A Mario Vaquerizo es imposible no quererle. Por su carácter a mitad de camino entre que todo le parece una pasada o que todo le resbala. Por su carcajada contagiosa abriendo mucho la boca y los ojos. Por la pareja inimitable que forma con Alaska y que hace que cuando los ves juntos en la tele, quieras ser amigo suyo e ir a tomar unas birras (las eternas birras) a su piso lleno de habitaciones de colores. Por sus versiones inclasificables de hits de la música con su grupo, las Nancys Rubias. O por todo ello.

El televisivo periodista, cantante y mánager hace tiempo que es una de las imágenes más icónicas del star system patrio, especialmente de una movida madrileña que él se empeña al mantener, aunque ya no sea movida ni nada que se parezca a aquellos años locos. Pero su locura, su sana locura, se ha mantenido firme a lo largo del tiempo. Su look es directamente proporcional a su carisma. Una imagen que cuida en todo momento, casi siempre de riguroso negro, con alguna excepción en forma de camiseta blanca con algún grupo o celebrity del que es fan. Chaqueta oscura, pantalones de pitillo ajustadísimos, botas, los hombros ligeramente hacia adelante, andar peculiar y el pelo siempre, siempre, siempre larguísimo, más que los de su pareja, casi hasta el final de la espalda.

Ahora, la melena de Vaquerizo, ya con tonalidades grisáceas, le acompaña allí donde vaya, pero hubo un tiempo donde, sorprendentemente, parecía un niño bueno que no hubiera roto nunca un plato. Repeinado, con mucha gomina, y cortísimos. Y él mismo se ha encargado de dejar boquiabiertos a sus fans. Una imagen que te deja los ojos como naranjas, donde casi ni se lo reconoce. Año 1992. Entonces, 18 añitos recién cumplidos. Una camisa imposible estampada y un color de piel impropio en alguien que hoy en día parece un vampiro, por el tono blanquecino que siempre tiene alguien que vive más de noche que de día. Súmenle las mejillas bastantes más redondas que ahora, acostumbrados a tenerlas bien delgadas. El resultado, espectacular: "Cuando tomaba el sol. Verano del año 1992. Y mucha gomina!!!"... Ni que lo jure. Aquí está la prueba:

Le quedaba bien... Pero es como Sansón: sin su carismática melena, pierde fuerza.