Después de cuatro días de declaraciones, desmentidos y confidencias públicas, la mañana de este miércoles se ha sabido que la reunión secreta entre el president, Carles Puigdemont, y el jefe del ejecutivo español, Mariano Rajoy, se produjo y fue el día 11 de enero en la Moncloa. Pero el culebrón no ha acabado tan fácilmente. Tanto, el uno como el otro han querido preservar el supuesto secretismo de un encuentro que se ha convertido ya en sorprendente comentario de chascarrillo, y han evitado confirmarla.

Durante la habitual sesión de control en el Parlament, Puigdemont no ha admitido que se produjo la reunión de la que informaba La Vanguardia. Y, lo que es más sorprendente, ninguno de los grupos de la oposición le ha preguntado al respecto. A pesar de las referencias indirectas que algunas de las intervenciones han hecho a este tema, el president se ha limitado a asegurar "que no hay negociación ni se la espera" y que lo afirma "con conocimiento de causa". Hasta aquí lo que ha dejado entrever de aquella cita, que nadie quiere dar por hecha pero de la que todo el mundo asegura que no salió nada.

Tampoco Rajoy ha querido confirmarla -ni desmentirla- cuando se le ha preguntado en los pasillos del Congreso, pero la preocupación desde la Moncloa para atribuir la filtración de la noticia al ejecutivo catalán y a un pulso entre los socios de Govern se ha convertido en una confirmación de facto. De hecho, el encuentro puede servir de argumento a Rajoy para avalar su Operación Diálogo, pero dispara las alarmas de los sectores más ásperos de la derecha española que no aceptan nada que desprenda un aroma de negociación con el independentismo.

En el caso de Puigdemont, los incómodos equilibrios que ha tenido que desplegar para evitar la nube de cámaras que lo esperaban en los pasillos del Parlament para conseguir su versión de la cita, han resultado bastante reveladores.

El frente independentista, sin embargo, ha absorbido el impacto. El vicepresident, Oriol Junqueras, había sido informado en su momento de la reunión. El diputado de ERC Gabriel Rufian dejaba claro el apoyo al president y el rechazo a lo que interpreta como un intento de sacar provecho de la filtración del encuentro.

Las reuniones secretas de Rajoy en la Moncloa las carga el diablo. Y acostumbran a tener daños colaterales. Desde el ejecutivo se ha negado durante los últimos tres días que se hubiera celebrado un encuentro para negociar. El mismo Puigdemont aseguró el domingo que no estaba negociando, mientras que la consellera de Presidència, Neus Munté, dedicó la mayor parte de la rueda de prensa del martes a negar la existencia de reuniones "para negociar".

En cambio, el presidente español, siempre evasivo en sus respuestas, hizo una exhibición de retranca gallega en Tele 5, donde aseguró que no se había reunido con Puigdemont pero que si lo hubiera hecho, siendo un encuentro secreto, no la podría explicar. La confirmación estaba servida.

La noticia de la reunión se ha visto precedida, además, por un rosario de declaraciones y desmentidos con tonos surrealistas. El pistoletazo de salida lo dio una supuesta indiscreción del delegado del Gobierno español, Enric Millo, asegurando que hay conversaciones a todos los niveles entre los dos gobiernos. El desmentido a estas palabras llegó desde el Govern pero también del líder del PP, Xavier Garcia Albiol, -que ha recibido una fuerte contestación interna en su partido por aquel hecho-. Pero lo que de verdad acabó dando forma a la noticia fue la confirmación del primer secretario del PSC, Miquel Iceta, que en un desayuno en Madrid aseguraba este martes que los contactos existían y tenían forma de entrevista entre los dos presidentes. El resto, se resume en la no confirmación de la reunión que a estas alturas ya nadie duda que se celebró.