El regreso del rey Juan Carlos I a la península no es casual ni improvisado. Desde hace cuatro meses, el emérito ha estado entrando en España por la frontera con Portugal, viajando en coche hasta Madrid como si nada, en un pulso silencioso contra la Casa Real. Su presencia ha pasado desapercibida para la mayoría, pero no para los círculos de poder, que ven en sus movimientos un gesto de desafío y una demostración de que aún conserva la influencia para incomodar a su hijo, Felipe VI.

Instalado desde principios de junio en Cascais, en una exclusiva mansión a las afueras de Lisboa, Juan Carlos I ha encontrado un punto estratégico: un lugar cercano a Madrid, pero lo suficientemente discreto para mantener la apariencia de un retiro dorado. Este verano realizó varias visitas en secreto, incluso llegando a pasar algunos días en la capital española sin levantar sospechas. Ahora, tras su aparición en Nueva York por las regatas en el Seawanhaka Corinthian Yacht Club, se desconoce si ha regresado a Portugal o si permanece todavía en tierras norteamericanas.

Juan Carlos I
Juan Carlos I

Estrategia calculada: la demanda contra Miguel Ángel Revilla como arma política

Por otro lado, lo que parecía una simple reclamación judicial por honor se ha convertido en un espectáculo mediático. La demanda del emérito contra Miguel Ángel Revilla fue recibida con sorpresa, pero detrás de ese movimiento había un plan: generar ruido y recordarle a Felipe VI que su padre aún puede hacer tambalear la estabilidad de la Corona. Revilla es un personaje mediático y querido por gran parte de los españoles, con una presencia constante en programas de alto impacto como El Hormiguero. Demandarle era garantía de foco, titulares y debate nacional.

Lejos de ser un acto impulsivo, fue una jugada de presión contra la indiferencia con la que la Casa Real lo ha tratado en los últimos años. Juan Carlos I está cansado del exilio y de vivir aislado en Abu Dabi, alejado de su familia y del país que gobernó durante décadas. Aunque nunca ha querido dañar directamente a Felipe VI, el emérito estaba dispuesto a hacerlo si sus condiciones de retorno no se cumplían. La demanda a Revilla fue, simplemente, una advertencia.

Juan Carlos sale del coche
Juan Carlos sale del coche

Portugal, el refugio estratégico del emérito a espaldas de Letizia

Ahora, el gran logro de Juan Carlos I ha sido instalarse en Cascais, Portugal, a escasos kilómetros de la frontera española. La presión interna terminó obligando a Felipe VI a aceptar esta salida intermedia, pese a la resistencia de la reina Letizia, que se ha mostrado firme en su rechazo a que el emérito vuelva a establecerse en Madrid.

Han pasado cinco años desde que Felipe VI tomó la decisión de apartar a su padre de la vida pública. En Abu Dabi, el emérito llevaba una vida tranquila, pero cada vez más insatisfecha. Sus visitas constantes a España durante los últimos años fueron el preludio de lo inevitable: su deseo de volver, aunque no sea al Palacio de la Zarzuela ni a la capital. Cascais se ha convertido en un exilio a medias, un refugio donde Juan Carlos puede disfrutar de cercanía familiar y seguir marcando presencia política. Pero la elección no es casual: en cuestión de minutos puede entrar en España por carretera y, si la situación lo requiere, la Casa Real puede responder con rapidez. El mayor temor de Zarzuela es que Juan Carlos muera lejos de su país, lo que obligaría a repatriar su cuerpo y abriría una crisis institucional sin precedentes.