La paranoia puede ser muy nociva. Si leer libros es un placer, tragarse panfletos delirantes nos puede acortar drásticamente el sentido común. Es el caso de la mentira colosal titulada Los protocolos de los sabios de Sion (1905), un peligro publicado desde hace más de cien años que ha atizado el fuego del odio contra los judíos. Y que es un auténtico sinsentido que no se ha extinguido. El texto, creado y editado parcialmente hasta su edición completa en 1905, es un supuesto encuentro de sabios judíos, que durante 24 sesiones deciden cómo controlarán el mundo, porque todos sabemos que los judíos han nacido para eso. Y no solo ellos, sino que tras los sabios de Sion está también la conspiración de los masones y de los comunistas, porque los males no venden nunca solos. Eso es muy nocivo y se deriva de ello que hay que eliminar a los judíos porque son perjudiciales. La primera publicación tuvo lugar en la Rusia de los zares y sirvió para justificar los pogromos contra los judíos. Para algunos sectores reaccionarios también serviría para frenar la liberalización económica del régimen zarista ante la influencia financiera francesa en Rusia durante aquellos años. La peligrosidad del texto es que todavía hoy, en Grecia con los fascistas de Amanecer Dorado, en los Estados Unidos o en Italia, se sigue editando, por no hablar de los fáciles ejemplares que circulan por la red. Es un texto falso que en época de postverdad parece un librito más, pero el veneno que acumula es muy premeditado y de sombra alargadísima.

El profesor e historiador Daniel Roig, en esta acertada fórmula que practican las universidades consistente en abrir las aulas y ofrecer cursos para todo el mundo en verano, ha dedicado una sesión a diseccionar esta obra. He ido a escucharlo. Habitualmente, un profesor empieza alabando o criticando los libros de los que habla, pero no desaconseja su lectura. Si Roig Sanz de la UB, cerebro despierto y ordenado, cree que el libro no aporta nada, es porque realmente con el tiempo que tenemos a disposición, no hay que engullir más mentiras. Pero si sabemos que parte del libro todavía hoy en Arabia Saudí se enseña a través de los libros de texto, y se reedita en Egipto, en Siria, en Líbano, quizás entonces sí hay que entretenerse en entender y leer, aunque sea de mala digestión, esta malévola pieza, la obra antisemita más difundida de la historia, origen de los males más atroces que Europa recuerda y cuya sombra vuelve a cernir, no como el fantasma comunista, sino como una amenaza real. Ya no se trata de antijudaísmo (contra una religión que ha resultado antipática a muchos), sino de antisemitismo, y, por lo tanto, de despreciar el judaísmo en tanto que raza, por motivos biológicos de imposible justificación. Los sabios de Sion, de "nefasta influencia" según Roig, se sigue editando. El antisemitismo no ha desaparecido. Darwin no sospechaba que su obra El origen de las especies sería manipulada por los darwinistas sociales, que con la máxima de la selección nacional, decidirían que los judíos forman parte de estas capas "inferiores" de la sociedad que más vale que desaparezcan, natural o artificialmente. Teóricos del antisemitismo como Spencer, Gobineau, Virchow, Chamberlain (casado con la hija de Wagner) o el pérfido Galton (primo de Darwin) influyeron en catalanes como Rossell i Vilar o Josep Antoni Vandellós, porque en todas partes existen derivas y Catalunya no es ninguna excepción.

Los sabios de Sion, esta locura inventada que pregona que los sabios judíos quieren controlar el capitalismo, la industria moderna, los movimientos revolucionarios y hacerse con el poder, ya fue desmentido en 1921, y en 1935 el mismo diario The Times publicó que era falso. De hecho, hasta 1999 no se ha sabido que su autor era la policía zarista, que lo encargó a Matvei Golovinski.

Hoy sigue circulando y es cansino, mezquino y empobrecedor que la mentira permanezca impune por el mundo, que no sepamos distinguir el grano de la paja y que los fascismos se amparen en pretendidos textos y argumentarios. La sabiduría de saber distinguir requiere formación, y la buena noticia de todo ello es que los cursos de verano de historia pueden ayudar a desmontar mitos nocivos que nos debilitan como sociedad y nos hacen sus cómplices.