El concepto “terrorismo low cost” fue acuñado en una nota del Centro de Estudios de la Gendarmería francesa, nota firmada por la experta en seguridad Sabine Olivier, en 2015. Un concepto de amenaza global que define perfectamente lo ocurrido en Barcelona. Es un modus operandi que se ha repetido en Europa durante los últimos años como una gota malaya. Se trata de la Yihad de medios escasos, la yihad de los pobres. No se trata de secuestrar un Boeing, sino de ir a un supermercado y comprar un cuchillo de cocina o alquilar una furgoneta.

La primera vez en Europa fue en 2004, cuando el cineasta holandés, Théo Van Gogh, fue asesinado en Amsterdam. Su asesino le disparó ocho balas, le degolló y le decapitó, inaugurando así una trágica y larga lista de atentados de factura demasiado simple y demasiado imprevisible para unos servicios de seguridad acostumbrados a enfrentarse a otro tipo de enemigo. Se trata del terrorismo a la vuelta de la esquina, en cada plaza. Se trata de instalar el miedo en lo cotidiano.

“El terrorismo low cost permite el reciclaje en mártires de pequeños delincuentes. Da sentido vital a quien ha dejado de tenerlo”, asegura Samir Amghar, sociólogo y especialista en salafismo. “La idea del lobo solitario, el loco que comete un acto sin ningún tipo de red de apoyo no me parece viable. No se trata de locos, se trata de personas que participan de un proyecto y que tienen vínculos internacionales”.

Comparte esta opinión la corresponsal de The New York Times, Rukimini Callimachi, que ha detallado como ya en 2015, Abu-Issa al-Amriki, uno de los reclutadores más importantes de Daesh, contactaba vía la aplicación de mensajería Telegram con voluntarios de Europa o de Estados Unidos. El ciberplanificador de atentados daba instrucciones precisas. Las mismas que Daesh ya había difundido globalmente en su vídeo de 2014 en el que animaba a degollar, apuñalar y atropellar al máximo número de “infieles”.

Francia después de Niza

¿Qué ha ocurrido en Francia tras atentados como el de Niza, en el que un camión atropelló y mató a 86 personas e hirió a otras 458? La respuesta lleva un nombre algo grandilocuente: Operación Centinela. Se trata de desplegar miles de militares por las calles de las ciudades francesas. Un enorme coste para las arcas públicas que empieza a ser cuestionado.

Este despliegue militar no ha impedido nuevos atentados. El último en Levallois: seis militares fueron heridos al ser atropellados deliberadamente por un joven magrebí el pasado mes de julio. Se han levantado numerosas voces que critican el rol de los soldados en labores de seguridad urbana. Unas labores que ponen al límite los recursos de unas fuerzas armadas –las francesas– desplegadas en numerosos teatros de operaciones. Las esposas de los 10.000 soldados que patrullan las calles de Francia, han sido las primeras en levantar la voz: sus maridos están exhaustos y, según su criterio, estarían mucho mejor luchando contra el yihaidismo en el origen del problema que patrullando los Campos Elíseos.

Nunca hay que despreciar el sentido común de las familias de las fuerzas de seguridad.

Gran presupuesto

La respuesta del gobierno francés no es sólo militar. Enormes cantidades de dinero se han destinado a adaptar lugares de alto riesgo. Como Niza que, desde hace un año, ha invertido millones de euros en diversas obras para evitar nuevos atentados. Sólo en la Promenade des Anglais (donde se produjo el atropello) se han invertido unos 20 millones de euros en 190 mojones fijos, 32 mojones móviles, 19 mojones fijos que pueden ser móviles y 1.300 metros de cables metálicos de 20mm de diámetro. Todos fijados en una base de hormigón fuertemente armado. En el mismo paseo se han instalado arcos de acero que impiden el paso de vehículos grandes.

La cosa no queda ahí. La región de Provenza, Alpes y Costa Azul ha gastado más de 250 millones de euros en medidas de seguridad tras los atentados de Niza. Más de 20 millones para desplegar una amplia red de cámaras de seguridad en las ciudades o en la red de transporte público y estaciones de ferrocarril. Está en estudio dotar de esas mismas cámaras a todos los autocares de transporte público de la región. Y para la policía municipal, seis millones de euros para un fondo global de equipamiento que les permita adquirir chalecos antibalas y armas más modernas.

Millones de euros, miles de policías y militares. Pero difícilmente se puede predecir cuándo una furgoneta arrollará una plaza pública, cuando un cuchillo de cocina será usado para degollar a un transeúnte

Normas de prevención

En París, el Ministerio del Interior, a finales de abril de este año, publicó “La gestión de la seguridad de los acontecimientos culturales y sus sedes”, una guía destinada a sensibilizar a los organizadores de los eventos de verano.

Uno de los objetivos del documento, muy didáctico, era señalar las lecciones del ataque de Niza y su modo de funcionamiento. El documento sugiere que los equipos de seguridad deben estar acostumbrados a localizar un vehículo de entrega estacionado frente a una manifestación, sobrecargado o cuyo conductor tenga una conducción poco hábil. “En la medida de lo posible, instale su punto de control de acceso lejos del sitio protegido, establezca patrullas regulares e instruya al personal para que se interese por cualquier persona que muestre comportamiento sospechoso”, recomiendan los autores. En Niza, el 14 de julio, el terrorista había alquilado un camión frigorífico con el que había hecho varios viajes de rastreo antes de atacar la Promenade des Anglais.

El terrorismo low cost ha llegado para quedarse. Nadie tiene una solución. No se trata de instalar mojones en todas las ramblas del mundo, ni de desplegar miles de policías y militares armados hasta los dientes por las calles. Va más allá, se incrusta en lo básico de nuestra sociedad: el espacio público, la vida que compartimos, el ágora que nos hace ciudadanos libres. A las grandes capitales se les supone un objetivo, pero ciudades como Cambrils rompen todo el esquema de lo previsible. El miedo en cualquier lugar, a la vuelta de cada esquina, en cada plaza, por pequeña que sea. Dispone de escasos medios, pero la efectividad de esta nueva forma de guerra es brutal.