Los cabecillas del golpe de Estado del 23-F de 1981 fueron a parar a la cárcel tras su fracaso, pero su vida entre rejas fue mucho menos dura de lo que podría parecer. De hecho, para algunos ni siquiera había rejas, pero es que además había mayordomo, barra libre de marisco y en algún caso concreto, visitas femeninas.

Así lo reveló anoche el programa El intermedio de La Sexta, en un reportaje donde se cuenta como en el Castillo de la Palma, en el Ferrol, Antonio Tejero –el que asaltó el Congreso de los Diputados–, fue recluido en una celda sin rejas y tuvo un trato exquisito con vistas a la ría. Es más, a causa de su presencia, el establecimiento se dotó de calefacción, agua caliente y mobiliario más parecido a un hotel que a lo que supuestamente era, una prisión.

Otro cabecilla golpista, Jaime Milans del Bosch –el que sacó los tanques a la calle en Valencia–, fue a parar a la cárcel de Caranza, también en Ferrol. Pese a que el golpista se quejó de su situación, lo cierto es que compartía mayordomo con otro penado, Luis Torres Rojas –quien tenía encomendado tomar Madrid con la División Acorazada Brunete–. A ambos, su criado les servía las comidas y les atendía a lo largo de la jornada.

Es más, según el testimonio del mayordomo, Manuel Macías, Milans contaba incluso con la visita “una vez al mes, de una amiga o acompañante”. Sin duda, unas condiciones de vida que hicieron más llevadera su estancia en las cárceles, aunque en todo caso, ninguno de los sentenciados llegó a cumplir íntegramente su condena.