Aurelio Arteta escribió un libro, llamado Tantos tontos tópicos (Ariel, 2012), en el que desenmascara la inundación de lugares comunes en nuestra vida cotidiana, -y también ¡ay!, en nuestros debates públicos-. A veces son muletillas vacías de contenido para salir del paso cuando no se nos ocurre nada inteligente que decir. Otras veces son simplemente solemnes bobadas. Y siempre, como dice Arteta, “el tópico es hijo de la pereza intelectual y hermano del prejuicio”.

La política está infectada por los tópicos convertidos en axiomas. Y en lo tocante a las elecciones, qué les voy a decir: lo difícil es escuchar una idea que no venga precocinada y previamente esterilizada, no sea que a alguien le siente mal. Uno de los más sobados es el que se escandaliza ante lo que llaman “campañas negativas” o “el voto del miedo”.

El origen está en dos plagas: una es la estulticia del “pensamiento positivo”, esa cursilada que supuestamente ayuda a ser feliz. Y la otra es esa manía de tratar a los ciudadanos no como adultos responsables, sino como niños caprichosos a los que se les puede contar cualquier trola (eso de que lo importante es “ilusionar”) y nunca hay que asustarlos o preocuparlos porque se echarían a llorar.

El voto es una elección trascendente. Y como en todas las elecciones humanas, en ella siempre hay una parte de adhesión y una de rechazo. Cuánto pese cada una de ellas es algo que depende del individuo, del objeto de la decisión y de la circunstancia. Pero una elección basada en la pura adhesión (positiva) no tiene por qué considerarse necesariamente más acertada o más legítima que una basada en el rechazo (negativa).

Las campañas negativas, que llaman la atención sobre las consecuencias perjudiciales del voto al adversario, son tan admisibles como las positivas, que supuestamente sólo subrayan las propias virtudes. Se puede votar a un partido para que gane, o por lo que representa, o por coincidencia con sus ideas. Pero también puedes hacerlo porque quieres evitar que gane otro, porque crees que si ese otro gobernara sería dañino para el país o para tus ideas o tus intereses. Que alguien me diga dónde está la superioridad moral de lo primero sobre lo segundo.

Argumentar sobre las falencias o los peligros del voto a otro partido no tiene nada de malo, siempre que no se falsifique la realidad ni se calumnie a las personas. Con frecuencia se exagera, sí: pero igualmente se miente y se exagera cuando alguien se atribuye méritos de los que carece, esconde los problemas para pintar el mundo de rosa o promete cosas que sabe que no cumplirá. Una campaña negativa puede ser dura, pero limpia y realista; y una de las que llaman positivas, tan aparentemente amable como tramposa y manipuladora.

¿Qué es eso del “voto del miedo”? Demasiadas veces, quienes previenen contra él lo que buscan es un salvoconducto para la demagogia impune.

Si un partido (Podemos en 2015) propone aumentar el gasto público en 90.000 millones de euros y sus adversarios responden que ello provocaría una catástrofe económica para el país, ¿eso es llamar al voto del miedo o es contar la verdad?

Si unos quieren separar a Catalunya de España y otros subrayan que esa decisión dejaría a Catalunya fuera de la Unión Europea y comprometería el progreso económico y el bienestar social de los catalanes, ¿eso es sembrar el miedo o situar el debate en sus términos reales y no en el mundo imaginario que pintan los primeros?

Si desde dentro y desde fuera del país se reiteran los múltiples efectos negativos que tendría el Brexit, ¿eso es meter miedo a los británicos o hacer que tomen su decisión con libertad, sí, pero siendo conscientes de las implicaciones? Hay muchos británicos que no sienten ningún entusiasmo por la Unión Europea, pero votarán a favor de la permanencia por un temor muy justificado a las consecuencias del abandono. Y los políticos que piden ese voto están cumpliendo con su obligación, como lo hizo Gordon Brown cuando explicó crudamente a los escoceses lo que supondría sacar a Escocia del Reino Unido. Simplemente, los estaba tratando como adultos.   

Cuando Obama pide a los norteamericanos que se tomen en serio las barbaridades de Donald Trump porque “la presidencia de los Estados Unidos no es una diversión ni un reality-show”, ¿cuál de los dos está siendo más honesto con los votantes?

Si en la Alemania de 1933 hubiera funcionado el voto del miedo, es probable que Hitler no hubiera llegado al poder

Si en la Alemania de 1933 hubiera funcionado el voto del miedo, es probable que Hitler no hubiera llegado al poder. Por desgracia, sus rivales en aquella elección no supieron infundir en el pueblo alemán la dosis suficiente de sano temor para evitar que se arrojaran al precipicio.

La política, como la vida misma, está llena de decisiones basadas en la opción por el mal menor, que muchas veces resulta ser la más acertada y saludable. En Francia, en las elecciones presidenciales de 2002 el socialista Lionel Jospin quedó en tercera posición y en la segunda vuelta los franceses tuvieron que elegir entre el derechista Chirac y el ultraderechista Le Pen. Pues bien, los partidos de izquierda pidieron el voto para Chirac y se movilizaron para frenar a Le Pen. Resultado: 82% para Chirac y 18% para Le Pen. Campaña negativa, sí. Voto del miedo, sí. Bravo por ellos.

Además, como dice Arteta, “el miedo es una pasión no sólo natural, sino con frecuencia imprescindible. Si viviéramos con más miedo los acontecimientos amenazantes, los presenciaríamos con menos pasividad. Hemos de permitirnos tanto miedo como la realidad se merece”.

Toda esa farfolla de los discursos negativos versus los positivos esconde una gran falacia. Quien haya escrito un par de discursos políticos en su vida sabe perfectamente que cada concepto positivo contiene un reverso negativo y viceversa. Cuando Pedro Sánchez anuncia que derogará la reforma laboral, eso es a la vez una propuesta (una nueva ley) y un ataque (una mala ley que tiene que ser suprimida). Cuando Rajoy dice que defenderá las reformas de su gobierno, es porque alguien las pone en peligro: propuesta y ataque. Y cuando Rivera habla de regeneración política, es porque algo está degenerado: propuesta y ataque. Sólo se trata de elegir bien las palabras.

La campaña más famosa de la historia es la de Obama en 2008. ¿La calificarían de positiva o de negativa? Porque si la estudian a fondo, descubrirán que aquel “Yes, We Can” venía cargado de rechazo hacia todo lo que representaron los años de Bush y de voto del miedo a la división del país en dos mitades irreconciliables. “Sí, podemos echarlos”, era la traducción más fiel de aquel mensaje tan aparentemente positivo.

Así que en esta próxima campaña, cuando vean que un líder o un partido acusa a otro de apelar al voto del miedo, lo más probable es que se este preparando para vender una moto averiada sin que nadie denuncie la avería. Ya somos mayorcitos y lo que interesa no es si lo que dicen da miedo o deja de darlo, sino que digan cosas verdaderas y no falsas, importantes y no banales, útiles y no superfluas.