La historia escribe la biografía de los líderes en razón del resultado final de sus acciones. En general los perdedores no son considerados líderes, con la excepción de aquellos cuya locura megalómana ha encumbrado, para bien o para mal (Hitler o Napoleón, salvadas las distancias, serían ejemplos conocidos), o aquellos otros cuya derrota final estaba implícita en su gloria, a modo de épico colofón, como puede ser el caso del mítico Aquiles, del histórico César, de los británicos Churchill o Thatcher. Puede incluso ocurrir que la muerte tiña de heroicidad y liderazgo una vida menos ejemplar (Companys?), o que el ostracismo y la aniquilación de un sujeto revaloricen sus acciones con el paso del tiempo, como pasó con Adolfo Suárez. Lo que en cualquier caso no es posible es saber el peso que la historia futura otorgará a personajes de la actualidad, cuyas biografías serán por tanto reescritas en razón del valor que entonces se les otorgue. En palabras de Marsé, una cosa es literatura y otra una vida literaria.

Pedro Sánchez puede servir de ejemplo de esta mutante lectura que cabe hacer de los actos humanos en razón del resultado final. Llamémosle ahora “resultado final” al que se derive de la lucha enconada que libra contra algunos de sus compañeros de partido, pues de algún modo ese resultado influirá sobre las decisiones que el PSOE haya de adoptar en un futuro inmediato y, en consecuencia, sobre el futuro del propio partido, y de España.

Para empezar, la huida hacia adelante que sin duda supone convocar un comité federal para ver si los que hablan a escondidas se atreven a hacerlo con luz y taquígrafos ha descolocado a unos cuantos críticos y abocado a todo el mundo a la hora de la verdad, y aunque viene ese gesto después del momento desastroso que para el PSOE han supuesto las elecciones gallegas y vascas, hay que reconocerle la valentía de quien sabe que en los momentos desesperados no moverse puede significar morir. Así ya no podrán, al más puro estilo Iglesias-Errejón, lanzarle los platos a la cabeza vía redes sociales cuantos vieron cómo el niño aupado a la secretaría general se hacía también con la candidatura a la presidencia del Gobierno en unas primarias que, como todas, se amañan para que no acaben como el rosario del aurora y sólo aplauden los que las ganan. Quizás porque Sánchez entró en un juego que sabe poco democrático es capaz de decir ahora que, pase lo que pase en ese comité federal, no piensa dimitir; al fin y al cabo, siempre hay otra instancia democrática a la que referirse para legitimar los propios actos.

¿Lo que le conviene a España le conviene al PSOE? O lo que es peor ¿sin el PSOE podrá existir en el futuro una España gobernable?

Los más críticos sin duda pueden decir que tal vez el gesto alargue la vida de Sánchez en la misma medida en que acorte la del PSOE, pero coincido con aquél en la dificultad de explicar al electorado socialista por qué ha de ser él, por primera vez en la historia del PSOE, quien facilite un gobierno del eterno enemigo ideológico por el mero hecho de que la mayor parte de sus dirigentes ya pertenecen al establishment. Es evidente que a la España que quiere vivir en Europa le conviene la gobernabilidad pausada mucho más que el delirio extremista; pero ¿lo que le conviene a España le conviene al PSOE? O lo que es peor ¿sin el PSOE podrá existir en el futuro una España gobernable? Y, en consecuencia, la pregunta es: ¿cabe un PSOE tras la abstención o tras la aceptación de participar en un gobierno de coalición con el PP? ¿cabrá tras unas eventuales terceras elecciones?

En definitiva, la cuestión es si Sánchez es el líder que salvará el PSOE y un futuro articulado sobre la moderación para España, o es partícipe del entierro del partido que fundó Pablo Iglesias para que lo sustituya otro partido cuyo máximo referente tiene el mismo nombre. Si los dos Pablo Iglesias son iguales, Pedro no será necesario, desparecerá borrado por los embates del tiempo. Si lo que llega con Podemos es el mismo populismo que sacude Europa, sólo queda esperar que Sánchez tenga razón en su obstinado “no” para mantener al PSOE en el papel de oposición de izquierdas, o que acierten quienes lo liquiden para que el PSOE se rehaga mientras contribuye a la estabilidad política. Quien al final (¿qué final?) quede en pie, la opinión pública lo llamará “líder”. O lideresa.