Hemos pasado de puntillas por la manifestación que, quizás por haber sido convocada por políticos, ha servido antes que nada para abroncarlos (a todos, aunque el Rey fuera el más alto y sin duda el menos político por aquello de que no gobierna). La gente allí reunida, antes que llorar muertos (extranjeros, no se olvide, en su mayoría) o de solidarizarse con sus familiares, tenía ganas de manifestarse, y dice la “musulmana Hatibi” (así la rotuló TVE, sección Catalunya, vergüenza de titular, “La actriz y la musulmana”), que todo el mundo es libre de manifestar lo que quiera, aunque sea obvio que no. Lástima que la mayor parte de las pancartas fueran tan iguales y bien producidas, que sonaran más a organización política que a espontánea voluntad humana, y que olvidaran que también en Catalunya comerciamos con esos países que denostamos. Los usados sin compasión, todos los demás. Gloria a quienes en tal condición allí estuvieron, con el alma doliente y no con la razón crispada

Hemos pasado de puntillas por la manifestación, quizás por la común vergüenza de todos los medios de comunicación y de la propia Guardia Urbana (¿quizás porque estaba entre los homenajeados?, ¿quizás porque los convocó la “jefa”?), de afirmar con contundencia redonda la astronómica cifra de medio millón de personas, supuestamente metidas con calzador en el kilómetro y medio del paseo de Gràcia. Como a todos convenía, nadie lo cuestionó. Pero la cifra la cuestiona el pasado, hiriente desde la hemeroteca. ¿No habíamos dicho, calculando por lo alto, que en la V del 11 de septiembre del 2014, con un recorrido de 11 kilómetros y riadas de personas en los aledaños, se concentraron 1,8 millones de personas? ¿Y no dijo entonces la Guardia Urbana, tirando en aquel caso por lo bajo, que superaban en poco los 500.000? El milagro de los panes y los peces no fue nada al lado de esta operación de maquillaje que no aguantaba ninguna de las vistas que nos ofreció la televisión de la concentración. Pero nada, las diversas teles estaban a lo suyo, que si había más banderas tuyas o mías, que si las imágenes se tomaron de forma malévola, que si… ¡qué solos se quedaron los muertos! Y qué solos se quedaron incluso los macabros causantes de la manifestación, porque ni una sola mención hicieron a Daesh ni la actriz ni la musulmana. Eso sí, que quedara bien claro que, aunque podemos ser cristianófobos o antisemitas sin que nadie se escandalice, todos (los supuestos 500.000) somos uno diciendo “No a la islamofobia”, aún a riesgo de acabar pensando que los culpables de las muertes eran los manifestantes.

La verdad estropea las noticias, nos hace menos heroicos de lo que nos afirmamos y demuestra hasta qué punto somos seres contradictorios

Pero a nadie interesa la verdad. La verdad estropea las noticias, nos hace menos heroicos de lo que nos afirmamos (porque por decir que no tenemos miedo no dejamos de tenerlo) y demuestra hasta qué punto somos seres contradictorios: por poner un ejemplo a raíz de sus recientes declaraciones, si el conseller Forn dice que mantendría la nacionalidad española, ha visto a los Mossos enfrentar con éxito la gestión de un atentado yihadista sin encomendarse a la policía española, y habla castellano con un acento tan malo como el mío en inglés que demuestra lo mucho que vive en su lengua, me pregunto ¿para qué debe de querer la independencia? Si además acabamos de saber que la ley de transitoriedad mantendría el castellano como lengua oficial en una Catalunya independiente, ¿qué diferencia, excepto lo del dinero, habría de las que a gente como él, individuo bien normal, podría interesar? ¡Ay, lo del dinero y la solidaridad fiscal, y un poco de respeto a la diferencia, cuánto bien nos habría hecho una mayor inteligencia emocional en Rajoy!

A nadie interesa la verdad, tampoco en el Gobierno central, con esos “amigos” de pacotilla que son los periodistas pirómanos de diarios supuestamente españoles lanzando basura (“mierda”, Trapero dixit) desde editoriales y con falsas noticias que todavía son menos verdad y mucho peor intencionadas que los números de la mani… Como me dijo un día el magnífico periodista Jordi Corachán, al encontrarse con uno de los paparazzi perseguidores de miserias humanas que afirmaba tener la misma profesión que él, le espetó: “Mira, vamos a ponernos de acuerdo, uno de los dos no es periodista, tú y yo no podemos llamarnos lo mismo”. Pues eso, que no es lo mismo el periodismo y la basura. Pero a veces tampoco lo real y lo deseado.