Quizás son cosas del azar, pero en poco tiempo, desde que Ada Colau manda en Barcelona, todo mi barrio se ha llenado de terrazas y de establecimientos de comida ecológico que van de interesantes. Cuando me quedo sin café, bajo a una especie de bar con tienda que me recuerda a estos libros sobre cocina saludable que se venden a montones y que, a menudo, se presentan con títulos tan absurdos y pretenciosos como Conoce bien tu caca.

El otro día, mientras pagaba el café, en el hilo musical del establecimiento sonaba Whitesnake, un grupo de rock duro liderado por David Coverdale, que fue vocalista de Deep Purple a mediados de los años setenta. La dependienta que me cobraba no pasaba de los veinte años. Me sorprendió que se pusiera a entonar perfectamente, con grito incluido, un tema de 1987 que no era de los famosos.

—Te gusta Whitesnake? —le pregunté.

—Son mi banda preferida! —me respondió, enseñándome los hierros de los dientes con una sonrisa entusiasta.

Aunque Internet ha diluido las fronteras generacionales, me da la impresión que la vida de Occidente empieza a tomar un aire vintage peligroso, de reciclaje barnizado de novedad brillante. Igual que pasa con los discursos de los políticos, en los gustos musicales se detecta el virus de un estancamiento profundo, sin el cual me costaría explicar la fuerza que ha tomado la comercialización del ecologismo.

En el supermercado donde compro el café para llevar también podría adquirir, además de fruta y de hortalizas frescas y comida sanísima envasada a unos precios exorbitantes, pasta de dientes de aloe vera, a más de ocho euros. Tuve la buena idea de preguntar a la joven fan de Whitesnake si lo había probado alguna vez. Como ya me imaginaba, me respondió: "No, que me la cobran"!.

En los tiempos dorados de Whitesnake no te podías lavar los dientes con pasta de aloe vera, pero la expectativa del ciudadano medio, en las democracias adelantadas, era tener un coche y un par de casas de propiedad. El consumismo ha empobrecido tanto el espíritu de los consumidores, y la misma economía, que el capitalismo occidental cada vez apela menos a la ilusión de vivir de la gente y más al miedo que todo el mundo parece tener de envejecer y morirse.

Vaciarse el bolsillo por una pasta de dientes que te conserve la dentadura más allá de los cien años es la última ilusión de una sociedad relativista, que ha utilizado los bienes materiales para protegerse de las contradicciones del corazón y para marcar distancias con la esencia de los valores humanos. Para evitar poner a prueba el Bien y no tener problemas, el ciudadano de las democracias adelantadas ha ido reduciendo su vida a las anécdotas.

Si la pulsión autoritaria coge fuerza en el mundo está porque las democracias se han empequeñecido y no oponen resistencia en el campo de la trascendencia. En España eso se ve bien: si la democracia consiste en vivir panza contento y en sumar cuanto más días mejor en este mundo, ganará Madrid. En cambio, si consiste en defender una idea de libertad que ponga a prueba a las personas y vaya más allá del hedonismo y de la fiebre ecologista, Catalunya se independizará y Europa volverá a renacer.

Creímos que la democracia sería siempre hegemónica porque ningún sistema garantizaba tan bien el bienestar material de los individuos. Ahora que Rusia y China empiezan a generar una clase media fuerte, veremos que la democracia sólo puede prevalecer si enseña a la gente a que el secreto de la felicidad es tener el coraje de vivir como si te pudieras morir mañana, sin tener absolutamente cabe ganas de morirte.