Leer la prensa europea vuelve a hacer subir la adrenalina. Puede observarse que los problemas de Catalunya y los problemas del continente convergen otra vez como en las épocas más difíciles y tumultuosas.

Hojeando la prensa de Madrid no cuesta imaginarse cómo debió ser declararse independentista no hace muchos años. Si los españoles no nos hacen fusilar o nos arruinan los negocios o la vida es porque, de momento, no tienen bastante fuerza.

A Guardiola, la prensa de Madrid le reprocha que no se dejara estropear la carrera exponiéndose a la misma represión que ha mandado a los líderes soberanistas a los tribunales. Al mismo tiempo, El País llora porque Goytisolo murió sufriendo por el dinero, aunque recibía 3.000 euros mensuales sin necesidad de publicar y fue galardonado con el premio Cervantes (125.000 euros), puramente para que estuviera tranquilo.

El articulismo sobre Catalunya se ha vuelto más quinqui con la revelación de la fecha. Algunas firmas recurren a una pedantería muy graciosa, de bárbaro que disfraza de cultura y sofisticación su tribalismo más selvático. Los últimos días me viene en la cabeza una conversación de hace tiempo, con un columnista de La Vanguardia, de estos que dan lecciones de moderantismo. "En 1930 los catalanes no se imaginaban que los castellanos serían capaces de hacer lo que hicieron con Catalunya durante 40 años", me dijo para excusar sus reticencias hacia el independentismo.

En una cosa tenía razón. En 1930 nadie se imaginaba que Hitler y Stalin llegarían a concentrar tanto poder en sus manos. España no ha podido doblar nunca Catalunya sin la ayuda del autoritarismo europeo. Ni en el siglo XVIII, ni en el XIX, ni en el XX. Por suerte, Europa ya no es el centro del mundo y su capacidad de forzar la realidad para imponer ideas abstractas se ha debilitado notablemente desde la caída del Muro de Berlín.

En Occidente, la anécdota empieza a tener más fuerza que la categoría. El Brexit fue el primer aviso importante. Trump fue el segundo, y la baja participación de las elecciones francesas es otro síntoma clarísimo. Macron podría acabar acaparando más poder de lo que ha tenido nunca un presidente francés con la abstención más alta de la historia. Es difícil encontrar una imagen más ilustrativa del desequilibrio que sufre Europa entre la fuerza democrática y la capacidad ejecutiva.

El filósofo estalinista Slavoj Zizek ya escribió que la democracia moriría cuando la incomparecencia de los votantes pusiera en evidencia que las urnas no sirven para cambiar las cosas. El repliegue de Trump es un intento de evitar que los Estados Unidos acaben, igual que Francia, como un gigante con pies de barro apoyado en discursos buenistas. Su famoso America first es una manera de reconocer que la política tiene que ajustarse a los límites del poder real que tiene la Casablanca.

Este fin de semana, el Financial Times llevaba un artículo de Simon Kuper reivindicando la importancia de las ciudades pequeñas y medianas. Unos días atrás el mismo diario explicaba cómo se empieza a desinflar la burbuja inmobiliaria de pisos de lujo que los últimos años ha enriquecido las grandes metrópolis que impulsaron el multiculturalismo. A medida que el mundo se ensancha, los rusos, los árabes y los asiáticos tienen menos necesidad de invertir en apartamentos con vistas al Hide Park, a los campos Elíseos o al Central Park.

El referéndum catalán llega en un panorama de toma y daca entre las viejas estructuras y las nuevas formas emergentes, que todavía están verdes. Europa necesita redimensionar la fuerza de los antiguos centros de poder y respetar la diversidad para no implosionar como el imperio comunista. Si Macron no descentraliza Francia es probable que la V Republica acabe yendo a la quiebra, y que el nuevo presidente tenga que escoger entre marcharse, dejando el país todavía más desorientado, o evolucionar hacia una especie de fascismo de cariz buenista.

En los grandes diarios se ve muy clara la distancia que hay entre los grandes discursos oficiales y la dinámica de los hechos. Ayer hizo treinta años que Ronald Reagan pronunció aquel famoso discurso​ en Berlín: "Mister Gorbatxev, tear down this Wall". Sin libertad, añadió, no puede haber ni progreso ni seguridad. Entonces el marxismo estaba de moda y el antiamericanismo corría por las venas de la prensa europea como campa ahora el antitrumpismo y el anti-Brexit, sin ningún complejo ni control.

En Madrid no hay ningún Gorbatxev, pero Franco queda lejos y el nuevo autoritarismo europeo funciona con opiáceos retóricos, más que a través de la fuerza física. El hecho de que la abstención sea la principal arma que el unionismo tiene contra el referéndum recuerda hasta qué punto el autoritarismo europeo necesita refugiarse en el descrédito de las urnas para poder ir abriéndose paso. La caída del Muro fragmentó el mapa del continente pero fortaleció a la Unión Europea. No veo porque el Brexit y el referéndum catalán tienen que traer menos beneficios. A final, solo aquello que va contra la vida, mata.