En un hotel de lujo, delante de un mar tranquilo, me tomo un coco-loco más frío que la nieve, y reflexiono sobre los últimos meses de mi vida y la de España. El verano es una estación superficial. Su efervescencia está hecha de promesas vanas y palabras vacías. A veces eso nos ayuda a pensar sin engañarnos y a recordar que Jesucristo murió virgen y bastante joven.

Es como si, poco a poco, nos tocara vivir todo aquello que siempre supimos. A medida que nos hacemos mayores tenemos que aceptar que el mundo funciona con reglas más sencillas y primarias de lo que nos gustaría. Está bien dar oportunidades a la sorpresa y al talento, pero la verdad no nos debería indignar nunca. Una vez se ha manifestado, hay que abrazarla como si fuera de la familia.

Para mantener la humanidad, además de querer ganar, es básico saber perder. Una visión creativa de la vida sólo puede sostenerse defendiendo la capacidad de creer en cosas que quedan fuera de nuestro control y que, por lo tanto, nos pueden herir o derrotar. Refugiarse en mundos mejores para aplazar contradicciones o conflictos decisivos es igual que perseguir la fama para llenar el tedio y el vacío y hacerse adicto a las pastillas, para poder seguir el ritmo.

A mí, Franco no se me murió en la cama, como a la generación que impulsó la Transición. Pero la educación que he recibido es deudora de las excusas de los vencidos, y le va haciendo putadas a mi intuición. A veces necesito demasiado tiempo para comprobar que no cometo una injusticia o me equivoco. Como mucha gente de este país a menudo tengo que desaprender cosas, para evitar que los ejecutores de la comedia vayan siempre un paso por delante mío.

La carne es débil y el Estado corrompe el amor disfrazando de pragmatismo inteligente lo que es pura hipocresía o fanatismo. La supremacía del amor en la lógica del mundo es una idea catalano-occitana, más que germánica o francesa. Pero la lógica de la Transición ha servido para decir tantas mentiras que los políticos jóvenes ya no pueden tener ningún otro objetivo que no sea el éxito personal, incluso los que empiezan creyendo que son genios.

Los españoles volverán a ver que el Estado no se puede gobernar contra la voluntad de Catalunya, de forma pacífica. Aun así, como el listillo que ha malgastado el tiempo frívolamente, su democracia trata de huir hacia adelante, intentando mover para atrás las agujas del reloj. Los periodistas y los políticos jóvenes de Madrid parecen réplicas de los modelos de los años setenta. La diferencia es que entonces el hecho de que Franco fuera mortal aseguraba un cierto progreso, mientras que, ahora, parece que la Constitución puede aguantarlo todo.

La opción más honorable para España sería convocar un referéndum y que sus políticos jóvenes trataran de ganarlo con talento y creatividad. La paradoja es que todos ellos creen que si este planteamiento se impusiera, no estarían en primera línea o, que si alguna vez osaran proponerlo, los descabalgarían. Sin ETA, la sombra del referéndum lo irá infectando todo y veremos como España, que hizo un gran imperio sobre la base del honor, se va pudriendo otra vez de fanfarronería e indecencia.