Leyendo la prensa es fácil ver que, en el fondo, nadie discute ya si el referéndum se celebrará o no. El foco cada vez está más puesto en intentar evitar que la celebración tenga un reconocimiento internacional y una lectura capaz de romper España. Es evidente que se busca un efecto de media erección que justifique a todo el mundo

La aparición de Miquel Roca en TV3, la retórica republicana de Xavier Domènech o la filtración de las penosas estrategias de Bonvehí, responden todas a la misma lógica. Jordi Pujol todavía es el Estado en Catalunya. El día en que los jóvenes del PDeCAT comprendan que Trias hizo una campaña patética y abandonó Barcelona a su suerte para dar margen a la unidad de España, dejarán de hacer el ridículo y creer que Ada Colau es el problema.

La cuestión que está en juego es como se hace un referéndum unilateral con una clase política que a duras penas es capaz de distinguir entre la independencia y la autodeterminación. Hace todo la pinta que Puigdemont cree que la única cosa que puede hacer por Catalunya es actuar como los campesinos catalanes, que son famosos por no fiarse de nadie ni gastar más de lo que se tiene.

Puigdemont está decidido a poner las urnas, pero de momento no tiene intención de hacer nada más, no quiere forzar la máquina. Su idea es dejar que, si acaso, sea el empuje de la calle y la dinámica de los acontecimientos que dé al referéndum la potencia necesaria para que la trama autonomista no pueda controlar el mensaje. Eso, claro, es como jugar toda la noche a la ruleta rusa con la esperanza de que una bala no te vuele la cabeza.

Con líderes independentistas como el joven Bonvehí, que ya se preparan para rendirse, España no necesita a muchos unionistas para convertir la autodeterminación en una charlotada. La prueba de que la celebración del referéndum empieza a asumirse es que incluso Sant Vila proclama que el autonomismo ha muerto. Preparar un referéndum sufriendo por las inhabilitaciones es como desembarcar en Normandía sufriendo por si el agua te moja el uniforme o te entra arena en los zapatos.

El PDeCAT no tiene derecho a desconfiar de Junqueras mientras Puigdemont sea incapaz de sacarse de encima a los hombres de Mas, que se encontró cuando llegó. Ahora que ya es público que Mas pactó el 9-N con el Estado, porque así lo confesó Homs bajo juramento; ahora que es tan evidente que con un gobierno de Mas no estaríamos hablando de autodeterminación, no cuesta mucho sospechar que Madrid sigue dialogando con políticos independentistas para conseguir una explosión controlada que le permita tratar el conflicto con Catalunya como un asunto interno.

El Estado, que nunca dejó de negociar con ETA aunque diga lo contrario, no quiere observadores internacionales porque los observadores harían definitivamente imposible que Madrid pudiera controlar la interpretación del resultado del referéndum, ni siquiera con ayuda interna. El hecho de que todavía no se haya creado una comisión parlamentaría de garantías con participación internacional resulta un poco sospechoso a estas alturas.

Si Puigdemont quiere abrir las puertas de Troya tendrá que ir de cara. Los viajes internacionales están muy bien. Los norteamericanos pueden hacer las declaraciones que quieran, pero la geopolítica los hace aliados de Catalunya y están interesados en nuestra independencia. El tratamiento que La Vanguardia hizo el miércoles de los congresistas que visitaron Barcelona -insinuando que perdieron la reunión con Dastis porque se fueron de farra- ya da una idea de que el Gobierno de España no las tiene todas consigo.

Sin embargo, si el president quiere que el referéndum sea un éxito y que el unionismo se lo tome en serio, deberá hacer valer su condición de president. Deberá cortar cabezas y confiar en un equipo que esté dispuesto a hacer lo que haga falta para aplicar el derecho a la autodeterminación. Las cosas importantes no se pueden hacer a medias, ni con estrategias diseñadas para quedar bien en un power point. Cuando se intenta salvar todo, muy a menudo no se acaba salvando nada.

Es por eso que, desde hace unos años, cuesta tanto creer en los políticos. Especialmente en estos que debiéndolo todo al procés, se preparan para volver al autonomismo, en vez de pensar cómo seguirán defendiendo la independencia. Como diria Bukowski si passara por Barcelona y se encontrara con Puigdemont, "If you're going to try, go all the way. Otherwise, don't even start. You will be alone with the gods, and the nights will flame with fire. You will ride life straight to perfect laughter. It's the only good fight there is."