Irene Rigau es uno del pocos representantes políticos en activo que todavía recuerda bien como empezó la autonomía. A diferencia de la mayoría de diputados, es consciente de hasta qué punto el eje nacional marca todas las discusiones, incluidas las que habría que tratar con más respeto, como la pobreza, los refugiados o la liberación de las mujeres.

Exceptuando dinosaurios como Macià Alavedra o Jordi Pujol no me vienen a la cabeza muchos políticos catalanes que, cuando explican su gestión, den la impresión de estar tan bien conectados con la historia. Rigau lleva en el estilo la permanencia del pasado. Transmite una mezcla de reminiscencias aristocráticas, comerciales y populares que le dan una elegancia casera, de dirigente del partido Tory y de pastelito del domingo.

Nacida en 1951, en una familia culta de Banyoles, estudió en una academia de maestros republicanos depurados, que hablaban catalán en clase. El hecho de encontrarse lejos de Barcelona le permitió recibir una educación católica coherente con el país anterior a la guerra. Su padre era el cronista oficial de Banyoles y en su casa se hablaba del pasado sin manías.

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Aunque, como politica, es hija de un mundo que ha crecido diciendo que "no nos dejarán hacer la independencia", bajo la amabilidad guarda una punta oculta de radicalismo que a menudo irrita a los españoles. Cuando de jovencita salía de excursión con los scouts, cantaba líneas de un himno suizo que decía: "Oh Dios ampara mi país,/ sus enemigos se han conjurado para hundirlo/ hacedme valiente y atrevido por si en la lucha debo salvarlo."

En casa querían que estudiara dos carreras y Rigau pensaba hacer filología clásica después de magisterio. En aquella época, a los mejores expedientes de magisterio se les ofrecía un lugar en la escuela pública y Rigau prefirió empezar a trabajar de maestra para asegurar la plaza. Años más tarde, se licenció en psicología compaginando los estudios con el trabajo, e hizo un máster en gestión pública.

Las dotes organizativas de Rigau destacaron pronto en las escuelas de verano impulsadas por el Movimiento de Maestros, durante los años 70. Próxima a Josep Pallach, entró en el Consejo Catalán de Enseñanza y no dudó en discrepar de Marta Mata y otros popes del mundo de la educación, cuando vio que cometían los mismos errores puristas que en los años 30.

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Comprometida con la escuela pública, empezó a trabajar para la Generalitat en tiempo de Tarradellas e influyó en el modelo de enseñanza diseñado por los gobiernos de Pujol. Durante los años 80, cogió fama entre el profesorado de saber resolver los conflictos y, en la decada de los 90, como secretaría del Consejo Interuniversitario, dicen que se ganó el respeto de los estudiantes.

A pesar de la carrera hecha en Enseñanza, en 1999 fue nombrada Consellera de Bienestar Social. Entonces, el PP quería inmigración y Rigau tenía que gestionar autocares y trenes llenos de africanos sin papeles que Madrid enviaba a Barcelona. Aunque los diarios decían que tenía el objetivo de afinar la consejería consiguió multiplicar el presupuesto.

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Después de dos legislaturas en la oposición, el 2010 Mas la nombró consellera de enseñanza. Acostumbrada a gobernar en tiempo de vacas gordas, el hecho de recortar gastos le dio una nueva perspectiva e hizo que sufriera, por primera vez, escarnios en la misma puerta de su casa. A partir de 2012, mientras se peleaba con el Ministro Wert y sus políticas "españolizadoras", se implicó en la organización del 9N.

Rigau puso a disposición del gobierno la red de escuelas para que todo el mundo pudiera votar en su municipio. Si hubieran votado a 1.500 personas la justicia española no habría dicho nada, pero votaron más de dos millones trescientos mil. En septiembre de 2015, Rigau fue imputada junto con Mas y Joana Ortega por desobediencia, malversación, prevaricación y usurpación. La pena de inhabilitación emitida por el tribunal español sólo la afecta a ella, que es diputada en el Parlamento, pero no está claro todavía si dimitirá.

Hace unos días, Rigau animaba a Puigdemont a celebrar el referéndum: "No sé si tendremos el estado -añadió- y qué dificultades se presentarán para conseguirlo, pero la nación la hemos salvado en un momento en que parecía que la catalanidad se iba diluyendo". Aunque siempre existe la tentación de autoinflingirse una derrota dulce, podría ser que, si finalmente hay baile de bastones, las Rigau de Catalunya se encuentren tan a gusto que queden sorprendidas de ellas mismas.

Un poco com Cataluña, Rigau siempre me ha parecido un volcán canalizado por la política.