No hay derecho de que no se confíe en la justicia española, que no se crea en su imparcialidad, dicen las instancias judiciales y los jueces españoles. Unos jueces ofendidos de forma extrema, haciendo públicas declaraciones explicando que el grueso de la sociedad catalana, la que no depende de las instancias de Madrid, las considera instrumento del PPSOE y del españolismo furioso que vive de manera impotente lo de frenar de forma legal y justa la reivindicación de Catalunya por su independencia.

Realmente es un hecho grave. Cuando una sociedad pone en cuestión la honestidad e independencia de la justicia es que tiene un verdadero y grave problema. Una afirmación de tal calibre hace falta analizarla. Seguimos brevemente lo que aparece publicado en los medios, lo que llega a la opinión pública. Se detallan hechos que nadie discute, así se puede leer que la justicia es lenta, que los procesos se eternizan, que no hay de verdad separación de poderes, que la judicatura está al servicio de los partidos españoles, que los jueces y fiscales son escogidos por razones partidistas, que abarcan causas en las que no tienen jurisdicción, que hay jueces y fiscales militantes y exmilitantes al servicio de la política de partido, que no actúan de forma equitativa, que los cambios de destino son el pan de cada día o, en el caso del 1-O, llegan a determinar el no evaluar la violencia policial que afectó a más de un millar de personas.

Todo eso es indiscutible, por lo tanto, escandaloso. A modo de un mínimo cultural habría que añadir un hecho nada inocente, muchas instancias judiciales ignoran con nocturnidad y alevosía la lengua catalana, cuando no la desprecian.

¡Ahí es nada!

España otra vez ligada al concepto de violencia represiva, persecución de ideas y privación de libertad

Sólo con que fuera cierta una pequeña parte de lo explicado, la crítica sería más que adecuada. Quizás sería bueno para quienes forman las instancias de Justicia y para mejorar su autoestima buscar la estima de la sociedad catalana. Nada más natural que ser apreciado y respetado por los que tienen que confiar en ti. Ayudaría, y mucho, que fuera a partir de una autocrítica que frenara las razones de tal distanciamiento.

Es notorio que la pactada transición democrática fue un acuerdo de debilidades entre franquistas y antifranquistas, ninguno de los dos podía vencer al otro en el conjunto del Estado, no se podía imponer, por eso pactaron. La ruptura, la ruptura democrática, sólo era posible en Catalunya, donde el peso democrático era mayoritario y presente en todas partes. Sólo hay que recordar los resultados de las primeras elecciones en todas las circunscripciones catalanas con el triunfo de la oposición antifranquista, de izquierdas y catalanista, y el sonado fracaso de la UCD; un partido neonato demócrata proveniente del régimen extinguido dirigido por un ex-camisa azul, Adolfo Suárez.

Aquella fuerza catalana, ya de la gente, les impuso el retorno de la Generalitat y Tarradellas antes de existir la Constitución. Ente pactado por UCD y PSOE en 1978. Mucho más difícil, como reconocían los mismos Suárez y Carrillo, fue la decisión política de reconocer la Generalitat que la legalización del Partido Comunista. Hay que recordar eso tan violento, y tristemente tan actual, "Antes roja que rota".

La transición pactada encaró de forma desconfiada la reforma territorial del Estado, con penas y fatigas, y una generosidad económica notoria fue posible la reforma del ejército franquista; la separación de la Iglesia y el Estado quedó medio en manos de una dócil alta clerecía; el pacto constitucional fue una verdadera alternancia electoral —como los conservadores y liberales de la Restauración—. El relevo de UCD fue el PSOE y después aparecería hasta hoy el juego de cartas, hoy por ti, mañana por mí. Del PSOE al PP, quien había destruido UCD, con la ayuda total del PSOE, que no se tiene que olvidar, y así hasta el presente.

La España de la leyenda negra que nunca muere

Después llegaría la ley del divorcio, pagar impuestos, etc. y todo lo que conforma una sociedad democrática occidental, pero se les quedó por el camino un punto clave. No hacer frente a una verdadera y honesta reforma del mundo judicial proveniente del franquismo. Un olvido que provoca que la consideración de la justicia española sea de las más bajas de todos los países de la UE y el mundo occidental.

Las informaciones de la actuación de los tribunales de justicia son motivo permanente de crítica. Filtraciones de todo tipo, detenciones iracundas, libertades inexplicables, resoluciones insólitas, y ahora, como colofón de tanta y tanta confusión, la aparición de presos políticos. Los dos Jordis en la prisión de Soto del Real. España otra vez ligada al concepto de violencia represiva, persecución de ideas y privación de libertad. La España de la leyenda negra que nunca muere. Que siempre reaparece ante cualquier problema.

Amnistía Internacional denuncia el encarcelamiento, también los sindicatos, el mundo de la cultura, la Universidad y la sociedad en general. Todo demócrata en Catalunya está irritado y sorprendido. Pero nada, ninguna reacción del mundo judicial oficial. Ni siquiera de las asociaciones dichas progresistas.

La idea de falta de justicia es lo peor que se puede decir en una sociedad democrática. España, sin embargo, continúa toda ella ensimismada en un patriotismo sordo y ciego que espera ver cómo se aplicará un artículo, el 155, para intervenir la autonomía de Catalunya, la forjadora de todas las autonomías del Estado. Incluso veremos el esperpento de ver votar contra la autonomía catalana a uno, ahora senador, que fue presidente. José Montilla huye de los focos todo lo que puede, tanto como los perseguía cuando presidía. Reprimirán la institución de los catalanes que presidieron, colaborarán con no dejarla actuar. Un esperpento tras otro.

Sin la Generalitat no habría habido nunca ninguna autonomía en España, ahora, los poderes judiciales, desacreditados al máximo para ponerse al servicio de los partidos políticos unionistas, darán un martillazo a la inteligencia para cubrirse todavía más de un descrédito peor.