Gerardo Pisarello nació en 1970 en Tucumán, una de las regiones de Argentina que conservan la lengua y la cultura indígena más viva y que más sufrió la represión de la dictadura del general Videla. Hijo de una maestra rural y de un abogado modesto e idealista, cuando tenía seis años un grupo de encapuchados entró en su casa y se llevó a su padre para matarlo.

Este aire que todavía conserva de criatura solitaria y acostumbrada a sufrir en silencio se debió moldear durante los años que vivió marcado por el miedo y por los estigmas de la dictadura. Las convicciones progresistas las habría podido heredar igualmente de su padre, pero el compromiso con la defensa de los derechos humanos no se entiende sin la experiencia de la dictadura argentina.

Una vez restablecida la democracia en 1983, la figura del padre fue reivindicada e incluso homenajeada y él empezó a participar en protestas contra los saqueos perpetrados por la nueva clase política de su país. Licenciado en Derecho en la Universidad de Tucumán, en 1996 llegó a Madrid con una beca para hacer el doctorado y cinco años después venía a vivir a Barcelona.

Ante los problemas que planteaba volver a un país destruido por los militares y por los políticos, hacer de profesor en precario en la UB era una oportunidad de oro. Barcelona también lo puso fácil. Con la capital desconectada de su historia nacional por un ayuntamiento que utilizaba los debates sociales y la globalización para esconder el conflicto de fondo con España, el joven profesor de Derecho Constitucional enseguida encontró campo para correr.

Pisarello se introdujo en los círculos que han configurado su espacio político a través de Jaume Asens, el dirigente más independentista de Barcelona en Comú. La manera que Asens tiene de concebir el oficio de abogado, como una herramienta política para ampliar los derechos civiles, le recordaba a su padre y la amistad tuvo tanto recorrido que en el 2012 escribieron conjuntamente un libro: No hay derecho(s). La ilegalidad del poder en tiempos de crisis.

A Ada Colau, la conoció en las campañas de V de vivienda y después en el Observatorio DESC, que dirigió durante 10 años con el psuquero Jordi Borja. Autor de un libro sobre el derecho a la vivienda publicado durante los años felices de la burbuja inmobiliaria, se puede decir que Pisarello se forjó en un circuito de la izquierda alternativa que desde siempre ha sido mantenido por los mismos poderes que critica con el objetivo de vacunar a las conciencias sensibles.

Cuando el independentismo emergio, Pisarello vio una ventana de oportunidad para aplicar sus ideas y se apuntó a Procés Constituent, la organización del Arcadi Oliveres y la monja Forcades que condicionaba la separación de España en el modelo social del nuevo estado. El teniente de alcalde de Barcelona en Comú considera que la democracia vive un proceso de degradación desde 1970 y que todo aquello que sirva para debilitar los poderes constituidos es positivo para devolver la voz al pueblo.

Mientras el presidente Mas llevó la iniciativa, y pareció real la posibilidad de que la centroderecha liderara la independencia, los discursos de Pisarello y sus amigos quedaron en un segundo término. Pero después del fiasco del 9-N, y con la confesión de Pujol despertando fantasmas y complejos, la retórica revolucionaria cogió empuje y el grupo del Observatorio DESC se vio con ánimos de tomar la bandera de la ruptura que habían abandonado los partidos independentistas.

Cuando el exalcalde Trias renunció a centrar la campaña de la reelección en la visión de una Barcelona capital de estado, Pisarello y Colau se encontraron al frente de una marcha imparable hacia el Ayuntamiento, con el apoyo de la prensa y de la policía española, que los veían como un mal menor. Faltos de tiempo para preparar un proyecto con cara y ojos, el tándem se ha encontrado de repente dirigiendo un monstruo burocrático que cada día deja en evidencia las limitaciones de sus discursos y de su activismo.

De entrada, el hecho de que una mujer antisistema y un inmigrante latinoamericano sean las primeras autoridades de la ciudad más importante del sur de Europa para Pisarello debe ser tan emocionante como para mí lo podría ser la independencia de Catalunya. Aun así, a medida que han pasado los meses, la ilusión y el atrevimiento de los primeros días se ha apagado a causa de la desorganización provocada por la falta de cuadros competentes y por la desorientación que han provocado algunos errores de cálculo.

El mismo alboroto que ha generado la exposición del Born ha puesto de manifiesto que no se puede gobernar sólo con ideas generales, y que la instrumentalización política tiene límites, como comprobó Mas con la caída de su prestigio después del 9-N. Si los comunes han podido utilizar como palanca la situación creada por el independentismo para acceder al poder municipal, también los partidos del processisme pueden utilizar la pulsión separatista para desbancarlos de Barcelona.

El hecho de que Pisarello sepa qué es sufrir una dictadura no quiere decir que entienda qué monstruos despierta Franco en Catalunya. Lo vimos durante la inauguración de la exposición, cuando fue incapaz de dar un mensaje claro sobre el sentido de la muestra, aunque ya se veía venir que habría problemas. Denunciar la deriva despótica de las democracias en los libros, o reconocer que el papel del ejército en la Constitución de 1978 no tiene parangón en Europa, es contradictorio con aspirar a ser el mal menor del Estado español en Catalunya.

Mientras Pisarello y sus amigos no comprendan que, por muy de izquierdas que sean, no pueden utilizar Barcelona para hacer experimentos en España, no pasarán de ser un sucedáneo populista y envejecido del PSC. Aunque la alcaldesa se quede embarazada al más puro estilo sudamericano (o, ehem, escandinavo).