El grave conflicto que se está viviendo en Venezuela parece extender sus efectos sobre el proceso catalán. Las dos partes contendientes aquí usan a los homólogos de allí en beneficio propio o para atizarle al de enfrente, y el mismísimo Nicolás Maduro ha comparado Catalunya con lo que sucede en su país. Todo ello a pesar de que, excepto para Podemos, en la comparación entre Venezuela y España siempre pierda aquella, incluso en el supuesto de que las cloacas del Estado español, aunque más chapuceras, sean tan infectas (¿e imprescindibles?) como las de cualquiera de sus vecinos europeos.

Venezuela vive en directo la letalidad de que la democracia se afirme en oposición a la legalidad: la reforma constitucional que propone Maduro blinda al presidente en el cargo por “voluntad del pueblo”, pero desgarrando la esencia misma de la democracia. A proteger intangibles que van más allá de las decisiones coyunturales se destinaron las llamadas “cláusulas de intangibilidad” de constituciones como la alemana y la italiana, y aunque otras constituciones (la española entre ellas) no las tienen, se entiende implícita en la rigidez de los procedimientos de reforma de sus partes sensibles la intención de protegerlas de acciones que retuercen la naturaleza de las cosas, o el valor de los principios que inspiran el sistema.

¿A qué se puede comparar Catalunya en su convulsión referendaria? Como digo, cada cual se aferra a la comparación que más le conviene. ¿Las mayorías parlamentarias están forzando las estructuras legales como Maduro está haciendo desde el poder? Quizás sí en varias cosas: por la mayoría parlamentaria se ha aprobado la reforma del reglamento del Parlament (haciendo caso omiso de la crítica del Consell de Garanties a la ausencia de consensos) para permitir aprobar leyes sin discusión parlamentaria; por la mayoría de diputados se quiere aprobar una ley que va en contra de la norma de la que arranca el autogobierno de la Cámara (como afirma el propio Parlament en el Estatut); por una ínfima mayoría de eventuales síes sobre noes se quiere declarar una independencia de acuerdo con unas condiciones que no admite ni la legislación interna (Constitución y Estatut) ni la internacional (Tratado de la Unión, Comisión de Venecia del Consejo de Europa)

No hay democracia sin sometimiento a reglas, y la jerarquía de las normas no la puede decidir el sujeto que las aplica

Pero la comparación también puede hacerse de otro modo: los opositores a Maduro, en manifestación permanente y arriesgando la vida (esto último da idea de las pocas cosas que les quedan por perder a los venezolanos, se ponga como se ponga Pablo Iglesias), han simulado unas elecciones con urnas de cartón, a modo de “butifarréndum” de 9-N, con mayor valor simbólico que legal, pero impresionante. Del mismo modo, en Catalunya el 9-N tuvo una fuerza significativa (por manifestar un malestar sin manifestar voluntad de violentar las estructuras) que un 1-O ilegal no podrá tener, porque la protesta contra lo que se considera injusto no puede traducirse en otra injusticia, y a mi juicio se desprende de toda justicia afirmar que el fin justifica los medios (¿no son eso las criticadas “cloacas del Estado”?), que se puede saltar la legalidad cuando ésta no se acomoda a mi deseo, que se puede infringir la ley emanada de una Cámara constitucionalmente soberana para poder ejercer la democracia en un ámbito territorial incluido en el todo. Porque no hay democracia sin sometimiento a reglas, y la jerarquía de las normas no la puede decidir el sujeto que las aplica; esa es la gloria y la servidumbre del Estado de Derecho, a veces para nuestro gusto, en ocasiones para nuestra tremenda incomodidad.

En este nuestro momento más incómodo y como colofón al galimatías, se nos cuela Batea, que ya sé que no es nación, pero donde su alcalde dice que la población quiere independizarse de Catalunya y anexionarse a Aragón, ¿quizás haciendo un referéndum entre sus dos mil habitantes? No sé si lo autorizaría en ese caso el gobierno central, no sé si escapando de Catalunya y mientras no fuese aceptado por los vecinos el pueblo quedaría fuera de la Unión Europea, pero entre unos y otros, cada uno armado con su supuesta legitimidad, están dejando palabras como “nación”, “democracia” o “legitimidad” inservibles… es tiempo de emborronar conceptos, pero tarde o temprano llegará la claridad.