Se acabó el recreo. Felipe VI ha firmado el decreto de disolución de las Cortes más breves de la democracia. Despidánse de la legislatura más corta y exótica de cuantas ha tenido España porque con la rúbrica del Rey se nos convoca de nuevo a las urnas.

La nueva política ha mostrado los mismos mimbres que la vieja: sectarismo, bloqueo, veto, incapacidad para el pacto e intereses partidistas. Estamos ante un nuevo y sonoro fracaso de los partidos, de los de hoy y de los de siempre. ¡Y luego se preguntan qué han hecho para merecer que los ciudadanos les consideren un problema!

Alguien tendrá que pagar la factura de este festival de la impostura y el teatro del absurdo. Y no hablamos de dinero -porque de los 160 millones del ala que costará la campaña ya nos hacemos cargo los contribuyentes-, sino de precio político. Habrá que esperar para verlo porque, aunque las encuestas, dicen que Mariano Rajoy es quien más se beneficia de estas elecciones y a Pedro Sánchez al que más perjudican, nada está escrito. Y menos en una convocatoria donde, por la incapacidad de los propios partidos para resolver sus problemas internos, se nos llama a votar, pero también a botar a aquellos líderes políticos a los que sus organizaciones han decidido mantener en sus puestos aún a sabiendas de que algunos suponen un lastre para sus siglas.

Alguien tendrá que pagar la factura de este festival de la impostura y el teatro del absurdo

Por tanto, que Rajoy siga en cabeza de los sondeos no quiere decir que vaya a ser capaz de formar un gobierno, ni que el PP vaya a sumar con Ciudadanos lo que no sumó el 20-D.  En todo caso, aunque lo sumara, Rivera no ha puesto más precio que la “jubilación” del presidente de los populares para que haya un nuevo Ejecutivo de derechas. Así que el 26-J puede ser, además de una cita con las urnas, el principio del fin de la carrera política del presidente de los populares. Y más de una anda ya al acecho.

Pero si el panorama pinta negro para Rajoy, mucho más para el candidato del PSOE. Porque aunque Pedro Sánchez ya ha manifestado que ningún resultado le disuadirá de presentarse a la reelección como secretario general, si algo tienen claro los barones de su partido es que el 27-J no callarán como hicieron el 21-D. Susana Díaz ya ha fijado el mínimo exigible: ganar. Una hipótesis que no contempla siquiera el comité electoral de Ferraz, donde se habla de una mejoría de apenas tres escaños en el mejor de los casos. Si fuera así y aunque lo intentara, Sánchez no tendría margen para liderar ninguna negociación de gobierno porque el poder territorial de su partido le inhabilitaría para ello esa misma noche.

Si el panorama pinta negro para Rajoy, mucho más para el candidato del PSOE

Tampoco Pablo Iglesias estará exento de movimientos internos en caso de no mejorar el resultado de diciembre. Si como temen los errejonistas, la convergencia con IU no les permite crecer por la izquierda todo lo que pierdan por el centro, el secretario general de Podemos tendrá problemas para imponer su liderazgo. Sería el momento de Errejón y de quienes como él creen que sólo la transversalidad y la moderación les permitirá conquistar el cielo, y no por asalto.

¿Y el futuro de Rivera? El líder de Ciudadanos bastante tendrá con consolidar su posición de bisagra, velar por la supervivencia de la marca y que los naranjas no acaben como los magentas de Rosa Díez. Por lo pronto, ha pasado de marca blanca del PP a compadre del PSOE. Y eso también le ha generado tensiones internas.

El liderazgo de todos ellos depende del resultado del 26-J, y está escrito que más de uno no pasará la prueba. Lo dicho: nos han convocado a votar y botar.