En 2013, los socialdemócratas perdieron las elecciones en Alemania. Las ganó claramente la coalición liderada por Angela Merkel, aunque no alcanzó la mayoría absoluta en el Bundestag.

Los 360 diputados del Parlamento se dividieron en cuatro grupos: la coalición de centro-derecha CDU-CSU, con 310 escaños; los socialdemócratas del SPD, con 193; Los Verdes, con 64 diputados; y La Izquierda (Die Linke), en el que se juntan los escindidos por la izquierda del SPD y los restos del partido comunista de la Alemania oriental, con 63 escaños. 
Salvando el hecho de que allí no hay partidos nacionalistas (salvo que se considere como tal a la CSU bávara, que siempre va en coalición con la CDU), quizá la situación les resulte familiar. Cuatro partidos de ámbito nacional. Un ganador claro, con notable ventaja en votos y en escaños sobre el segundo. Y sin embargo, era precisamente el segundo partido, el perdedor, el que tenía la llave del gobierno. Sin el SPD, no había nada que hacer. 

Los socialdemócratas tenían tres posibilidades: 
La primera era llegar a alguna clase de acuerdo con Merkel para permitir un gobierno.  
Se podrían haber apalancado en un NO-es-NO a cualquier modalidad de acuerdo con quien ganó las elecciones. Ni gobierno de coalición, ni pacto de legislatura, ni acuerdo de investidura, ni siquiera una simple abstención sin ningún compromiso ulterior.  En ese caso, les habrían exigido ofrecer una solución alternativa. Entre el SPD, los Verdes y La Izquierda sumaban 320 escaños frente a los 310 de Merkel, así que, como diría aquí Pablo Iglesias, los números daban. Hubiera sido la versión alemana del “gobierno Frankenstein”.   

Y también podrían haberse negado a todo. Ni con unos, ni con los otros. Con la consecuencia de que el país quedaría bloqueado, no sería posible formar ningún gobierno y habrían tenido que repetirse las elecciones. Pueden estar seguros de que el partido responsable de semejante estropicio lo habría pasado muy mal para explicárselo a la sociedad. Conociendo a los alemanes, ya se habrían ocupado en esa segunda votación de que ese partido no sólo abandonara cualquier esperanza de gobernar, sino que jamás volviera a tener en sus manos la llave de nada importante.

Los socialistas alemanes decidieron sentarse con el partido ganador, negociar un programa de gobierno de más de doscientas páginas en el que introdujeron gran parte de sus planteamientos y participar en un gobierno políticamente transversal respaldado por el 80% de la Cámara. No parece que les haya ido muy mal, ni a ellos ni al país. 

Cuando se presiona al PSOE para que dé una salida al bloqueo de España, no es por capricho ni porque exista una conspiración mundial contra Pedro Sánchez

Cuando hoy se presiona al PSOE para que dé una salida al bloqueo de España, no es por capricho ni porque exista una conspiración mundial contra Pedro Sánchez (de la que participarían, entre otros, la Comisión Europea, el presidente de los Estados Unidos y los editorialistas del New York Times). 

Es porque objetivamente tiene en su mano la llave que puede abrir la puerta, y debe usarla en algún sentido. El triple NO del PSOE es falaz como todos los enigmas sin solución, porque esconde un Sí vergonzante: sí a las elecciones repetidas. 
Ni esa grotesca ronda de llamadas telefónicas que ha emprendido tras la investidura fallida de Rajoy tiene el menor crédito, ni hay base para esperar una solución mágica procedente de las elecciones del 25 de septiembre. 

Todo es pura dilación. Pensar que Rivera va a dar su tercer salto mortal con tirabuzón para embarcarse como socio subalterno en un viaje a no se sabe dónde con los socialistas y los podemitas es delirante; obviamente, Sánchez es el primero que no se lo cree ni soñando.  

En Galicia, Feijóo obtendrá la mayoría absoluta; y aunque no la lograra y se formara un Frankenstein a la gallega con el PSdeG, En Marea y el BNG, no alcanzo a ver en qué ayudaría eso a resolver el problema del gobierno de España, porque seguiría interponiéndose el problema de contar con los independentistas catalanes y su exigencia de un referéndum de autodeterminación.  

En el País Vasco, el PNV no tendrá el menor problema para que Urkullu sea elegido lehendakari (sólo necesita sus propios votos) y para gobernar cómodamente con alianzas de geometría variable. ¿De dónde ha salido esa fantasía de que el PNV estará obligado a echarse en manos de Rajoy para salvar su gobierno en Euskadi? 

En el País Vasco, el PNV no tendrá el menor problema para que Urkullu sea elegido lehendakari 

Una y otra vez, la pelota vuelve al lugar donde la dejaron los votantes el 26 de  junio: el tejado del PSOE. Y los socialistas ya no saben qué hacer para despejarla. Da la impresión de que esperan que el problema se lo resuelvan los nacionalistas vascos; y si eso no sucede (que no sucederá), que lo resuelvan los ciudadanos dando 150 escaños al Partido Popular (que podría suceder). Todo con tal de no cargar con el mochuelo de decidir. 

El caso es que en el menguante espacio de influencia de la cuarta planta de Ferraz ya no se discute qué gobierno hay que dar a España, ni siquiera qué fórmula sería mejor para evitar las terceras elecciones: su única obsesión es cómo repartir la responsabilidad de haberlas provocado. Socializar la culpa, ese es en este día el objetivo prioritario del secretario general y su corte. Además, por supuesto, de mantener a su partido bien sujeto a la correa. 

Es cierto que un resultado como el que se ve venir el 25 de septiembre pondrá a los dirigentes orgánicos del PSOE ante una delicada disyuntiva: o apartar a Sánchez y negociar a toda velocidad con el PP una fórmula digna que permita evitar las elecciones (lo que volvería a poner sobre la mesa la cuestión de la cabeza de Rajoy como prenda), o mantener a Sánchez como candidato (esta vez sí, único e indiscutido) y que responda en las urnas por lo que ha hecho, para bien o para mal. 

El líder socialista ha ligado su destino personal al bloqueo del país y a la repetición electoral. No permite que se forme gobierno porque eso daría paso al congreso partidario aplazado desde febrero, y sabe que ahí lo esperan para decapitarlo. Y no intenta la mayoría alternativa porque ello daría a los barones la excusa que creen necesitar para romper su silencio y desautorizarlo.  

Las terceras elecciones significan para él: a) una nueva oportunidad, en la que cualquier mínimo avance en escaños se presentaría como un enorme triunfo estratégico, y b) seguir retrasando sine die  el temido congreso del PSOE, que tenía que haberse celebrado en febrero de 2015, ya sabemos que no se convocará en 2016; y en 2017, ya veremos. 

El caso es que Sánchez pasará más tiempo como secretario general en funciones que Rajoy como presidente en funciones, con la diferencia de que este tiene limitadas sus competencias y el otro cada día se comporta más como un caudillo. 
Dicen que cuando te has metido dentro de un hoyo, no es buena idea seguir cavando. Que alguien se lo explique a los socialistas españoles, por favor. No por ellos, sino por el bien del procomún.