Madrid es estos días más que nunca el centro del Estado español. Es de allí donde salen las órdenes y donde reciben a los imputados por los delitos más graves derivados de todo el proceso independentista.

Sin empatía, y con el discurso de siempre, así reciben los madrileños —no todos— a los catalanes que estos días pasan por la capital de un Estado que no se resigna a ser uno, grande y libre.

"¿Cómo estáis?", pregunta un periodista mientras los otros desayunamos. "Muy mal. Tristes. Lloramos...", decimos nosotros. Y se mantienen impasibles y empieza a salir el discurso de siempre, el del victimismo catalán que dicen que hacemos cuando decimos que España nos roba, ahora transformado en "España nos pega".

"Tirasteis sillas a la policía. Hay un vídeo. Si tirasteis una, cuántas más debisteis tirar", dice uno de los que está en la mesa justificando la actuación policial. Respondemos que si hay un vídeo, hay una silla, no más. Pero la media sonrisa que hace, deja claro que no convencemos.

También resuena el discurso de que adoctrinamos a los niños en las escuelas y que fabricamos independentistas, que la sociedad catalana está abduida por el Govern de la Generalitat y no nos independizaremos nunca. Ni así ni de ninguna otra manera, ni que lo hagamos dentro de la legalidad. Y todo sin que nadie les haya preguntado nada.

Mientras tanto, fuera de la calle resuenan los gritos y las bocinas. Miles de policías reclaman la equiparación salarial con los Mossos. Dicen que hace días que habían convocado la manifestación, pero coincide con el mismo día de la declaración de los presidentes de Òmnium Cultural y la ANC por sedición en la Audiencia Nacional. La concentración es en la calle Génova, justo delante. Y los manifestantes ponen en marcha proclamas entre las que hay consignas contra el major de los Mossos Josep Lluís Trapero, que un par de horas antes estaba dentro del edificio declarando y dando todos los detalles del dispositivo.

Dentro de la Audiencia Nacional las posiciones se reparten entre los periodistas que todavía se lo están pasando bien con todo el tema de la independencia de los catalanes, y los que ven que ya está bien y que el Estado español no tiene ninguna intención de doblegarse. Los que les dio totalmente igual lo que pasara el domingo, y los que explican que tienen familia en Catalunya que el referéndum marca, para ellos, un antes y un después. Que a pesar de ser partidarios del no, el domingo salieron a defender a sus vecinos y su integridad como pueblo.

Hay un momento de paz, mientras dos catalanes comentamos cuatro cosas de trabajo, cuando pasa una chica y nos dice: "Ay... hablad en catalán. Seguid, seguid. Soy del País Valencià y estoy añorada".

Y ya en Atocha se oyen comentarios de si Trapero tendrá que volver a declarar en la Audiencia Nacional. Es una posibilidad. Hombres de negocios que se pasan la semana entre Madrid y Barcelona, catalanes y castellanos, que siguen la actualidad al minuto, y que lo que envuelve a todo el proceso independentista también forma parte desde hace tiempo de su día a día.

Ante la intensidad de los debates, la pregunta: "Si no nos queréis, ¿por qué no nos dejáis irnos?".

Y la respuesta de siempre: "No sabéis cuánta gente quiere marcharse".

Y la réplica es fácil: Pues dejadnos preguntar. Domingo sólo queríamos preguntar".

Y entonces, el inevitable silencio.