¿Para qué sirve una biografía escrita de memoria, "a pelo"? Es así como Juan Luis Cebrián ha redactado Primera Página. Vida de un periodista (1944-1988), editado por Debate. El director-fundador de El País y ahora presidente del Grupo Prisa, ya en la segunda página del libro, lo describe como unos "recuerdos todavía vigentes" y "algunos olvidos no siempre involuntarios". No ha utilizado sus notas, dice que de vez en cuando ha mirado sus agendas "que la mayoría de veces no he podido descifrar", añade que hace años que no tiene acceso a su biblioteca "de más de veinte mil volúmenes" y que, ocasionalmente, ha consultado "internet (sic) cuando de concretar una fecha o consultar un dato se trataba".

Esta es una receta para el desastre. Cualquier periodista sabe muy bien que la gente recuerda mal, que olvida, que miente. Cebrián también lo sabe y también el resto. Los profesionales tienen todo un arsenal de rutinas más o menos eficaces para verificar las fuentes y comprobar los hechos rigurosamente. Pero, claro, escribir a "a pelo" es aquí un mérito y ni el autor ni la editorial se han visto con ánimos de cuidarlas. Ni el prólogo, tocado de ironía, titulado "A manera de excusa", ni otras digresiones donde posa de escéptico, suavizan el descuido de la obra.

Detalles

Muchos detalles hacen dudar de que Primera página (¡qué gran título!) tenga tanto valor. Sin hacer spoilers, sirve decir que algunos son asunto menor, como llamar "Cabral" al dirigente comunista portugués Alvaro Cunhal. Otros no tanto, como fechar mal el reportaje "Nombres para una crisis", (no se publicó el 14 de julio de 1976 sino el 6, ¿tanto costaba comprobarlo?), que fue "el segundo gran éxito del diario", a pesar de que era falso y de que Cebrián autorizó su publicación consciente de que no había ninguna conspiración bancaria tras el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. O la aparición de Alfons Quintà o un solemne e insustancial excurso sobre el tuteo como causa "de algunos deterioros de nuestra convivencia".

También las referencias pedantes a sí mismo. Al hablar del formato que quería para El País dice: "en la estela de Gaudí, Le Corbusier, o Frank Lloyd Wright, aprendí que a la hora de construir una casa lo fundamental era la estructura, pero convenía no menospreciar su diseño interior". En realidad, el diseñador del diario, Reinhard Gäde, era un alemán formado en los principios de la Bauhaus.

Cebrián consigue hablar de El País casi sin mencionar más que a unos a pocos de los buenos periodistas que apuntalaron aquella aventura. Hay otros aspectos más viscosos, que hacen daño a los ojos, como algunos diálogos (¿de memoria?) o el relato de hechos donde los protagonistas, fuera del autor, ya murieron y suelen quedar como un trapo.

El libro está cosido y recosido de detalles así, que oscurecen el relato de los momentos claves de su historia y de la del diario. Sus maestros en Pueblo y en Informaciones; su paso por la dirección de informativos de TVE en las postrimerías del franquismo; como se relacionó con el poder político mientras dirigía aquella máquina informativa que era El País; la alianza y amistad con Jesús de Polanco, el empresario tras el proyecto...

Manías

Al acabar de leer queda la sensación de que Cebrián se ha hecho daño y que nos ha hecho daño. Él y El País han sido protagonistas y emblemas de la transición a la democracia y de la transformación del periodismo español en una profesión digna de este nombre. Es difícil hacerse una idea de cómo un hombre de 31 años dirigía aquel diario tan influyente. Deja algunas pistas que no elabora, como esta cita de Andreu Nin: "Si quieres vencer no amenaces. Actúa y calla". Algunas revelaciones son sensacionales y valiosas, pero desgarbadas, sin documentar y faltas de contexto y continuidad, bien aliñadas de manías personales, sobre todo contra la religión católica, algunos colegas que se le han enfrentado y las cabeceras (singularmente el Madrid) que pueden oscurecer su estrella.

Da la impresión que este libro se ha escrito deprisa y corriendo para fijar un determinado relato sobre el diario y sobre el autor, como queriendo decir que El País que ahora conocemos era otra cosa, oiga. Pero cuarenta años después del primer ejemplar, todavía sigue con el catecismo oficial del diario como "intelectual colectivo" de la Transición democrática, al que ahora se añade que todo dependía de su persona y acción.

La edición tiene carencias graves, como la ausencia de fotos y de índices onomástico y analítico, imprescindibles en este tipo de producción. ¿Hablamos de periodismo y no aparece ni una mala portada de diario? Pero ¿esto qué es? Estas ausencias, tan fáciles de resolver, explican bien a las claras que esta edición se ha hecho a uña de caballo, sin apenas cuidado.

No hay derecho, Cebrián. Nos debes unas memorias.