Porque han asesinado a niños dejáis estos animales de peluche, perritos, conejitos, ositos, animales simpáticos, incluso esta reproducción del gato cósmico, galáctico, Doraemon, un auténtico personaje de ficción, fascinante con su amplia sonrisa en la Fuente de Canaletes. También se ven esteladas, papeles escritos con las peores muestras de un sentimentalismo desbordado, velas, flores y muchísimo celofán. No sé si acaba de gustarnos esta imagen de nosotros mismos, tan blanda, tan emotiva y poco más, donde cada cual ha soltado sus obsesiones personales, “lo que le sale del corazón”, como si lo que procede del corazón siempre fuera bueno o conveniente u honorable. Estamos demasiado contentos de nosotros mismos, demasiado seguros en nuestra arrogancia de ciudadanos de un país relativamente libre y relativamente rico, y tenemos tantas ganas de demostrar al resto del mundo que somos buena gente, sobre todo a los magrebíes, que ofrecemos este espectáculo dudoso, incluso lamentable. Si fuera verdad no habría exagerar tanto. Ser buena persona no es igual al sentimentalismo y a la cursilería más irracionales.

Pensamos que todo depende de nosotros, que todo empieza y acaba en nosotros, que solo nosotros somos los protagonistas, como la triste educadora de Ripoll que se preguntaba “¿qué hemos hecho mal?” Como si todo fuera un error pedagógico, técnico, como si nuestra sociedad satisfecha lo hiciera todo bien y el mal fuera incomprensible en nuestra casa, como si el mal solo pudiera vivir en países pobres. Como si Terra Lliure no hubiera sido pensada y ejecutada por catalanes hace cuatro días. Como si la educación tuviera algún poder sobre personas que quieren ejercer el terrorismo, la muerte. La nuestra es una sociedad que cada vez sabe comportarse peor frente a la muerte, la esconde, la niega, la disfraza, constantemente la intenta olvidar. Y se infantiliza. El dolor no se tolera y cuando alguien se pone a llorar siempre hay algún memo que se lo impide. Me diréis que los animales de peluche los habéis llevado para los niños difuntos pero los habéis llevado para vosotros mismos, para contentaros por dentro, porque deseáis sustituir la sangre por ternura menor de edad, porque pensáis que abrazados a un Doraemon de peluche nunca tendréis que haceros mayores y mirar a la realidad cara a cara.

El sentimentalismo irresponsable creo que aproxima a los terroristas con algunos de nuestros conciudadanos. “Lo cor de l’home és una mar, tot l’univers no l’ompliria”: si tuviéramos presente esta sentencia de Verdaguer, el poeta siempre sentimental, exaltado, siempre desbordado de sí mismo, veríamos que solo con sentimientos no se llega muy lejos y que lo único que diferencia al género humano es la capacidad de razonar, de asumir responsabilidades, de ir más allá de los impulsos. El imán manipulador de niños de Ripoll no les hizo pensar de otro modo sino sentir de otra manera, emocionarse de otro modo ante la excitante aventura épica de los buenos contra los malos, del radicalismo infantil, ante la droga dura en que se convierte el sentimentalismo frente a la muerte. ¿Todavía queda alguien partidario de sentir menos y de pensar más?