Una vez más algunas de las líneas maestras del debate entorno al 11-S han ido sobre si el impulso social estaba estancado, o incluso en retroceso, y cuántos manifestantes han concurrido finalmente a las cinco demostraciones simultáneas del domingo pasado. Dejando de lado que nadie es capaz de encontrar precedentes comparables, pacíficos y limpios, de ocupación de las calles y plazas por un motivo, sea el que sea, durante, por ahora, 5 años, tiene que reiterarse que el número de asistentes es relativo y tramposo. Lo que no se puede hacer, después de haber descalificado las cifras de ediciones anteriores, es darlas hoy por buenas y compararlas con las que todos han fabricado como se hace siempre.

El tema de cuántos indepes hay en Catalunya es muy fácil de saber: hacemos un referéndum a la escocesa -hay margen constitucional, si se quiere- y se ha acabado el debate. Quien no te deja contar no puede jugar con tus números. Trampas, las justas. Y de injustas ya estamos servidos.

Sin embargo este no es el tema. Para mí, ha quedado cada vez más patente -y este sí que es un motivo de desencanto- la falta de unidad de los grupos civiles y políticos que se reclaman luchadores para la independencia. Excepto el acto institucional de la Diada, es difícil de comprender la diversidad de celebraciones, la exclusión en algunos de estos acontecimientos de algunos grupos y la duplicada asistencia a otros. A diferencia de Escocia, el referente más próximo, donde el eje nacional y eje social, un cierto centro-izquierda, eran concurrentes en un solo partido, el Scottish National Party, en Catalunya no es así.

O hay una unidad de verdad y nos olvidamos de los retrovisores y de los electrómetros, o eso del procés encallará

En líneas muy generales el centro-derecha está de baja, pero aguanta todavía, y el centro-izquierda avanza, pero está lejos de poder rematar. Así las cosas, o hay una unidad de verdad y nos olvidamos de los retrovisores y de los electrómetros, o eso encallará. Tampoco es sobrero recordar que aquí se quiere hacer el procés en dieciocho meses y en Escocia tardaron 18 años... para fracasar, levantarse y volver a intentarlo. Como en Quebec.

Dar las culpas es fácil. Aunque hay motivos para la desconfianza partidaria, o se empieza el camino de la unidad de verdad o se acabará también de verdad en la papelera de la Historia. Defraudar a la ciudadanía en sus aspiraciones legítimas, mareando la perdiz, es sobremanera ilegítimo y nada democrático. Marear la perdiz son las excusas de mal pagador.