No se han puesto de acuerdo, es verdad, pero también lo es que el pacto no vale a cualquier precio. Si el juego de las voluntades individuales ha arrojado un resultado diabólico para el entendimiento, habrá que volver a preguntar, y esta vez la gente ya sabrá qué paño gastan los intervinientes.

Es obvio eso que dice C’s de que hay puntos en común entre el PSOE y ellos, y también que los hay entre ellos y el PP. Pero la ultimísima propuesta habida, el Pacto del Prado, demuestra que si no pactan es porque no quieren, ya que el papel lo aguanta todo y que en el nivel de las grandes palabras hasta la Constitución debería ser aceptada por el común sin acritud alguna. ¿Quién no creerá que a la Ley de Dependencia le falten recursos económicos para dejar de ser una broma? ¿Quién no desearía la reindustrialización de la economía española como alternativa o complemento al modelo actual? ¿Quién no es partidario de luchar contra la “fuga de cerebros”? Por el hecho de que lo proponga Compromís ¿debe considerarlo el resto “irrazonable”?

Compromís ha permitido traer a la luz dos evidencias: que la gesticulación sobre los pactos no escondía fundamento o verdad, y que la cuestión catalana era relevante hasta cierto punto. No era verdad la voluntad de pacto, porque existe una alternativa de desbloqueo que el egoísmo ha hecho imposible, y es pactar no un gobierno, sino un mero acuerdo de investidura, un acuerdo  que, sin duda habría necesitado después de apoyos  variopintos en cada tema (¡el programa!, Anguita dixit), pero que habría evitado que los diarios viniesen ayer y hoy cargados de palabras periodísticas como “fracaso, incompetencia, impotencia, cinismo, postureo…”) El pacto de investidura habría demostrado generosidad, un concepto que los partidos políticos parecen no poderse permitir más que de palabra y para tildar al contrario de carente de ella.

Compromís ha permitido traer a la luz dos evidencias: que la gesticulación sobre los pactos no escondía fundamento o verdad, y que la cuestión catalana era relevante hasta cierto punto

La otra cuestión que ha evidenciado la baldía propuesta de Compromís de un pacto in extremis ha sido que la cuestión catalana es importante, pero no tanto como pretenden algunos. Porque es cierto que el referéndum desaparece de la propuesta para intentar acercar al PSOE y C’s a su campo, substituyéndola por una reformulación de la financiación que, así vagamente aludida, sin duda sería también objeto de consenso para casi todo el mundo; PSOE y C’s habían atribuido a Podemos y sus amigos un flirteo con los que quieren romper España, pero cayendo de la propuesta este tema, tampoco les parece bien un listado de puntos con los que, francamente, cualquier sujeto de bien debería estar de acuerdo en gran parte.

Así pues, con Catalunya siempre como paisaje de fondo, ni que sea como excusa para decir no, aun cuando el no resulte casi indecente, la ciudadanía enfrenta las nuevas elecciones advertida de lo que hay y más consciente de sus alternativas: o la estabilidad (puede votar a C’s  y a PSOE, pero el voto seguro es el PP) o el cambio (pueden votar  C’s, pero el voto seguro es el PSOE) o la izquierda (pueden votar PSOE, pero el voto seguro es Podemos/IU) De estas opciones, ninguna favorece una entente cordial con Catalunya, pero sin duda la de la estabilidad (que es el modo actual y vergonzante para hablar de la derecha) fortalece el movimiento independentista  y, por tanto, quizás la inestabilidad futura; la del cambio fortalece a la larga al PP, pero por lo pronto niega también las aspiraciones del soberanismo; la de la izquierda aúna a todo eso un escenario económico incierto, habida cuenta de la importancia (quizás excesiva) que conceden los mercados a lo que puedan hacer con el poder, con lo que lo de permitir que Catalunya se vaya no parece económicamente aceptable.

Demasiados efectos colaterales como para que el voto individual los tenga en cuenta, sobre todo porque aún es tiempo de que en el debate, más allá de palabras rimbombantes, incluida la de bien común, se traiga a colación algún principio con contenido. Es obvio que no resultan de gran ayuda unos medios de comunicación obstinadosen considerar la repetición de elecciones como un fracaso negociador de ellos, como si no fueran muchos los escenarios inéditos que se han vivido en Europa en los últimos tiempos; y como si el elector no se equivocase, como si fuera necesario coser lo que en modo alguno puede serlo, esto es, un conjunto de sujetos, solos o en compañía de cierto periodismo, incapaces de disuadirnos de una terrible sospecha: que en su estrategia el poder no es un instrumento, sino un fin en sí mismo, un fin que les permite ejercer públicamente todos y cada uno de los pecados capitales que acumula el ser humano por el hecho de serlo.