Si pienso en Vicent Sanchis, la primera imagen que me viene a la cabeza es una playa de Mallorca. Sanchis me hablaba subrayando cada palabra, con una fuerza jupiteriana contenida y una crudeza implacable que le sale pocas veces, sólo muy de vez en cuando.

No hablábamos del trabajo. Me recomendaba que arreglara los papeles del divorcio, mientras yo le escuchaba petrificado y silencioso, pensando si las gafas de sol me disimulaban las lágrimas. Después fui a hacer el muerto en el agua, mientras Jordi Graupera vigilaba que no me muriera de verdad.

Sanchis es el mejor profesor que he tenido y una de las pocas personas que he conocido de este país que parece haber entendido que la autoridad no viene sólo de los galones. En la Universidad me habló de la batalla de Muret y me hizo leer a Josep Pla, que entonces era presentado en las aulas como un campesino fascista.

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Uno de los primeros días de clase le llevé un artículo y, después de hacérmelo leer en voz alta ante mis compañeros, dejó caer con una ironía tierna y pedagógica: "Un artículo debería tratar de decir alguna cosa. Además esta cosa se debería entender y, si puede ser, debería estar dicha con estilo. Este artículo no dice nada, no se entiende y tampoco está escrito con mucha gracia."

Explico todo esto para remarcar que Sanchis es una de las personas menos frívolas, menos crueles y más empáticas que he conocido. El día que le llevé mi biografía de Companys me invitó a cenar, me pidió que se lo firmara y me dijo que tendría que dejar de escribir en el diario una temporada porque me había pasado de la raya.

Sanchis es un superviviente sentimental acorazado. En un entorno de confianza puede ser tierno o un poco chuleta, pero siempre sabe bien quién tiene delante y nunca he encontrado ningún motivo para enfadarme con él porque no le he visto tomar nunca ninguna decisión importante sin una razón de fondo meditada.

Nacido en Valencia en 1961, distingue perfectamente el bien del mal y cuando comete una injusticia lo hace sabiéndolo y con mala conciencia. Sus padres eran de cultura valenciana pero le hablaban castellano porque hacía más bonito y porque parecían salidos de una novela de Blasco Ibánez.

Antes de ser director de El Temps malvivió en Barcelona hasta el punto de coger tuberculosis. Quizás a causa de estos orígenes ha vivido haciendo equilibrios entre un pragmatismo descarnado y una necesidad irrefrenable de ayudar a las personas que le parece que tienen vocación de escribir.

En el trabajo, la pereza y la desgana lo desesperan, pero su carácter encuentra siempre contrapeso en un fatalismo constructivo, que le ha permitido tener un hígado de pato y sonreír con la espalda llena de cuchillos.

Como director de El Observador se hizo más sabio que rico. En el Avui, también llegó cuando la situación del diario era deplorable. Con imaginación y tenacidad, a veces haciendo cuatro gritos, no tan solo salvó la cabecera: consiguió tener la mejor sección de política catalana y los artículos de opinión más incisivos y vanguardistas.

Salvador Sostres, obligado por el mismo Sanchis a reescribir los artículos dos o tres veces, limpió el catalán de ramplonería, y le devolvió el genio y la amplitud. Albert Sáez e Ignasi Aragay aprendieron a hacer el trabajo que ahora tienen en El Periódico y en el Ara. Mientras el Grupo Godó y Planeta no pusieron dinero en el diario para endulzarlo absurdamente, yo escribí y experimenté en él con una libertad admirable.

Prudente, paciente y un poco patriarcal, Sanchis se paseaba por la redacción lanzando sarcasmos fusterianos con una sonrisa de Gato Félix y una silueta espigada, de croquis dibujado con rottring. En el despacho tenía un sofá lleno de libros y un aparato de música modesto con cedés de cantautores como Raimon o Leonard Cohen. Su secretaría se llamaba Estrella; era guapa y rubia como una actriz californiana y, además, era muy simpática.

En aquel diario, que parecía la galera de Sir Francis Drake, escribieron Jordi Graupera, Bernat Dedéu, Jordi Carrión, Iu Forn e incluso Cristian Segura, que hacía de corresponsal. El panorama politico de hoy se incubó allí, no en La Vanguardia, ni en El País o en El Periódico. Allí escribí yo, en el 2006, que las bases de ERC habían salvado a Catalunya tumbando el 'sí' al Estatuto y, en 2005, que el texto acordado por el Parlamento sería masacrado a pesar de las promesas de Zapatero.

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Cuando Sanchis se marchó en 2007, trató de crear un diario nuevo pero le dieron una canonjía de momia retirada y le hicieron promesas que no se cumplieron. Después de trabajar por Cultura 03 en el diseño de una cabecera que habría tenido más fibra que el Ara, dirigió Barça TV y terminó la tesis doctoral. Refugiado en la universidad, en la FCO y en El Punt TV, el país oficial se le fue haciendo pequeño.

Si no tuviera tanta capacidad de contenerse y de retorcer la realidad hasta hacerla digerible, haría años que Sanchis se habría vuelto un cínico o un cretino, disuelto entre tanta actividad absurda. Hombre indestructible, de una energía pacifica y alegre, lo han nombrado director de TV3 por el mismo motivo que fue enviado al Avui, para que arregle los problemas de los otros o lo pague con su reputación.

Igual que la repentina aparición de Puigdemont, la trayectoria de Sanchis es la prueba de la tomadura de pelo que fueron el pujolismo y el maragallismo en muchos aspectos. Si estas figuras graníticas del entorno socioconvergente no hubieran sido forzadas a escoger entre supeditarse a los cínicos o aceptar la marginación, Catalunya tendría más armas para explicarse y actuar delante del mundo y Madrid se habría hecho una idea más clara de la crisis española.

A pesar de que conoce bien la lengua y que habría preferido nacer dotado con la pluma de Fuster, el gran talento de Sanchis es mandar y dirigir. La CUP le tiene manía porque en los últimos meses ha criticado mucho a sus líderes en las tertulias. Todos nos hemos dicho cosas gordas y espérate las que nos vamos a decir. Pero sin Sanchis el país sería mucho peor,

De hecho, si lo hubieran dejado trabajar tranquilo en su época, ahora mismo quizás él no sería uno de los pocos candidatos como Dios manda que hay para dirigir TV3. Los que quieren que dimita no saben que, aunque le guste comer bien y evite de entrada los conflictos, en el fondo su salsa es la guerra. En estos tiempos de facturas retrasadas que exigen satisfacción, me parece una cualidad imprescindible.