Difícilmente le hayan cantado las cuarenta al rey Felipe VI de la forma que lo ha hecho el escritor, historiador y periodista argentino Martín Caparrós, descendiente de un republicano exiliado a Buenos Aires, que por medio de un artículo publicado en la edición en español de The New York Times le espeta, lisa y llanamente, “renuncie y búsquese un trabajo”.

En el artículo ‘A Sumajestad, el rey de España’, Caparrós se dirige a Felipe VI en tono cordial para recordarle que disfruta de una “vida rara” en la que, para empezar, “nunca debió ganarse la vida”, ya que tiene las “necesidades básicas -y muchas otras-“ satisfechas desde antes de nacer, gracias a “un sistema caprichoso que solo se le aplica a usted”.

El articulista reconoce que su idea de España “tiene mucho más que ver con la República —que mi abuelo Antonio apoyó y por cuya derrota yo nací en Buenos Aires— que con la monarquía”, pero teniendo presente que “a millones de españoles no les molesta ver coronas en escudos y banderes”, tranquilamente le recomienda: “Debería pensar en renunciar”.

"Su trabajo es aburrido y un poco rancio y bastante cómodo"

“Renunciar, abdicar, señor Sumajestad: conseguirse una casa, irse a su casa, buscarse un buen empleo”, le pide Caparrós, porque “su trabajo es aburrido y un poco rancio y bastante cómodo”, pero con solo una obligación, “usarlo”. Por ello le invita a “usarlo para buscar su lugar en los libros de historia”, señalándole que la forma más conveniente de hacerlo es dejando el cargo.

Además, el articulista de The New York Times le pide a Felipe VI que no se deje “arredrar por quienes dicen que usted es necesario como prenda de unidad, símbolo de este país siempre en cuestión”, porque el hecho que “una nación necesite simbolizarse en un jefe vitalicio es un gesto de tan poca abstracción que suena pobre”.

Por todo ello Caparrós invita al Rey a abdicar, eso sí, “no le digo que lo haga ahora mismo, porque podría parecer una capitulación”. De hecho le recomienda que lo haga dentro de un par de años, cuando “acaben de juzgar a su cuñado fraudulento, cuando su padre ya no suene a elefantes difuntos o arribistas de revistas”.

Con todo, le cede el privilegio de apropiarse de la idea de la renuncia con una última pulla, “si llega a decidirlo, puede decir que se le ocurrió solo, en la ducha, una mañana, porque no terminaba de estar cómodo en esta vida tan ajena que le tocó en la lotería”.