Lo que parecía ser una tierna celebración del cuarto cumpleaños de la princesa Lilibet terminó convirtiéndose en el nuevo dolor de cabeza para la Corona británica. Meghan Markle, fiel a su estilo disruptivo, decidió compartir en su cuenta de Instagram un video inédito que, lejos de enternecer al público, ha sido catalogado por expertos reales como un “desatino mayúsculo”. En el clip, grabado en 2021 durante los últimos días de su embarazo, la exactriz aparece bailando twerking junto al príncipe Harry, en lo que ella describió como un ritual para inducir el parto.
La escena, al ritmo de “The Baby Momma Dance” de Starrkeisha, muestra a una Meghan desinhibida, levantando la falda por encima de las rodillas, sacudiendo las caderas con una energía que ha dejado a más de un británico con la boca abierta. Pero no fueron solo los seguidores de la duquesa quienes reaccionaron... el rey Carlos III habría quedado horrorizado al enterarse del contenido del video, según declaraciones recientes de la veterana periodista Jennie Bond.
El rey Carlos III, entre la indignación y el bochorno
Según Bond, si el soberano ha visto el video —lo cual no es descartable dada la repercusión mediática—, su reacción no habría sido de agrado: “Estoy segura de que se habría horrorizado”, declaró contundente a ‘The Mirror’. Para muchos dentro de la familia Windsor, estas actitudes no solo son poco decorosas, sino que rayan en lo impresentable. “Puedo oír la voz del antiguo secretario privado de la difunta reina, Lord Charteris, repitiendo los comentarios que una vez hizo sobre Fergie: “Vulgar, vulgar, vulgar”, aseguró la especialista en realeza. Y es que, aunque Meghan y Harry han renunciado a sus deberes reales, el uso de sus títulos y su constante exposición pública los mantiene atados, al menos simbólicamente, a la Casa de Windsor. Cada gesto, cada video, cada palabra dicha en entrevistas sigue teniendo eco en los pasillos de Buckingham. Y este último escándalo no ha sido la excepción.
El protocolo en peligro: modernidad vs tradición
Este nuevo episodio no es solo una anécdota escandalosa: es el símbolo de un choque frontal entre dos mundos irreconciliables. Por un lado, está el rigor ancestral de la monarquía británica, con sus códigos estrictos, su compostura impoluta y su necesidad constante de proyectar dignidad. Por el otro, Meghan Markle, representante de una generación sin filtros, que apuesta por la autenticidad incluso en momentos íntimos.
La publicación del video no solo fue interpretada como una falta de tacto, sino también como una provocación: un recordatorio de que Meghan no piensa ajustarse a las normas reales, ni siquiera desde la distancia. Para ella, mostrar el video fue un acto de empoderamiento femenino y celebración de la maternidad. Pero para los sectores más tradicionales del Reino Unido, se trata de una nueva afrenta contra la institución monárquica. Pero lo cierto es que, una vez más, los Sussex logran lo que pocos pueden: sacudir los cimientos de una de las instituciones más antiguas del mundo. Y aunque el video se presentó como una celebración familiar, las consecuencias públicas son innegables.