Antoni Castellà es una ciudad donde debería haber un desierto. Es un superviviente de la política de exterminio de la cultura catalana que España llevó a cabo durante el franquismo y la transición, especialmente en Barcelona, y que la Generalitat salvó in extremis cuando el país estaba exhausto.

En su casa fueron siempre independentistas sin discusión, con la condición de que la independencia era inviable en un mundo de salvajes en qué las limpiezas étnicas, las repoblaciones y el bombardeo de ciudades —recordamos todavía Sarajevo— estaba al orden del día dentro de Europa.

Nacido en 1970, el primer recuerdo del líder de Demócratas son los gritos de amnistía, libertad y Estatuto de autonomía que se cantaban cerca de la Modelo, donde vivía la familia. Un día, los padres lo llevaron a ver Xirinacs, que entraba y salía de la prisión, y el activista le dio una galleta Maria. En la casa de veraneo, el matrimonio editaba una revista en catalán que se llamaba El Balcón, y que imprimía su abuelo paterno.

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Este abuelo, que había estado en el Castillo de Montjuïc, hablaba poco de la guerra, pero recordaba que algunos presos se comían sus propias cacas del hambre que tenían. La abuela no conoció a su padre porque era sindicalista y murió cosido a tiros mientras tomaba café en un bar, con la mujer embarazada.

Entre los 12 y los 18 años, Castellà veranea en Ohio, en casa de una tía que había dejado España por imposible. Su grupo de verano, lleno de judíos de Springfield, amplió su universo y lo convenció de que era posible explicar en el mundo que Catalunya era una nación oprimida.

Aunque la Universidad de Columbia le ofreció una beca a cambio de entrenar en el equipo de esgrima —Castellà era campeón de Catalunya—, decidió quedarse en Barcelona, cuando se dio cuenta de que si se marchaba ya no volvería. Para que tuviera la mejor educación posible, los padres le pagaron con mucho esfuerzo la carrera de ESADE.

En 1992 acordó con unos amigos que debían entrar en CiU para volverla independentista, y su tía bisabuela, que era una señora de orden que había votado la Liga, le habló de Carrasco y Formiguera. A pesar de que había militado en la MDT y que era un chico inquieto, entonces no tenía ni la más remota idea de quién era. La señora, que llevaba un pin del Barça como última resistencia, le contó cuatro cosas básicas y el resto lo aprendió en los libros.

Cuando Castellà entró a las juventudes de Unió se encontró con un grupo de militantes nuevos que llegaban con ideas como las suyas. Enseguida cerraron filas y se inventaron la estelada con la estrella roja. Mientras la JNC pronunciaba discursos autonomistas, los jóvenes de Unió empezaron a desafiar a Pujol hablando de autodeterminación y pidiendo boicots al Rey.

El 1997 Castellà fue escogido secretario general de Unió de Joves, poco después de que Duran y Lleida declarara en El Triángulo: "Nunca me sentaré en un comité de gobierno donde esté Antoni Castellà". Duran fue para Castellà un antimaestro de estos que te hacen fuerte y que te enseñan los caminos que te pueden perder, con todo tipo de detalles y de matices.

El duelo con el mayordomo jefe del puente aéreo fue largo. Duran trataba Unió como estos dictadores sudamericanos puestos por la CIA que gesticulan contra Washington. En CiU, Duran hacía respeto de Pujol lo mismo que Pujol hacía respecto de Madrid, trabajar para el adversario que desafiaba con retóricas absurdas.

Sin una historia familiar bien conectada con el país, Castellà difícilmente habría tenido ofato para sobrevivir en el laberinto autonomista. Lo ayudaron los amigos de las juventudes de Unió, con los cuales todavía consensúa decisiones políticas. Su abuela materna, que había sido una emprendedora avant la lettre, siempre le decía: "Si crees que tienes que hacer una cosa y crees que está bien, no dejes de hacerla".

Como líder de los jóvenes de Unió, Castellà impulsó el homenaje anual a Carrasco y Formiguera que Duran quería abandonar con el argumento que era una antigualla. También dio cobertura a la PUA de Gracia, que venía a ser la CUP de la época, y presionó a Pujol diciendo que no se sentía representado por CiU, cuando su sumisión al Estado era demasiado evidente.

Protegido por unos estatutos muy democráticos, que Duran nunca pudo cambiar, Castellà tuvo plaza de diputado desde 1999, sin tener que depender de cuotas. Cuando agotó el mandato en las juventudes, su fuerza dentro del partido era tan grande que, para evitar que presentara una lista alternativa, le ofrecieron la secretaría de organización.

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Durante la travesía por el desierto de CiU, Castellà mantuvo el enfrentamiento con Duran a través de una guerra interna sorda, llena de puñaladas y de congresos más o menos tumultuosos. En el 2010, Mas-Colell lo nombró secretario de universidades y de investigación, con atribuciones de conseller, cosa que le dio una pizca más de relieve político.

Cuando Mas cogió la bandera de la independencia, Lara le dijo a Castellà que Duran se había comprometido a romper con los convergentes antes de las elecciones del 2012. El pobre Duran esgrimía, con razón, que si rompía con CDC su partido no lo seguiría, y Castellà le dio un empujoncito impulsando aquel referéndum interno sobre la independencia que rompió el partido en dos.

En julio del 2015, con las elecciones plebiscitarias del 27-S a la esquina, Castellà se sumó a la lista de Mas y fundó Demòcrates de Catalunya junto con un grupo de exdirigentes de Unió, como Núria de Gispert y Joan Rigol. Pronto se vio que la carrera de Duran estaba acabada y que el dinero no es suficiente para aguantar discursos insostenibles, cuando hay gente lo bastante valiente para discutirlos.

Desde entonces, Castellà ha sido una figura clave a la hora de suavizar la relación del independentismo de orden con la CUP, que ha dado resultados tan constructivos y que ha sido tan atacada por España. Al frente de Demócratas, Castellà resiste con su flema habitual los instintos canibalescos de algunos líderes de PDeCAT que viven con una angustia infantil el hecho de ver amenazado su espacio.

Sin su tenacidad, la autodeterminación nunca se habría convertido en el caballo de batalla del conflicto con España. Castellà fue el primer político de orden que creyó en el referéndum y el primero que dio la cara para sacarlo adelante.