La historia de Karlos Arguiñano siempre ha tenido algo de entrañable, pero cuando vuelve la mirada hacia su infancia en Beasain emerge un relato aún más profundo, cargado de responsabilidad precoz y de un cariño familiar que ha marcado cada paso de su vida. Arguiñano, uno de los cocineros más reconocidos de España, recuerda esos años con una claridad emocional que sorprende, como si aún pudiera oler aquel primer sofrito que removió siendo apenas un niño.
Una infancia que lo empujó hacia los fogones
Y es que Karlos nunca se acercó a la cocina por curiosidad o diversión, sino por necesidad y vocación familiar. Su madre, afectada por una enfermedad que limitaba muchos de sus movimientos, dependía de él para que la casa siguiera funcionando. De este modo, mientras otros niños corrían por las calles del pueblo, él volvía del colegio dispuesto a remangarse. «Empecé a cocinar con 8 años porque mi madre estaba impedida», ha explicado en más de una ocasión con esa mezcla de sinceridad y ternura que lo caracteriza.

La realidad es que aquellas tareas domésticas, que para cualquier niño habrían sido una obligación desgastante, acabaron convirtiéndose en su mejor escuela. Poner la mesa, limpiar verduras, pelar patatas o ayudar con las salsas eran gestos que, sin darse cuenta, empezaron a moldear un futuro del que entonces no tenía ni la menor idea.
El origen de una vocación que no se apaga
Con el tiempo, ese pequeño de Beasain que aprendió a cocinar por necesidad también descubrió que había encontrado un lugar en el mundo. La cocina dejó de ser un deber para convertirse en su manera de comunicarse con los demás, su refugio y su impulso. Y es que aquellos valores que crecieron con él, humildad, constancia, compromiso familiar, siguen hoy presentes en su forma de trabajar y en esa cercanía que lo ha convertido en una figura tan querida.
Así pues, Arguiñano no solo cuenta una anécdota de su niñez: comparte el origen de todo. Porque detrás de cada plato, de cada receta contada entre risas, late todavía aquel niño de ocho años que, sin saberlo, estaba empezando mucho más que un guiso. Estaba arrancando una vida entera dedicada a cocinar.