Sílvia Bonàs sale de uno de estos edificios de cristal de la UPC que hay por encima de la Diagonal. Se la ve aturdida, como si llevara horas cerrada en una habitación. Me pilla haciendo el indio. Acabo de descubrir que  veo mejor si me hago un masaje justo debajo de las cejas y le pregunto si sabe el motivo, como queriendo decir "tú que eres científica seguro que me lo sabrás explicar".

Con el pensamiento puesto en lo que fuera que estuviera haciendo, apenas nota mi provocación. Se limita a hacer que no con la cabeza, todavía insensible a la luz natural, al viento fresquito y al chirimiri que nos humedece la ropa. Lleva horas repasando cadenas de código genético en una pantalla de ordenador. Su Apple está llena de líneas que recuerdan el lenguaje de programación de los informáticos.

Caricaturizo, pero imaginaos una pantalla llena de líneas como esta: bsa13&@€01-011-1&14?. El mínimo que le puede pasar es que salga del despacho desorientada, con estos ojos de miope que hacen las ardillas cuando roen una piña. Es una lección de vida ver como se va humanizando mientras me lleva a la Torre Girona, el edificio está instalado el Marenostrum III, el supercomputador más potente del Estado español.

Con la ayuda de esta bestia informática, ha terminado una tesis doctoral que estudia "cuál es el papel de la variabilidad genética a la hora de desencadenar la diabetes tipo 2". La investigación ayuda a hacer camino hacia una medicina más personalizada: "Básicamente presento nuevos factores genéticos y mecanismos moleculares que pueden contribuir a prevenir esta enfermedad y a crear terapias más efectivas por algunos pacientes."

Otro punto fuerte del trabajo es la metodología, que permite cruzar y evaluar la información genética de más individuos. Dentro de unos meses se marcha a Londres. Llega un punto –me dice– "que muchas investigaciones no las puedes hacer crecer desde Barcelona."

- Y la vida familiar -le pregunto?

- ¿Qué quieres decir?

- Si quieres hacer una familia.

- Me gustaría, pero la familia tendré que hacerla allí donde tenga el laboratorio que necesito.

Bonàs duerme cuatro o cinco horas diarias. Cada mañana se levanta a las seis para hacer ejercicio antes de ponerse a trabajar. Estudió Biotecnología, que es una carrera competitiva, pero ideal para ganar dinero porque te permite poner conocimiento científico en manos de la industria. Finalmente se decantó por la investigación y ahora dice que "flipó" cuando leyó que la CUP pedía un salario mínimo de 1.200 euros porque hay becarios que no pasan del millar.

La investigación de Bonàs estudia el papel que la genética del individuo tiene en el desarrollo de enfermedades complejas comunes en las cuales el entorno y el estilo de vida juegan un papel relevante. Eso quiere decir que su trabajo entra en relación con elementos difíciles de medir como la interacción de las personas con el clima, con el entorno e incluso con sus propias experiencias personales.

Algunos libros dicen que la manera como los padres se comportan con los bebés afecta a su expresión genética. También he leído que la alimentación de las madres mientras la criatura vive en el útero puede producir cambios en los genomas del niño. O que algunos traumas derivados de la represión política, la guerra o el hambre pueden producir alteraciones epigenéticas que después perduran durante generaciones.

"Estas teorías -me dice-, están muy verdes todavía. He visto estudios con ratones que relacionan la dieta de los padres con la obesidad de los hijos, o que exploran las consecuencias epigenéticas del Holocausto. Se sabe, por ejemplo, que entre un 50 o 60 por ciento de los factores que desencadenan el alcoholismo son genéticos. Con la depresión pasa lo mismo. Pero todavía no sabemos lo bastante como para interpretar los mecanismos que integran este rompecabezas y cuesta no dar pie a interpretaciones deterministas o moralizantes."

Hasta hace poco pensábamos que nuestro destino estaba escrito en el ADN, y hablábamos de los genes como si fueran pequeños Dioses. Ahora parece que la experiencia y el entorno pueden cambiar nuestro material genético a un nivel molecular, no de manera que modifique el código genético pero sí que afecte la forma como se expresan. Con la ciencia ha pasado como con las humanidades. La acumulación de información cada vez genera más preguntas que no tienen una respuesta clara, y la hiperespecialización no ayuda a comunicar el conocimiento.

Bonàs es pionera de un mundo que no sabemos a dónde nos llevará. Habla de su investigación con un entusiasmo de aventurero o de inventor de novela del siglo XIX. El superordenador Marenostrum es una herramienta esencial para su trabajo. Hablamos del tercer supercomputador más potente de Europa, el 34 en el ranking mundial. El más potente se encuentra en China y tiene casi el doble de capacidad que el segundo, que se encuentra en los Estados Unidos. Cuando digo que las investigaciones de Bonàs evocan un mundo nuevo, también me refiero a eso.

El Marenostrum se encuentra cerrado dentro de una urna de cristal, en la capilla neogótica de la torre Manuel Girona. "¿Es un mensaje en sí mismo, no crees, tener un superordenador en una capilla?", me dice fascinada por la bestia que tenemos delante, como si ejerciera algún tipo de poder místico sobre ella. "Y ¿qué hace este trasto"?, pregunto. "Cálculos que no puede hacer tu ordenador. Es una máquina para percibir la realidad a un nivel de detalle hasta hace poco impensable."

- Sólo te falta ponerte a rezar.

- Para mí es muy poético. Si Dios sale de la necesidad de tener una certeza, este superordenador nos ayuda a resolver eso.

- ¿Pero quieres decir que la realidad está hecha de datos? Ya hemos visto que a veces nos despistan.

- La realidad no sabemos qué es, pero la percibimos a través de los datos. Lo que pasa es que la ciencia ha perdido autoridad. Hemos perdido la capacidad de comunicar certezas. Un día decimos que comer huevo es bueno y el otro que es malo. Ya no somos el poder, sólo somos un poder. Y a menudo los mensajes simples y pseudocientíficos acaban tapando nuestro trabajo.

- Estáis desprotegidos.

- ¡Somos víctimas de Facebook!

- Y este ordenador qué hace, ahora mismo.

- Cálculos relacionados con la predicción meteorológica, la explotación de hidrocarburos, todo lo que tiene que ver con ciencias de la vida. También nos ayuda a entender las mutaciones que hay detrás del cáncer. Todavía se define el cáncer según el tejido en que se encuentra, y se debería clasificar según su perfil genético y epigenético.

¡Fuera, en un pasillo de la torre, hay una exposición de ordenadores de la medida de un armario que no tienen ni la potencia de mi móvil y funcionaban hace cuatro días! El supercomputador parece una agregación inmensa de PC's. Es un monstruo de 50.000 procesadores funcionando al mismo tiempo, que puede hacer en una hora lo que un ordenador de mesa tardaría seis años en hacer. Otra de las virguerías que puede hacer es simular la actividad de un corazón humano, cosa que va muy bien para hacer experimentos sin víctimas.

Le comento que alguien me ha dicho que el supercomputador fue una concesión del Aznar a los catalanes para que nos calláramos. "Pues, mira, gracias a eso estamos superando de largo a Madrid en atracción de inversiones y de talento internacional" -me dice toda satisfecha, mirándose la maquinita casi diría que con amor.