Después de 10 meses sometiendo el país al estrés del bloqueo institucional y sometiéndose a sí mismos a la descomposición de su propio organismo partidario; después del obsceno aquelarre de hace tres semanas; después de dos años soportando un liderazgo tóxico y todo tipo de excesos políticos culminados con un choque frontal en plena autopista, el socialismo español llegó al día de ayer ingresado en la UVI, con respiración asistida y un pronóstico crítico.

Cuando uno entra en esas condiciones en la sala de operaciones –en este caso, la sala Ramón Rubial, de Ferraz, 70–, lo que menos importa es la estética. Lo primero es salir vivo. Lo segundo, intentar que no queden secuelas irreversibles e incapacitantes para el futuro. Lo tercero, aspirar a recuperar una vida normal tras la obligada convalecencia. Pretender además que la cosa quede bonita y elegante y que la cicatriz no se note mucho, es pedir demasiado dadas las circunstancias.

Con la decisión de su comité federal, el PSOE ha comprado las dos cosas que más desesperadamente necesita: tiempo para respirar y 85 diputados en el Congreso para hacer política. Ambas cosas estaban perdidas si se hubiera seguido el curso de acción que promovía el sanchismo. Lo de ayer fue estrictamente una operación de supervivencia in extremis, un gol del portero en el último saque de esquina del último segundo de la prórroga para no quedar descalificado.

El PSOE necesita tiempo porque hoy no está en condiciones de afrontar unas elecciones

El PSOE necesita tiempo porque hoy no está en condiciones de afrontar unas elecciones, ni lo estará durante una larga temporada. Ahora le toca, en primer lugar, tragarse el sapo de la abstención el próximo fin de semana. Después, manejar el problema de los votos disidentes, especialmente los del PSC. A continuación, tratar de bajar el suflé de la crispación interna, que ha dejado heridas difíciles de sanar (afectando incluso a relaciones personales de muchos años). 

El siguiente paso será preparar con serenidad un congreso capaz de alumbrar un proyecto político, del que ahora carecen, y un liderazgo orgánico y social (¿tienen que coincidir en la misma persona?) que les devuelva la competitividad perdida.

También tienen que reparar algunos de los peores estragos del período sanchista: por ejemplo, recomponer la deteriorada organicidad del partido, neutralizando los virus de populismo plebiscitario y cesarista que se han inoculado a sí mismos durante estos años de extravío.

Y mientras tanto, han de aprender a ejercer un liderazgo de la oposición sometido a dos condicionamientos importantes: por un lado, el difícil equilibrio de oponerse al gobierno sin llegar a desestabilizarlo hasta el punto de que este rompa la baraja y convoque unas elecciones prematuras.  Por otra, convivir con el hecho objetivo de que el espacio de la izquierda está repartido en dos mitades de tamaño parecido.

Poco le ha durado a Iglesias la vocación de ser 'un partido normal'.

En esta segunda tarea la vida puede resultarles más fácil si Pablo Iglesias persiste en su determinación de hacer que Podemos regrese al monte. Por cierto, poco le ha durado a Iglesias la vocación de ser “un partido normal”.

Lo segundo que ha comprado el PSOE con esta decisión son 85 preciosos escaños en el Congreso, los que Sánchez se proponía dilapidar provocando las terceras elecciones. Esos 85 diputados valen su peso en oro ante un gobierno en minoría obligado a negociarlo todo. Por la misma razón por la que el PSOE era el partido clave para la formación de gobierno, pronto comprobaremos que el grupo socialista seguirá siendo clave en la relación entre el gobierno más débil y el Parlamento más fuerte de nuestra democracia. 

El grupo socialista seguirá siendo clave en la relación entre el gobierno más débil y el Parlamento más fuerte de nuestra democracia

Gracias a esos 85 diputados, los socialistas pueden condicionar permanentemente la acción del gobierno, pueden forzar la revisión de las peores decisiones de la extinta mayoría absoluta del PP, pueden dar un sentido socialmente equitativo a la política económica, pueden influir decisivamente en el contenido de todas y cada una de las leyes que se propongan y pueden obligar al gobierno a someterse a controles y vigilancias a los que los gobiernos del PP no están acostumbrados.

Con esos 85 diputados y un poco de talento estratégico, el PSOE puede practicar acuerdos de geometría variable en los que él sea siempre la pieza necesaria. Puede obligar al gobierno del PP a pactar los asuntos de Estado; puede provocar derrotas parlamentarias del gobierno haciendo confluir a Ciudadanos y a Podemos en cuestiones relativas a la regeneración política; puede abrir nuevos espacios en el diálogo con los nacionalistas y en el tratamiento del conflicto de Catalunya; puede hacer política de izquierdas sumando su fuerza a la de Unidos Podemos. Y si ese partido se asilvestra definitivamente, puede ocupar con comodidad el espacio de la oposición parlamentaria reformista, que es donde se sitúa la mayoría sociológica de la opinión pública progresista y la práctica totalidad de sus votantes.

Y lo más importante: con esos 85 diputados, el PSOE puede tejer una red de complicidades políticas que abran la puerta a reformas largamente aplazadas. La primera de todas, la reforma de la Constitución.  

Claro está que para todo eso necesita antes recuperar la salud orgánica y restablecer un adecuado contacto con la realidad. Lo de ayer fue sólo el primer paso.

A partir de ahora el PSOE y el PP quedan atados por un lazo no visible ni explícito, pero muy real: cada uno posee lo que el otro necesita

A partir de ahora el PSOE y el PP quedan atados por un lazo no visible ni explícito, pero muy real: cada uno posee lo que el otro necesita. Rajoy necesitará disponer de condiciones de gobernabilidad, y eso sólo se lo puede dar el PSOE. Los socialistas necesitan tiempo para recuperarse, y eso sólo se lo puede dar Rajoy, que tendrá la llave de la convocatoria electoral. Tiempo a cambio de gobernabilidad, ese es el acuerdo implícito que subyace en la situación política que se abrirá tras la investidura.

Por lo demás, me parece falaz decir que el comité federal ha entregado el gobierno a Rajoy. ¿Acaso estaba en su mano impedirlo? Este tenía ganada la posición de antemano, ahora o después de las elecciones. Y los responsables de ello son, por este orden: primero, los ocho millones de ciudadanos que lo votaron. Y segundo, la manifiesta incompetencia de la izquierda española para traducir todos los desafueros del gobierno del PP (corrupción incluida) en una victoria electoral clara y montar una alternativa de poder viable, creíble y deseable. Una culpa que comparten a partes iguales Pedro y Pablo.

Del PSC, ya hablaremos. Sólo una cosa: cuando uno viene decidido de antemano a no aceptar el resultado de una votación, lo único leal es no participar en ella. Lo otro, querido Miquel, es hacer un Trump.