Es difícil entender la irritación unánime que han provocado en Catalunya las últimas declaraciones del señor Félix de Azúa, las primeras que realiza en su insigne condición de académico de la Real Academia Española. En realidad, habría que agradecérselas muy sinceramente, por la diligencia con la que ha asumido la responsabilidad de su misión en esta vetusta institución fundada por el marqués de Villena. Como se sabe, la RAE se ocupa de velar por los “cambios que experimenta la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes”. Y en este sentido, antes de que se hubieran diluido los fastos de la celebración por su nombramiento, el flamante académico se ha puesto a trabajar a conciencia inmediatamente, haciendo algunas aportaciones de un alcance científico, filológico y conceptual de extraordinaria relevancia, sin duda a la altura de su ingente obra científica en el ámbito de la filosofía, que ha merecido reconocimiento planetario, y de su probada experiencia en las universidades más prestigiosas del mundo, a través de las que se ha formado su tan preciado cosmopolitismo.

Así, por lo que parece deducirse de estas primeras declaraciones, el señor De Azúa ha asumido el cometido de redefinir las nociones de “franquismo”, “nazi”, “odio”, “presión social”, “fascismo”, “independentismo” e incluso “Cataluña”.

Mientras que el diccionario de la RAE define el “franquismo” como una “dictadura de carácter totalitario impuesta en España por el general Franco a partir de la guerra civil de 1936-1939 y mantenida hasta su muerte”, habría que agradecer al señor De Azúa que nos haya ilustrado que el franquismo no se acabó con la muerte de Franco, sino que es otra acepción con la que debería definirse el sistema parlamentario democrático actual: “eso”, ha dicho, “es un franquismo simpático, disimulado”. De paso, la definición de “franquismo” debería incorporar que, a pesar de los inconvenientes del sistema, “la corrupción era mucho menor” que ahora, ya que entonces “robaban, pero menos”. La Real Academia de la Historia ya se ha puesto a trabajar inmediatamente en esta revelación oracular. También la noción de “nazi” debería incorporar su última aportación, verdaderamente significativa en los estudios internacionales sobre el tema. Alguna cosa así como: “dícese de aquellos que talan cipreses del jardín de Albert Boadella, sólo por el hecho de hacerlo”.

El señor De Azúa ha asumido el cometido de redefinir las nociones de “franquismo”, “nazi”, “odio”, “presión social”, “fascismo”, “independentismo” e incluso “Cataluña

Igualmente, la definición de “odio” tendrá que ser redefinida, gracias a las aportaciones del profesor, quizás con una entradilla nueva, “odio a los españoles”, que podría quedar definida de la siguiente manera: “tipo especial de odio que se enseña y se impone en las escuelas catalanas”.

En la entrada dedicada a la “presión social”, actualmente definida, tan pobremente, como la “influencia que ejerce la sociedad sobre los individuos que la componen”, hay que incorporar urgentemente algunos resultados de sus investigaciones, de las cuales, mientras llega la publicación en forma de colaboraciones académicas en revistas indexadas de impacto internacional, ha ofrecido una generosa cata, refiriéndose, evidentemente, a la que se da en Catalunya, que ha pasado por alto hasta para los historiadores más solventes: “Es como en Checoslovaquia en la época de los tanques rusos. Es una presión constante, todos los días y a todas horas. Pero sonriente”. En este sentido, también la acepción de “fascismo” tendría que ser reelaborada, quizás para incorporar Cataluña como ejemplo paradigmático y para aprovechar algunas de las sabias consideraciones del académico: “fascismo sonriente, fascismo simpático, de feria, del poble. Un poco como la época de ETA en el País Vasco”. Seguro que, en esta entrada, podrá contar con la colaboración inestimable de otro académico ilustre, el señor Vargas Llosa, con quien comparte, aparte de una gran amistad, la experiencia de investigaciones sociolingüísticas de gran solvencia y no menor nivel llevadas a cabo in situ en Catalunya.

Deberá verse de qué manera el diccionario podrá incorporar el resultado de sus investigaciones sobre Catalunya, que ahora sólo aparece en el diccionario, de manera insuficiente, como una “comunidad autónoma de España”, pero que el académico ha descubierto como “una colectividad [que] entra en la vía de la irracionalidad absoluta” y donde “ya solo importan los sentimientos, no la razón”: “Eso es Catalunya”. Si así es Catalunya, y dadas las abrumadoras pruebas en forma de documentos históricos que aporta, el diccionario, sin duda, debería recogerlo, ya que los diccionarios tienen que decir lo que son las cosas.

Habría que agradecer a De Azúa el haber mostrado que ni siquiera un título de doctor en filosofía puede vacunar contra la estupidez ni impedir a quien se lo proponga de convertirse en un miserable

Pero no acaban aquí las pistas del ingente trabajo que, por lo visto, el diligente académico está desplegando, ya que, incluso, ha apuntado los principios de una reflexión, en el ámbito del pensamiento político, que, sin duda, tendrá que ser convenientemente atendida por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, institución a la que recomendamos vivamente su inmediata incorporación. Es lo que puede fácilmente derivarse de sus consideraciones sobre la alcaldesa de Barcelona, según sus palabras “una mujer que debería estar sirviendo en un puesto de pescado”, ya que, arguye, “no tiene ni idea de cómo se lleva una ciudad”. Haría falta no pasar por alto el verbo (“servir”) con el cual el académico sugiere la acción del futuro empleo de la actual alcaldesa. Ante la demanda de aclaraciones por esta aportación, realmente sorprendente por lo que tiene de innovadora, ya que, hasta ahora, el resto de mortales, privados de su clarividencia, podían pensar que la alcaldesa lo era por los votos que había recibido, De Azúa ha ofrecido, generosamente, alguna pista más del sutil, riguroso y sin duda complejo pensamiento político que lo ha llevado a hacer estas declaraciones, en forma de aforismo: ella “apenas tiene estudios”. Dado que la alcaldesa tiene una licenciatura, habría que preguntarse, si no supusiera importunar al académico, qué estudios considera exigibles o recomendables para poder ocupar una responsabilidad política como esta. Sin duda, de su respuesta, se podría derivar una aportación de gran interés sobre su concepción, seguro que innovadora, de la democracia y de los requisitos que habría que formalizar, a partir de ahora, para el sufragio pasivo, ya que la ley orgánica 5/1985, actualmente vigente, permite lo que, sin duda, a ojos del académico, debe ser de una laxitud inaceptable: que lo pueda ser todo el mundo, sólo con la condición de disponer de la ciudadanía de la UE.

Pero, aparte de todas estas aportaciones, sobre todo habría que agradecerle el haber mostrado, de manera tan inequívoca como irrefutable, que ni siquiera un título de doctor en filosofía puede vacunar contra la estupidez ni impedir a quien se lo proponga de convertirse en un miserable. No es una lección menor, vistos los tiempos que corren.

Y, para acabar, debiera reconocerse, si hay que ser justos, que De Azúa, tras toda una vida escarneciendo a otro eximio académico, el señor Camilo José Cela, y de haberlo considerado reiteradamente como el “prototipo de intelectual bronco y montaraz, con apenas un barniz de civilización”, como justo homenaje póstumo al premio Nobel, haya acabado por mimetizarlo de forma tan esmerada. Lástima que la silla Q de Cela ya tenga nalgas asignadas: De Azúa habría sido un ocupante realmente digno de su predecesor. Méritos no le faltan.