POMO PUERTA Visitas y otros instagrams - Enric Vila

Esta mañana hemos encontrado un hermano de Gregor Samsa en el lavabo de debajo de la escalera. Estaba panza arriba, pero mi madre lo ha rociado con insecticida igualmente y, antes de expirar del todo, ha movido las patitas un rato. Hay debate en la familia. Es el tercer hermano de Samsa que viene a morirse en casa, este verano. El solo hecho de recordar el resplandor de su caparazón ya me resulta repugnante. Mi madre dice que el pueblo está lleno de ellos desde que se plantaron las palmeras del paseo. No sé si tendrá razón porque ya hace años que las playas de El Masnou se convirtieron en un souvenir barato de California y se me confunden los recuerdos. Cuando era pequeño, el mar llegaba hasta las vías del tren y los días en que había olas el agua podía atravesar la carretera. No sabría decir si era tan molesto como los rebaños de gente que ahora desembarcan en la playa -antes solo venían los domingos que había copa gratis en las discotecas. El primer hermano de Samsa que vi en El Masnou lo encontré en la cocina de mi piso, cuando vivía en la carretera. Mi novia pegó un grito tan espantoso que pensé que se había amputado un dedo o la muñeca entera con el cuchillo del pan. Me tocó matarlo, y no fue fácil porque corren como unos malnacidos e incluso tienen alas para elevarse en caso de urgencia. Después de una persecución llena de chillidos y de sustos, lo dejé medio KO de un golpe de escoba. Como aplastarlo me daba asco, le eché el insecticida como si lo bombardeara con napalm. Una vez muerto, necesité salir a respirar aire fresco antes de recogerlo con un escalofrío y correr al inodoro a tirarlo. Aquella noche cené poco. Mi novia soñaba que la bestia se nos subía a la cama y yo le hacía cosquillas en los pies para asustarla. Desde entonces he visto a muchos hermanos de Samsa por la calle. Algunos yacen moribundos, otros andan un rato a tu lado y son tan grandes que un excéntrico daría el golpe si les pusiera una correa. A veces pienso que quizás son pecadores que vuelven del infierno. Otras veces me recuerdan que hay un crecimiento de hamburgueserías muy extraño y me pregunto si, en Europa, realmente hay tantas vacas. Antes que recibir la visita de un hermano de Samsa prefiero que me desvelen los mosquitos y tener que levantarme medio sonámbulo a matarlos a golpes de zapatilla. A mí solo me gustan las visitas que llaman a la puerta. E incluso así, hay días en que irías a buscar la escoba y el espray. Ahora imagínate tú, por ejemplo, que llaman a la puerta y se te presenta Pablo Echenique con sus teorías.

CASA ANTIGUA Visitas y otros instagrams - Enric Vila

El Ayuntamiento de El Masnou ha puesto una fotografía de la plaza de Ocata de primeros de siglo XX donde se ve la casa de mi familia paterna. Si no lo tengo mal entendido, la compró mi bisabuelo en la época de la fotografía, después de colgar el uniforme de capitán de barco. Aunque fue el capitán más joven de España, el mar no le hacía gracia. Se embarcó de grumete con doce años porque mi tatarabuelo, que también era capitán, se murió de una pulmonía, pocos meses después de superar una sífilis con muchas dificultades. La familia quedó tan endeudada que incluso perdió la fragata que tenía, La Lista. Entonces, atravesar el Atlántico costaba tres meses en que solo se veía el cielo y el mar. Cuando España perdió Cuba, mi bisabuelo consideró que ya era suficiente, se instaló en Barcelona, invirtió el dinero que había ahorrado en una compañía de carbón y compró esta casa para el verano. Muchos cuartos no ganaría porque mi abuela explicaba que su madre la sacaba a pasear y cuando regresaban a casa con los pies magullados, se quitaba cuidadosamente los guantes y decía: "Lo ves, nos hemos distraído, no he abierto el monedero y, además, no hemos gastado luz". En la familia materna también tengo un capitán de barco. Se llamaba Josep Cortils. La noche en que se ahogó, su hermana gemela se levantó de la cama de un salto y gritó: "A Josep le ha pasado algo, me estaba pidiendo ayuda". Su barco se estaba hundiendo en algún punto del Atlántico, como el de su tío unos años antes, que solo era marinero y había dejado huérfano a su primo. Y ahora la gente se queja porque hace calor o dice que eres valiente porque no te conformas con cualquier cosa. Basta ver lo bonita que está hoy la casa para creer en el progreso -o la plaza, que está llena de árboles floridos y de gente bebiendo horchata. La nuestra es la de la derecha.

PISCINA VERANO Visitas y otros instagrams - Enric Vila

No hay nada como la lluvia de agosto. Refresca el aire y vacía las calles, los trenes y las playas. La lluvia da una ilusión de nobleza en verano. Ni que solo sea durante un día, hace que parezca una estación menos chabacana. La lluvia limpia la vulgaridad que el calor acaba dando siempre a las cosas. Cuando era pequeño me encantaban las tormentas de verano. La gente que no era del pueblo hacía cara de contrariedad cuando estallaba una. Nosotros nos encerrábamos en casa de algún amigo y mirábamos películas, jugábamos al Monopoly o nos explicábamos chismes. De repente, la playa ya no era la obligación que sustituía a la escuela y llevar tejanos en vez de bañador te hacía sentir como si hicieras novillos. La lluvia ponía un componente de aventura a las vacaciones. Entonces los truenos parecían más fuertes, los rayos más violentos y las inundaciones, más imprevisibles e inevitables. A veces fallaba la electricidad y nos quedábamos a oscuras. Siempre había algún muerto. Si la tormenta se alargaba, igual podía caer un beso que una sesión de espiritismo. Cuando paraba de llover salíamos con las bicicletas. Las calles estaban peor asfaltadas que ahora y atravesábamos los charcos como si viviéramos en una película de acción. Cuando me he levantado esta mañana y he visto que llovía, he ido a comprarme unas chancletas y un gorrito de silicona y he bajado a la piscina. Incluso he hecho un poco de sauna. Ha sido un buen día para empezar las vacaciones. Tenía el Club Náutico todo para mí, como si hubiera heredado una fortuna.

CASA ANTIGUA Visitas y otros instagrams - Enric Vila

Las botellas de whisky sobre la mesa después de una buena comida siempre me hacen pensar en un libro que se titula Pla de conversa. Está editado con unas cubiertas de catálogo de peluquería y tiene una segunda parte que se llama Pla inèdit. El libro recoge los monólogos que Josep Pla soltaba con los amigos, los últimos años de su vida. Se ve que el hombre que le hacía de chófer tenía una memoria prodigiosa y cuando llegaba a casa transcribía las conversaciones que podía recordar de la manera más literal posible. Es un libro que hace troncharse de risa porque dice verdades muy grandes de forma sencilla. Me lo regalaron en un momento difícil, ya hace años, y me hizo mejor servicio que estas pastillas que se recetan para la angustia. Cuando el corazón se me aceleraba y me crecían arañas en el estómago, me echaba a reír con tantas ganas que enseguida me encontraba mejor y lo veía todo menos negro. El libro va bien para contextualizar los barroquismos de la obra planiana. Entonces el escritor ya había puesto a prueba todos sus talentos y no tenía nada que ganar ni que perder, no como estos artistas del tuiter y columnistas varios que hablan como si estuvieran de vuelta de todo sin haber intentado ir nunca seriamente a ninguna parte. El resentimiento de Pla contra los castellanos y los comunistas impresiona. También recuerdo su resignación ante lo que él denomina "la malla del país", y que no es otra cosa que la red de prejuicios, jerarquías e intereses que mantienen a Catalunya en un dulce infantilismo. Hay una escena que se repite a menudo y es que, con los cafés, Pla empieza pidiendo un vaso de whisky y cuando la camarera llega con la botella, le dice: "Deje aquí la botella, señorita, déjela que no nos hará ningún daño". Es una burrada, pero el whisky acabó tan asociado al libro que incluso me empezó a gustar más que el gin-tonic. Han pasado los años y todavía me sonrío recordando los buenos ratos que pasé con aquel Pla viejo y gagá, que habría empezado a vivir otra vez, a pesar de las bofetadas que le dio la vida. Solo Californication, años más tarde, me produjo un efecto comparable. A su lado, las conversaciones de Eckermann con Goethe son una rueda de prensa insufrible.

CHICA I EL PERRO Visitas y otros instagrams - Enric Vila

El anochecer en can Valldaura acabó con una cena al fresco. Después de la conferencia de Ferran Adrià, salimos a la terraza de la Masia y esperamos a que nos prepararan la cena. La terraza tiene unas vistas preciosas. Mientras el sol se deshacía detrás las montañas, bebíamos vino y agua de fabricación ecológica. Antes de la charla, un hipster de barba negrísima y con el pelo lleno de canas me introdujo en el agua kilómetro cero, que se ha convertido en una tendencia en los restaurantes de estrella Michelin. Por la noche tiré de una serie de vinos, tintos y blancos, que también tenían bastante gracia -Loxarel. Cuando ya empezábamos a tener apetito, salieron, lentamente, algunos platos de manjares de supermercado orgánico. Después, unos señores cogieron unas palas y desenterraron, de bajo tierra, la carne que nos teníamos que comer. Pregunté si Ferran Adrià nos había cocinado a Salvador Dalí, pero me dijeron que comería carne de cordero según una receta sudamericana. Este perro lobo precioso, perfectamente educado, iba paseando entre la gente, muerto de hambre. No vi a nadie que le diera nada. Los invitados eran tan finos que ni siquiera fumaban -eran perfectos para un anuncio de cerveza Estrella. Al final de la noche, cuando ya nos marchábamos, esta imagen me conmovió. Me pareció que el hambre desesperada y estoica del perro tenía algo de escena romántica. "A lovestruck Romeo sang the streets of serenade..."