Cuándo César decidió acabar con sus colegas de triunvirato, sólo cometió el error de explicitarlo. Explicitar que pretendía perpetuar la dictadura, una magistratura romana pensada para la transitoriedad que ha de caracterizar siempre los estados excepcionales. Cuando Octavio Augusto, pocas décadas después hizo lo mismo con Marco Antonio y Lépido, las cosas habían cambiado, los romanos habían vivido ya la guerra civil, pero también Octavio esperó lo suficiente para proclamarse prínceps (el primero entre iguales) después de una enorme campaña de propaganda para explicar, como recuerda Tito Livio, que había sido el artífice de la eliminación de la facción, de la consecución de la Pax Romana.

La argumentación suena tan cercana que casi da miedo. De hecho pensar en nuestra época como un nuevo declive al estilo del final del Imperio Romano es tentador. El problema es identificar cuáles son los males de los que va a morir este nuevo imperio, y en eso no hay demasiado acuerdo entre los apocalípticos (entre los cuales pueden contarme a mí, si hablamos en un sentido filosófico–moral). Un síntoma, sin embargo, es lo que está ocurriendo con el tradicional instrumento conservador para la manipulación de la democracia, el referéndum, porque no hay uno que gane quien lo propone con ese objetivo. En los países serios, tras ello, llegan las dimisiones, cosa que en nuestro país no pasa porque siempre se encuentra una excusa para seguir. Pero imagino que la dimisión se produce por la irreflexión de proponerlo, y no por el hecho de que el resultado no les contente. Porque si cuando la gente decía mayoritariamente que sí, cualquier estudioso del tema era consciente de que la población nada sabía a ciencia cierta sobre las consecuencias de hacerlo, ahora que el resultado es que no podemos decir lo mismo. Por tanto, no me valen los análisis que hablan de una población consciente de que el referéndum de Renzi suponía volver a los tiempos de Mussolini; entre otras cosas porque la reforma no hacía más viable la dictadura, como bien sabía César.

El sistema, sencillamente, se ha ido al garete

El referéndum se pierde, porque se carga de forma inmisericorde contra el mensajero. De ahí que veamos a partidos conservadores hacer políticas de izquierdas o por lo menos parecerlo; de ahí que veamos a los jueces construir teorías impensables hace una década para descabalgar a representantes egregios del sistema. Porque el sistema, sencillamente, se ha ido al garete. Así, cada vez que a algún representante del poder público no le gusta una sentencia, puede hacer como la población cuando se arrepiente de la decisión adoptada en un referéndum… puede decir que se ve aquejado de posverdad. Porque el mundo tantas veces llamado líquido se está evaporando ante nuestros ojos. Y lo  único que se nos ocurre ante la confusión es decir “no”. Por si acaso.