He visto las declaraciones de Bernardo Bertolucci sobre la famosa escena de la mantequilla de "El Último tango en París". Me habían explicado lo que decía, pero observando su expresión y su tono es todavía peor de lo que imaginaba. La mezcla de superioridad moral, suficiencia, menosprecio y justificación es total y absoluta.

Pongamos el tema en contexto. Lo que Bertolucci reconoce es que la escena no estaba consensuada con la actriz Maria Schneider. O sea, que la humillación que acompaña las violaciones allí fue absolutamente real porque fue realizada por sorpresa. Ahora bien, al contrario de lo que algunos han interpretado, en la película no hubo penetración. Por lo tanto, estamos ante lo que podríamos llamar una "violación moral", si me permite la expresión. Para mi, igual de grave, pero es mi opinión.

Ahora nos detendremos en este concepto, pero primero acabo de situar la cuestión desde el punto de vista mediático.

Estas declaraciones son de hace dos años y durante este tiempo han circulado por varios canales sin que el tema generara debate. Y lo mismo que explica Bertolucci lo denunció la actriz Maria Schneider durante años, pero el escándalo se ha producido justamente ahora. Los expertos que estudian los fenómenos virales ya tienen un nuevo caso donde investigar: ¿por qué en este momento el tema si que engancha a la opinión pública? ¿Por qué una tarde del lunes de una semana llena de puentes la gente discute al respecto en Twitter? ¿El secreto es la forma en que nos lo han vendido ahora? ¿En un mundo donde nos quedamos con el titular, la noticia ahora ha sido construida de una forma que vende? ¿Cuál ha sido el mecanismo que nos ha hecho enganchar ahora a una cuestión que sucedió hace dos años?

Y ahora vuelvo a las declaraciones. Cuando las he visto me he quedado boquiabierto porque ya venía de la lectura de cómo Bertolucci y Marlon Brando prepararon el terreno. Y me he imaginado la escena. Dos hombres maduros, con mucha "mili" hecha, popes del cine mundial, decidiendo que humillarán a una joven de 19 años haciéndole sentir el acto de violencia, de fuerza, de sometimiento, de vulneración, de superioridad y de agresión más bestia e intolerable que se puede cometer contra una mujer. Una joven que no es nadie, delante de dos monstruos del cine. Pongámonos en su piel.

No, no hubo penetración física, pero la violación moral tuvo unos efectos psicológicos tan brutales que Maria Schneider los arrastró toda la vida.

Y cogiendo este hilo, entro en escena al usuario de Twitter @Rlvrlvrlv, que ha tuiteado que sí, que la violación moral fue cierta "Pero una humillación no es una violación. Denuncias exageradas hacen daño porque sacan credibilidad a las ciertas".

Tema apasionante éste. Justamente el día en que también es tema de debate el caso de un padre que paseó a su hija por platós de TV y por todo tipo de medios pidiendo dinero para tratar a su hija enferma. Un servidor explicaba el caso el sábado, aquí mismo, en el repaso media de la semana, pocas horas después de que El País hubiera publicado su investigación.

Estamos ante dos casos de denuncias exageradas en dos temas sociales y humanos muy sensibles como son la solidaridad y las violaciones. Y ojo, no estoy comparando los dos casos, sobre todo porque una violación es incomparable con nada. Destaco la coincidencia temporal de dos temas donde parte de la opinión pública puede interpretar que el uso en vano de la exageración puede tener efectos perversos en la credibilidad de los casos reales.

La niña está enferma, sí, pero no como su padre ha hecho creer a unos medios de comunicación que durante años no comprobaron la veracidad de la historia (ojo, no estoy diciendo "a mí eso no me pasaría" porque me la pueden colar mañana mismo). Y como la solidaridad, y más con una pobre niña, es material sensible y es una mezcla tan peligrosa como efectiva de pornografía de los sentimientos, limpieza de conciencias y sincera humanidad, el terreno está abonado.

Pero la realidad ha sido que un padre desesperado, o hiperventiladamente desesperado, decía que recaudaba grandes sumas de dinero para ir a los mejores hospitales de EE.UU. a cuidar una cosa que la niña no tenía (su enfermedad es otra) y ahora dice que realmente se los gastaba en curanderos que le prometían vaya-a-saber-qué. O sea, si lo que dice ahora es cierto (vaya usted a saber a partir de ahora lo que será verdad y lo que no) estafadores profesionales le extorsionaban prometiéndole brebajes mágicos para cuidar a su hija y él cada vez necesitaba más dinero.

Lo grave del caso, aparte de la estafa a mucha gente de buena fe, es que una vez sabida la mentira, ¿ahora quién se creerá los llamamientos a la solidaridad de padres con hijos que sufren enfermedades raras?

En el caso de Maria Schneider no existió una violación estrictamente física, pero si un abuso moral y anímico y alguien, como el citado usuario de Twitter, señala que hacer pasar una cosa por la otra puede perjudicar la toma en consideración de los casos donde si que ha habido penetración.

¿Dónde está la verdad? ¿Mucha gente cree que está en el titular y se queda allí? Posiblemente.

El caso es que a mí la niña me da pena mucho por tener un padre como el suyo. Y me da pena porque es una víctima que toda la vida sufrirá la enfermedad y, de rebote, esta inmensa estafa económica y moral. Como Maria Schneider sufrió la violación moral. El padre de la niña Nadia y Bertolucci han destrozado la vida de dos mujeres, el uno en nombre de la solidaridad y el otro en nombre del cine de calidad.

Los dos me dan mucho asco.