Mañana volverá Sant Jordi. Como cada año, al día siguiente los medios de comunicación abrirán sus cabeceras con los rankings de los libros más vendidos. Por un día, Catalunya será el centro editorial del mundo y, satisfechos, explicaremos al universo que la cultura forma parte de la idiosincrasia de nuestro país. Pero, una vez más, la anécdota informativa hará perder de vista la categoría: la formación literaria de nuestros alumnos, que el día de mañana tenemos que decidir si queremos que se conviertan en lectores cultos y que valoren nuestro patrimonio literario o que sean un grupo de consumidores acríticos e insensibles.

Creo que un país que se respeta a él mismo es, como diría el poeta, «un país culto, libre, despierto y feliz», y por eso hay que prestar atención al grito lanzado por profesores de secundaria y universidad a través del manifiesto «SOS. Literatura a la enseñanza» promovida por el Col·lectiu Pere Quart. En él se pone en alerta al país sobre la residualización de la literatura catalana en la enseñanza y la necesidad de preservar el conocimiento y la transmisión a los futuros ciudadanos. La reducción de tres a dos horas a la semana de la asignatura de Lengua y literatura catalanas ha comportado que en el bachillerato a los alumnos se los prepare para aprobar la selectividad —la lengua tiene mucho más peso— arrinconando la literatura catalana. Como si la cultura escrita, la literatura, fuera segregable de la lengua. Como si la escritura fuera posible sin el pensamiento, o estuviera desligada de la imaginación, de la razón, del léxico preciso, de la construcción de ideas mediante estructuras sintácticas. De la arquitectura de los sueños y del espíritu crítico. Como si la vitalidad de un idioma no tuviera nada que ver con su literatura.

¿Cómo pueden nuestros jóvenes conocer la posguerra sin la mirada de la Colometa? ¿Cómo se entiende la Guerra Civil sin la 'Incerta glòria' de Salas?

La marginación de la literatura catalana en los institutos dice mucho del mundo que estamos construyendo. ¿Cómo pueden nuestros jóvenes conocer la posguerra sin la mirada de la Colometa? ¿Cómo se entiende la Guerra Civil sin la Incerta glòria de Salas? ¿O cómo pueden entender la relación de los refugiados actuales sin las Corrandes d'exili? ¿O las clases sociales sin la Vida privada, de Sagarra?

¿Os imagináis un país despreciando a sus clásicos? ¿Francia despreciando a Baudelaire o Dumas? ¿Rusia olvidando a Tolstoi o Chéjov? La pregunta es: ¿puede una persona llegar a la edad adulta sin haber leído a Montcada, Cabré, Llull o Benet i Jornet? De hecho, lo que estamos haciendo a nuestros jóvenes es negarles una parte fundamental de conocimiento de nuestro país. Tapiarles la entrada a mundos fantásticos y, sobre todo, evitarles el conocimiento de la cultura.

Es necesario que la literatura tenga un espacio fundamental en el bachillerato para poder decir que estamos educando a ciudadanos críticos. Personas que conocen las raíces de su país y que este bagaje les permite poder participar en la vida activa y social con referentes y códigos propios. Desde hace tiempo, hay un menosprecio profundo por las humanidades, y eso va en detrimento de garantizar los fundamentos de una sociedad democrática y comprometida. Necesitamos vocaciones científicas —es verdad— y creemos que los niños y niñas tienen que tener talento y ser emprendedores. Si estas capacidades no las acompañamos de un sólido conocimiento cultural, es muy probable que tengamos ciudadanos y ciudadanas brillantes pero ignorantes culturalmente. Y ya sabemos que eso crea monstruos.

Los institutos de nuestra casa tienen que ser los baluartes del conocimiento y de la transmisión de nuestra forma de ver el mundo. La escuela tiene que ser el núcleo del conocimiento, pero este conocimiento no se debe limitar a lo estrictamente utilitarista y que presente una rentabilidad económica inminente; las humanidades aportan unos réditos de otra naturaleza y de los que no podemos prescindir.

El ambiente libresco y satisfecho de Sant Jordi no puede enmascarar una situación grave y urgente como es la de nuestra literatura en las aulas

Mañana comprad libros. Y rosas. Regalad cultura. Sobre todo libros a los niños y niñas, y las primeras novelas a los adolescentes. Abridles los ojos a nuestro mundo, al mundo de la literatura catalana, pero que nuestras autoridades educativas también contribuyan a ello y no rehúyan su responsabilidad de preservar un patrimonio literario que si no lo estudiamos y defendemos, nadie lo hará por nosotros. El ambiente libresco y satisfecho de Sant Jordi no puede enmascarar una situación grave y urgente como es la de nuestra literatura en las aulas. Ahora que desde la administración educativa ya se empieza a pensar en el próximo curso es un buen momento para abordar la cuestión, como esta semana se ha hecho desde la conselleria d'Ensenyament con la filosofía, otra de las materias humanísticas apartadas. Si con la literatura catalana no se hace alguna cosa enseguida, la ruptura de la cadena entre la transmisión de este patrimonio y los futuros ciudadanos será irreversible; pero mientras tanto no podemos bajar los brazos porque —como decía Joan Oliver— «por desgracia, todavía estamos en la trinchera y nuestras armas son las palabras».