaba nunca pero que, sufriendo una especie de síndrome de Diógenes musical, almacenaba en la memoria de mi ordenador (para excusarme, diré que, anteriormente, también tuve una tienda de discos en la cual venían clientes con CD-R de álbumes, que no se publicarían oficialmente hasta semanas después). Acceso de fiebre que también sufrió Stephen Witt. La diferencia es que este matemático y periodista norteamericano ha escrito el relato definitivo sobre el fenómeno que cambió para siempre la industria discográfica y yo, no.

Tengo que admitir que estuve mucho cerca de abandonar la lectura de este Cómo dejamos de pagar por la música (Contra Editorial) en su primer capítulo. Aquellas páginas introductorias donde Witt explica cómo se desarrolló el formato de compresión de audio MP3, con sus tecnicismos, me parecieron un coñazo insoportable. Pero bien, el tipo había dedicado años a su investigación y decidí otorgarle el beneficio de la duda. Superado este primer episodio, ya no paré hasta zamparme de golpe las 328 páginas del libro. El gran acierto de Witt es trazar la suya tesis explorando tres momentos capitales en esta historia, añadiendo, además, a su relato recursos más propios de los thrillers literarios que del ensayo (maneras, hay que destacar, que no restan veracidad a su trabajo). 

El primero de estos momentos nos acerca a los investigadores e ingenieros alemanes encabezados por Karlheinz Brandenburg, que, buscando un método que permitiera comprimir el sonido para facilitar su transmisión, acabaron creando el mp3, formado digital que cambiaría para siempre la manera en qué consumimos música. 

Posteriormente nos presenta a Dell Glover, trabajador de una planta de CD ubicada en Kings Mountain, una pequeña ciudad de Carolina del Norte. Glover se convertiría en el "paciente cero" de la piratería, filtrando en la red meses antes de su publicación oficial los miles y miles de discos que se prensaban en su puesto de trabajo. 

El tercer protagonista es una de las eminentes figuras de la industria musical norteamericana: Doug Morris, que, al frente de las más importantes discográficas (la única persona que ha sido director de los tres grandes sellos: Sony, Universal y Warner), contempló cómo se desmoronaba el emporio fonográfico que él mismo había contribuido a erigir.

Combinado los tres relatos, Witt traza esta extraordinaria crónica de uno de los fenómenos más paradigmáticos (y controvertidos) de la sociedad de inicios de los siglo XXI: el paso del CD a los formatos digitales, de pagar por la música a su absoluta "gratuidad". Un libro que, si lo buscáis, muy probablemente lo podréis encontrar en la red y descargar por la patilla. Sin embargo, creedme, lo disfrutaréis mucho más si lo pagáis. 

Cómo dejamos de pagar por la música. Stephen Witt. Traducción: Damià Alou. Contra Editorial. Barcelona, 2016. 328 páginas.