José Luis Ábalos, mano derecha de Pedro Sánchez en el renovado PSOE, ha explicado al diario Ara que el concepto "nación cultural", la propuesta estrella del último congreso de este partido, tiene como objetivo evitar que se hable de autodeterminación. ¡Bravo! Ábalos ha puesto negro sobre blanco cuáles son las intenciones que esconde su partido, coherentes con el rechazo contundente del referéndum catalán por el mismísimo Pedro Sánchez. Se agradece esta claridad desde este país nuestro, tan abonado al eufemismo y a la invención de presuntos conceptos políticos y jurídicos innovadores para esconder lo que es normal en la práctica internacional.

Ahora bien, además de valorar la sinceridad del señor Ábalos, me temo que esta idea de la "nacionalidad cultural" no servirá de mucho para resolver el conflicto latente en la relación Catalunya-Espanya. Durante un tiempo quizás permitirá aplacar las iras de los sectores del PSOE que claman por la aplicación del artículo 155 de la Constitución, pero no le pronostico mucho más recorrido, justamente porque, de forma intencionada, evita la raíz del problema. No me extenderé aquí sobre el concepto de nación, que ha quedado bastante claro en la historia, la política y el derecho. De momento, no está de más recordar que la cultura es un elemento importante y quizá el más visible en la formación de una conciencia nacional, pero no el único.

El concepto "cultural" de una colectividad es coherente con un Estado que se basa en una idea unitaria y homogénea de nación, pero de ninguna manera puede fundamentar un proyecto federal

La idea de "nacionalidad cultural" quiere casar la innegable diversidad nacional existente dentro del Reino de España con una idea unitaria de la nación española. No habría más nación, en sentido político, que España, si bien en esta nación única cabrían varias "realidades nacionales", de carácter sobre todo cultural, por no decir folclórico. Idea, por cierto, muy próxima a la práctica seguida en Francia, donde el catalán, el bretón, el corso o el occitano se aprenden en la escuela y disfrutan de una protección oficial como manifestación cultural, pero sin ningún contenido político, ya que la concepción unitaria e igualitaria de la República francesa impide que se reconozca la existencia de minorías nacionales. Justamente por eso, el Consejo Constitucional francés vetó la ratificación por el gobierno de aquel país de un tratado internacional aparentemente "cultural", como es la Carta europea de las lenguas regionales y minoritarias: implantar la Carta en Francia es tanto como admitir que en Francia hay más de una nación.

Por aquí chirría la propuesta del PSOE. Este concepto "cultural" de una colectividad es coherente con un estado como la República francesa, que se basa en una idea unitaria y homogénea de nación, que ha sustituido al monarca absoluto como titular de la soberanía. Pero de ninguna manera puede servir para fundamentar un proyecto federal.

El federalismo se basa, justamente, en la idea opuesta: la formación de un Estado a partir de la unión libre de varias colectividades, que se asocian para proteger un interés común. Por eso, los Estados federados, naciones, nacionalidades o como se les quiera llamar, no son un concepto meramente cultural sino el fundamento mismo del Estado. Los ejemplos son muchos. Casi se puede decir que los modelos de federalismo son tantos como estados federales existen, pero en todos ellos se pueden encontrar estos rasgos distintivos.

El federalismo se basa en la idea opuesta: la formación de un Estado a partir de la unión libre de varias colectividades, que se asocian para proteger un interés común

Para comprobarlo es suficiente con echar un vistazo a tres ejemplos significativos. Suiza nació cuando un pequeño número de cantones independientes unieron sus fuerzas contra los Habsburgo. Los Estados Unidos de América tienen su origen en el pacto de trece colonias británicas contra el poder de Londres. La actual Alemania se constituyó a partir de una confederación de varios reinos y estados, que se fueron integrando dentro del Reich sin perder su personalidad. De aquí arranca el tan alabado federalismo alemán, sólo ausente entre 1933 y 1945 por razones conocidas. Esta unidad a partir de la libre asociación ha acabado creando una conciencia nacional que se ve reflejada en el respeto casi religioso que infunden los himnos y las banderas de estos estados, que nadie silba en los estadios deportivos. A diferencia de lo que pasa en España y también, por cierto, en Francia.

A la inversa, esta idea de pacto hace que en estos estados federales pueda plantearse con naturalidad la posibilidad que una de las comunidades que lo forman decida si quiere mantenerse o convertirse en un nuevo Estado independiente. Acabamos de verlo en Puerto Rico, mientras California y Texas, entre otros, lo tienen en el tintero.

Respecto a otros estados federales, hay que recordar el pronunciamiento del Tribunal Constitucional alemán, declarándose incompetente para juzgar la posibilidad de un referéndum de autodeterminación en Baviera, además de la conocidísima sentencia Quebec del Tribunal Supremo del Canadá donde, pese a negar el derecho de autodeterminación como lo aplicaban las Naciones Unidas, dejó claro que el orden constitucional no puede oponerse a la voluntad de una mayoría de quebequeses de abandonar la federación, claramente expresada en una votación binaria.

No mienten quienes dicen que España es el estado más descentralizado del mundo. Pero un estado descentralizado no es un estado federal

No hay que insistir en las diferencias entre estos estados y España, donde la unidad del Estado no se ha basado nunca en una libre asociación de pueblos, sino que ha sido consecuencia de la mera aplicación de derechos dinásticos, cuando no de la represión militar pura y simple. Sin salir de este marco general, la Constitución de 1978 permitió abrir la puerta a una amplia descentralización, pero no convirtió España en un estado federal. De hecho, no mienten los que dicen que España "es el estado más descentralizado del mundo", pero un estado descentralizado no es un estado federal. La descentralización es una técnica de organización de un poder unitario, que permite a unas unidades "inferiores" llevar a cabo unas funciones públicas con más o menos amplitud, pero no un pacto federal que crea un estado a partir del acuerdo entre iguales.

Por lo tanto, la actual crisis en las relaciones entre Catalunya y España sólo tiene una solución: que los catalanes definan a través de un referéndum de autodeterminación si quieren mantener la relación con el Estado español o bien quieren marcharse. No hay federación sin autodeterminación. Cualquier propuesta federal que no lo tenga en cuenta estará abocada al fracaso.