Felipe González ha repetido muchas veces que la decisión que más lamenta de todas las que tomó durante sus trece años y medio como presidente es haber convocado el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, que se celebró el 12 de marzo de 1986.

Tiene mucha razón el expresidente. De todo lo que se hizo durante aquellos años, nada puso tanto en riesgo a España ni comprometió tanto el futuro como aquella convocatoria. Y lo que más me estremece, cuando reflexiono sobre ello, es comparar la enormidad de lo que se puso en juego con la pequeñez de los motivos que llevaron a dar ese paso. Exactamente igual que ahora en Gran Bretaña.

Si en aquel referéndum hubiera triunfado el NO (y les aseguro que estuvo muy cerca), España no sólo habría salido de la OTAN; es seguro que no habría sido admitida en la Comunidad Europea. El sueño de varias generaciones de demócratas que durante décadas asociaron la causa de la libertad y de la modernización de España a su incorporación a Europa habría quedado truncado en su raíz. España se habría autocondenado al aislamiento, justo cuando la guerra fría estaba a punto de terminar. El proyecto transformador conducido por el propio Felipe González se habría ido al garete antes de dar sus frutos; y la democracia española, entonces aún débil y frágil, habría entrado en una deriva peligrosa.

En ese caso, los jóvenes españoles de hoy estarían sufriendo las consecuencias y podrían reprocharnos, cargados de razón, haber jugado temerariamente con su presente.

Y todo por quedar bien con la clientela propia, por no sufrir el reproche de incumplir una promesa electoral imprudente y por no abrir una fractura doméstica en el partido. Lo que les digo, pocas veces se puso en juego algo tan grande con motivaciones tan pequeñas.

Si en el referéndum de la OTAN hubiera triunfado el NO (y les aseguro que estuvo muy cerca), España no habría sido admitida en la Comunidad Europea

Me es imposible no recordar aquel momento cuando faltan ya pocas horas para que el pueblo británico se vea en una tesitura semejante a la que pasamos los españoles hace treinta años. Son muchos los paralelismos entre ambas situaciones:

La convocatoria de este referéndum no tiene nada que ver con el interés del país, sino con la necesidad que sintió Cameron en un momento dado de apaciguar al sector más eurófobo de su partido. Para salir del paso hizo una promesa de la que hoy seguramente se arrepiente, y ya no ha tenido fuerza ni valor para detener el carro que él mismo echó a rodar. 

Se da la paradoja de que el referéndum lo convoca el líder del partido más euroescéptico para pedir que se vote por la permanencia y no por la salida, contrariando las inclinaciones atávicas de gran parte de sus votantes. Igual que en España en 1986: el líder del partido que más se había opuesto al ingreso en la OTAN, presidente de un gobierno de izquierdas (y la carga ideológica antiamericana y antiatlantista de la izquierda española era entonces mucho más fuerte que ahora), obligado a pedir a sus propios votantes que respaldaran algo que iba en contra de todos sus instintos.

Hay también un parecido entre la oportunista abstención de Fraga en aquel referéndum y la pereza irresponsable de la dirección del Labour Party en este, escaqueándose hasta el último momento de su obligación y de sus creencias por la golosina de ver a su rival estrellándose. Ha hecho falta que Gordon Brown salga de su retiro político  (es la segunda vez que lo hace) y que la diputada laborista Jo Cox fuera asesinada para que Corbyn y sus secuaces abandonen su pasividad y se pongan en marcha. No sé si llegarán a tiempo.

Recuerdo la demagogia descabellada del discurso del NO en aquel referéndum, dando rienda suelta a las pasiones más ancestrales y hurgando en la frustración acumulada durante 40 años de dictadura. Allí se dieron cita todos los extremismos de uno y otro lado. De la misma forma, el frente del NO en el referéndum del Brexit es el punto de encuentro de todos los malestares, una mezcla explosiva entre  el orgulloso nacionalismo inglés (precisamente inglés, no británico) y la condensación de todos los agravios y traumatismos sociales causados por la crisis. En el tramo final, ni en la España de 1986 se discutía sobre la OTAN ni en ahora en Gran Bretaña se debate sobre la Unión Europea. En ambos casos hubo un choque de emociones más que de razones. .

Nada bueno puede salir de esta convocatoria para Gran Bretaña ni para Europa. Si gana el “Leave”, las consecuencias políticas y económicas serán tremendas y duraderas. Y si gana el “Remain”, Cameron dejará un país dividido barrio a barrio y familia a familia, una grieta en la sociedad que tardará mucho tiempo en cerrarse y un poso de desconfianza entre Gran Bretaña y el resto de Europa más profundo que el Canal de La Mancha. Imperdonable.

Si gana el “Leave”, las consecuencias políticas y económicas serán tremendas y duraderas. Y si gana el “Remain”, Cameron dejará un país dividido barrio a barrio y familia a familia

La gran mayoría de los jóvenes británicos son partidarios de la permanencia en la UE y la mayoría de los más viejos votarán por la salida. Impresiona pensar que aquellos que menos sufrirán las consecuencias pueden imponer una decisión que cambiará la vida –para mal- de sus hijos y nietos, que son quienes de verdad pagarán el pato. En unas elecciones se deciden los próximos años, pero en un referéndum de este tipo se deciden décadas. Las principales víctimas del Brexit no votarán este jueves, porque no tienen edad para hacerlo o aún no están en este mundo.

De experiencias como aquella y como esta me quedan algunas convicciones profundas que siempre me acompañarán:

Que la convocatoria de este tipo de referendos no es un acto de respeto a la voluntad popular, sino la dimisión cobarde de su responsabilidad por parte de quienes han sido votados para tomar decisiones, especialmente las más complejas, las que de ninguna forma pueden reducirse a un SI o un NO dominados por las pasiones.

Que la llamada democracia directa es lo contrario a la verdadera democracia. Es el terreno en el que florece la demagogia, triunfa la manipulación y sale derrotada la cohesión social. Por eso todas las experiencias populistas tienen algo en común: empiecen como empiecen, terminan invariablemente mal.

El nacionalismo no es patriotismo, especialmente cuando hace daño objetivamente al interés de la patria que dice defender

Y que el nacionalismo no es patriotismo, especialmente cuando hace daño objetivamente al interés de la patria que dice defender. Es lo que puede suceder en esta bacanal nacionalista y xenófoba que Mr. Cameron llevará en su conciencia para siempre.  

Faltando 48 horas para la votación, Felipe González pidió a los españoles que antes de votar se preguntaran: ¿quién va a gestionar el NO? Unas palabras que insinuaban una doble determinación personal: si triunfaba el NO, cumpliría el mandato popular comunicando a la OTAN la retirada de España; y a continuación, se iría a su casa. Cameron no lo ha planteado en esos términos pero, observando los rostros de los patrocinadores del Brexit, lo que más miedo da de este referéndum es justamente pensar que ellos gestionarán ese dramático NO a Europa que ojalá no se produzca. En todo caso, Mister Cameron, shame on you.