El regidor de Presidència de Barcelona, Eloi Badia, ha proclamado la gran nueva de este año explicándonos que la futura empresa funeraria municipal permitirá velar y deshacernos de nuestros cadáveres por una tarifa mínima de 2.400 euracos, más un gasto extra de 500 para la incineración del pobre bistec. Hasta hace poco, palmarla en Barcelona era casi más caro que vivir en la ciudad y la hostia mínima que te podía llegar a cascar Serveis Funeraris era de 6.200 pepinos. El Ayuntamiento, que también ha abierto la puerta a nuevos contratistas privados, acaba así con uno de los oligopolios más vergonzantes que ha sufrido la pobre capital, una auténtica mafia que no sólo nos ha hecho pagar el traspaso por una cantidad que no doblaba lo que se palma en muchas otras ciudades españolas, tolerando a su vez auténticos asesinatos laborales como el trato infrahumano que han recibido los colegas músicos que amenizan (sic) los funerales en los tanatorios.

Visto que abaratar la vida en Barcelona parece un hito casi imposible para cualquier administración, los pobres autónomos solteros que vagamos por la ciudad, a quienes la pobreza intelectual no nos permite ni contratar una mutua de vendedor de seguros, agradecemos profundamente a nuestra híperalcaldesa que al menos nos haga más llevadera no sólo la muerte, sino el decir adiós a nuestra (afortunadamente) escasa familia. El trauma vital de este pobre filósofo, aymé, siempre había sido pensar el momento en el que sería necesario enterrar a los progenitores sin un duro en la alforja, siendo así necesaria la vergüenza de pedir a amigos y conocidos una pequeña ayudita para algo tan sórdido como una caja de madera. Gracias al nuevo comunismo barcelonés, que a uno se le muera la ascendencia será incluso un alivio, aunque lo que ganemos enterrando a los papis nos lo roben con los impuestos de sucesiones y patrimonio.  

Gracias al nuevo comunismo barcelonés, que a uno se le muera la ascendencia será incluso un alivio

Ahora que traspasar será muy económico, para que la civilización real y efectiva llegue a la ciudad sólo faltaría que los barceloneses tuvieran la delicadeza de morirse a más temprana edad, ahorrando así a todo quisque el gasto horripilante que comportan los últimos y prescindibles años de vida. Barcelona sólo llegará a ser la capital del mundo, en efecto, cuando se nacionalice incluso la muerte y todo dios esté obligado a cascarla a los sesenta, una edad más que suficiente para haber palpado suficiente pantorrilla, saber si uno será premio Nobel o no escribirá nada más que mierda y plantar o arrancar todo cuanto árbol que decida el propio albedrio. Ahora que la muerte está de rebajas, nada sería mejor que ahorrarse la vejez, esta época de la vida que los cursis asocian a la experiencia pero que cualquier persona sincera siente como una angustia altamente prescindible. Nacionalice la muerte, híperalcaldesa, y así la gente currará más durante la vida.

Nacionalice la muerte, híperalcaldesa, y así la gente currará más durante la vida

Los podemitas y los comuns nos prometieron acabar con la mafia: por una sola vez que lo consiguen, debemos celebrarlo como dios manda. Servicios Funerarios ha muerto. ¡Viva la defunción!